sábado, septiembre 7, 2024
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El segundo gobierno de López Obrador

Victor H. Becerra,

El historiador Daniel Cosío Villegas retrató en El Sistema Político Mexicano (1972) al sistema político posrevolucionario en México, como «una Monarquía Absoluta Sexenal y Hereditaria por Línea Transversal», para tratar de explicarse cómo un régimen surgido para derribar a la dictadura porfirista había terminado precisamente por convertirse en una especie de neo-porfiriato.

Durante sus 70 años de poder incontestado, el PRI marcó la impronta del país, gracias al autoritarismo y la corrupción a gran escala prohijados por una estructura política vertical sostenida en la no responsabilidad e impunidad de un presidente sin contrapesos y casi sin límites, que reinaba sobre una vida cívica casi inexistente y amaestrada fundamentalmente para congraciarse con el poder. Tal parece que es el modelo buscado por el lopezobradorismo y su partido MORENA, como heredero vergonzante pero directo del PRI, incluso en su papel de partido hegemónico.

El actual proceso sucesorio entre el presidente aún en funciones, López Obrador, y la presidente recién electa, Claudia Sheinbaum, tiene un extraño parecido con una vieja etapa de la historia del PRI: el llamado maximato, el período que va de 1928 a 1936, en el que el entonces presidente Plutarco Elías Calles (1924 a 1928), tras el asesinato del presidente electo, Álvaro Obregón, en 1928, logra designar a los tres sucesores siguientes y ser el eje central del sistema político (con la creación del PRI en 1929), incluso al grado de designar personalmente a los principales funcionarios de esos gobiernos; fue tan decisiva su influencia, que en esa época se acuño la frase: «el que vive aquí es el presidente pero el que gobierna allí enfrente», que se reprodujo en periódicos, escenas de vodevil, canciones. Esto duró hasta que el último presidente de ese ciclo, Lázaro Cárdenas (1934-1940), lo apresa y lo expulsa del país en 1936, junto a sus principales seguidores.

Esto fue crucial para edificar el sistema político mexicano según lo describió Cosío Villegas: «una Monarquía Absoluta Sexenal», ya que hizo posible concentrar todo el poder en una institución, la Presidencia de la República. Y no en una persona, como con Calles, que dejaba ese poder al dejar la Presidencia.

Hoy, México está de vuelta a esa especie de callismo neoporfiriano. La influencia de López Obrador es enorme sobre la política mexicana y su vida institucional, y no se diga sobre el nuevo gobierno, recién electo hace casi dos meses, al grado que la mayoría de quienes ocuparán cargos en el nuevo Gabinete presidencial, que entrará en funciones el próximo 1 de octubre, ya han ocupado cargos de poder en su gobierno y son gente de su confianza. Para acabarla, muchos creen que la nueva presidente es sólo una especie de títere de López Obrador o en el mejor de los casos, la hija tonta que éste nunca tuvo, y que gobernará vía el poder heredado por López Obrador y gracias a una elección de Estado comandada por el propio López Obrador, estando sitiada por legisladores, gobernadores y funcionarios que puso allí el mismo López Obrador, a quien deben obediencia y lealtad, no a Sheinbaum.

Cuando Sheinbaum asuma el poder, enfrentará retos muy importantes: el eventual regreso de Donald Trump (con quien ya tuvo su primera confrontación por novatez y malos reflejos) a la Presidencia de EEUU, cuyo discurso de campaña se alimenta de la visión de un vecino que no puede meter en cintura a la migración, ni a los cárteles del narcotráfico (razón no le faltan a sus palabras) y que ha abusado de su relación comercial, por lo que amenaza con revertir las condiciones que han hecho de México un prominente exportador, aplicando aranceles a las exportaciones mexicanas e impidiendo el establecimiento de factorías chinas en Mexico. Además, promete realizar una deportación masiva de personas sin papeles de estancia en EEUU: “vamos a ejecutar la mayor operación de deportación en la historia de Estados Unidos”, prometió, reviviendo la llamada Operación Wetback o Espalda Mojada, ejecutada por el gobierno de Dwight Eisenhower en el verano de 1954, hace exactamente 70 años. Tal operación cuyo real objetivo fue apaciguar a los nativistas como ahora, culminó oficialmente en octubre de 1954, con la expulsión de cerca de 1’300.000 de migrantes indocumentados, mayormente mexicanos. Tal Operación aún perdura en el racista adjetivo de «mojados» para los trabajadores mexicanos sin papeles en EEUU.

A este reto de Sheinbaum súmele, en lo interno, la promesa de estabilizar las finanzas nacionales, excedidas por el enorme gasto electoral para que ella obtuviera la Presidencia y donde ya no hay mucho para recortar, sin incurrir en el recorte de los rentables (políticamente) programas sociales; encontrar un detonante para el crecimiento, que se ha paralizado: el país sólo ha crecido 0.7% durante el gobierno de López Obrador, un crecimiento del 0.2% anual promedio durante todo el sexenio que termina: la administración de menor crecimiento en los últimos 36 años; la necesidad de recomponer el ruinoso sistema de salud y evitar que la deuda de PEMEX arrastre consigo al país a la quiebra, la empresa que de por sí será la que más capacidad de producción petrolera pierda en el mundo de aquí a 2030; mantener la indispensable confianza y cooperación de empresarios nacionales y extranjeros, afectada por los continuos esfuerzos de López Obrador por subvertir el equilibrio de poderes y la seguridad jurídica, y finalmente, enfrentar al al crimen organizado, que lleva seis años manejándose con impunidad prácticamente total, por lo que requerirá cambiar la estrategia en seguridad pública, reorganizar instituciones y dependencias, romper los vínculos del gobierno con el crimen organizado, hoy más presente que nunca por complicidad, por conveniencia o por miedo, y esto cuando ya los grupos criminales le han planteado un serio desafío, con el reciente asesinato (tal vez por parte del Cártel Jalisco Nueva Generación) de un prominente jefe de inteligencia que se incorporaría a su gobierno. Por si fuera poco, la nueva presidente deberá lidiar con la mirada inquisidora de su antecesor, que espera que ella no se salga del guión que le recetó –“nada de zigzagueos” ha advertido– y quien ha dejado y sigue dejando a su sucesora una serie de tareas, compromisos y venganzas por cumplir.

Sheinbaum llegará entonces con las manos atadas y obligada a cumplir hasta el último detalle del testamento de su antecesor. Esto en un escenario de mayores demandas y expectativas pero con mucho menos dinero; con un gobierno con crecidas expectativas, similares al nivel récord de votación que obtuvo; tendrá más presiones políticas y menos carisma y capacidad de convencimiento; habrá nuevos grupos organizados para hacer valer sus reclamos y menos capacidad para confrontarlos; y habrá que lidiar con los eventuales escándalo del gobierno de López Obrador que afloren una vez que éste ya no esté en Palacio Nacional y lidiar con un partido en el poder que es solo una coalición de grupos muy variados y voraces, cuyo único pegamento de unión ha sido hasta ahora la figura de López Obrador.

Y aunque López Obrador ha prometido reiteradamente alejarse de la escena pública y vivir retirado, la verdad es eso no es para creer y ante las dificultades que se ciernen sobre el horizonte del nuevo gobierno, lo veremos de vuelta una y otra vez, para regañar a su sucesora o terciar en los conflictos y errores naturales de un gobierno que inicia.

Y la verdad es que se avizoran seis años próximos con un López Obrador omnipresente y un endurecimiento político que podría acercar al país a un escenario de mayor autoritarismo, tipo Cuba o Venezuela.

Fuente: Panampost

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