Editorial, La Gaceta de la Iberosfera
Las viejas recomendaciones de Curzio Malaparte en su «técnica del golpe de Estado», tan difundidas en la primera mitad del siglo XX, han quedado de alguna manera en el pasado. Ya no son cosas de militares formando una junta de gobierno después de sacar a cañonazos del palacio a un presidente, o después de una intriga palaciega. Ya no son golpes cruentos con fusilados en un estadio ni golpes blandos con presidentes invitados a abandonar el país para morir de tedio en el exilio.
Ahora las cosas son distintas, pero solamente en las formas. En el fondo, es más de lo mismo y quizás incluso para peor, pues no se trata de tomar el poder para instaurar el orden perdido o atender el llamado de una sociedad en momentos de crisis. Ahora de lo que se trata es de capturar las instituciones del Estado para convertirlas en la cárcel de una Nación.
Los rasgos de Venezuela se reproducen en España
Tomo de nuevo el riesgo de parecer un tedioso machacador del mismo cuento. De este cuento que vi nacer, crecer desarrollarse y empoderarse en Venezuela y cuyos rasgos y señas principales veo reproducirse cada día que pasa en el poder Pedro Sánchez en España. Pero al final, a algunos solo nos queda advertir, desde el futuro, lo que vivimos en el pasado y nos mandó al presente exilio, que no sabemos ya cuánto durará.
Pensar que las acciones contra la democracia, contra el sistema democrático y contra el Estado son solo posibles con las armas es despreciar el significado de los gestos y desconocer además los objetivos finales de los socialistas de hoy. En principio, hay que dejar perfectamente claro que ante la pérdida de objetivos políticos o de banderas originales del socialismo, la izquierda ha decidido secuestrar consignas o banderas que le son ajenas. El ecologismo, indigenismo, anti-racismo, defensa de los derechos LGTB, feminismo y hasta el veganismo y animalismo son hoy parte del menú que ofrecen los movimientos de la izquierda a nivel mundial, a conveniencia electoral del lugar donde se encuentren.
Podría haber una bandera más, o una bandera menos, pero lo que unifica a todos a nivel global es su vacío, su ausencia de ideas originales. La izquierda fracasó en su vertiente más extrema al intentar construir la utópica idea comunista que solo condujo a las dictaduras hambreadoras y asesinas. Desde la URSS hasta Camboya pasando por Cuba, Corea del Norte y la Europa del Este sojuzgada, millones de cadáveres quedaron regados sobre la tierra en nombre de la construcción del socialismo que nunca se construyó. O quizás sí. Pero al final a nadie le gustó y al caer nadie lo defendió.
La socialdemocracia perdió ganando. Porque su idea de la «reivindicación de derechos», al final se logra en la mayoría de los países del mundo. El Estado de Bienestar como concepto ya es muy poco discutido en Europa y más bien termina siendo objeto de anhelo en EEUU y otros confines. Pero después de ese logro, que llevó consolidar casi un siglo, a la socialdemocracia no le queda nada más. No hubo renovación alguna de postulados ni búsqueda de nuevas iniciativas. Ante eso, decidieron robar banderas que sentían afines, aunque no necesariamente lo eran. Y así, terminamos viendo a fenómenos como Blair, Zapatero, Obama, Petro o Boric dciendo estupideces que no se creen, que nadie se las cree pero que suenan bien a los auditorios hambrientos de la corrección política impuesta según los nuevos cánones de opinión pública impuestas por el cuarto poder 2.0 que son las plataformas principales de redes sociales.
Por todo eso, si habla de las banderas que le interesan al público sojuzgado por la opinión pública manipulada desde las redes, se le tiene por bueno. Aunque sea un enemigo de las libertades, si habla de los derechos gay, narra que sufre de depresión y fumó marihuana en su juventud, ya es suficiente para tenerlo como un titán de la libertad y nunca como un golpista.
Aunque en su pasado de marihuana también haya un pasado guerrillero. Aunque quiera hacerse una constitución a la medida. Aunque intente secuestrar el poder judicial nombrando jueces de su partido. A pesar de todo eso, si manda un saludo a la comunidad LGTB el día del orgullo y se dice feminista, se le perdonará el golpismo. Como a Chávez.
El problema de los nuevos golpes
El problema de los nuevos golpes es explicárselos a los incrédulos, que los padecerán pero no los identificarán. Fue difícil explicarle a los venezolanos lo que hacía el chavismo y aún hoy es difícil entenderlo hasta para los más de ocho millones que se han ido en desbandada a otros confines a rehacer su vida. Pocos entendían y muchos menos explicaban lo que se hacía en 1999 cuando lo primero que hace Chávez es pactar con la Corte Suprema de Justicia un arreglo infame: permitir la permanencia de los principales magistrados nombrados por la partidocracia derrotada en las urnas a cambio de que se le permitiera, con sentencia firme, arrasar con la constitución vigente para imponer una constituyente que no figuraba en la carta magna venezolana.
Fue el inicio de la desgracia. Nadie entendía lo que se estaba haciendo y muchos aún sin entenderlo lo aplaudían porque había que dejar hacer al hombre al que las clases medias venidas a menos y los oligarcas caídos en desgracia pusieron en el poder para que se vengara a nombre de ellos. No lo entendieron los propios magistrados prestados a la jugada. Lo entendieron demasiado tarde, cuando la Constituyente que ellos permitieron con su infame sentencia, les pasó por encima y creó un nuevo poder, a la medida del régimen.
El golpe se consumó con sentencias, no con cañonazos
¿Qué vino después? La ejecución progresiva del golpe que terminó con el sistema democrático venezolano, que venía ya herido de muerte por las acciones irresponsables de la clase política que no entendió el momento y permitió la llegada del monstruo chavista al poder. El control de la judicatura le permitió a Chávez no solo garantizar su constitución a la medida, sino el asalto progresivo del poder. No hubo sentencia alguna que amparara a los expropiados, a los despojados de cargos en la administración, a los asaltados en elecciones fraudulentas.
Se empezaron a vender las sentencias a toda escala, en toda instancia. Se permitió el acceso a la justicia a personeros del régimen que tranquilamente se cambiaban la chaqueta de parlamentarios por la toga de magistrados. Se llevó a connotados delincuentes con prontuario a presidir el más alto tribunal. Incluso, se militarizó al Tribunal Supremo colocando a la cabeza a un general con toga, por decisión de Chávez.
Y así. Doscientos años de construcción de un sistema de justicia republicano se fueron por el caño. Lo demás, se convierte en anécdota. Y es por eso que lo verdaderamente preocupante no sea la intención del golpista, sino el silencio de los conocedores de la materia jurídica, la inacción de la oposición que debería estar al tanto de lo que va a ocurrir y la indiferencia de la víctima final: la ciudadanía. ¿Quién detendrá este golpe?
Pensar que las acciones contra la democracia, contra el sistema democrático y contra el Estado son solo posibles con las armas es despreciar el significado de los gestos y desconocer además los objetivos finales de los socialistas de hoy. En principio, hay que dejar perfectamente claro que ante la pérdida de objetivos políticos o de banderas originales del socialismo, la izquierda ha decidido secuestrar consignas o banderas que le son ajenas. El ecologismo, indigenismo, anti-racismo, defensa de los derechos LGTB, feminismo y hasta el veganismo y animalismo son hoy parte del menú que ofrecen los movimientos de la izquierda a nivel mundial, a conveniencia electoral del lugar donde se encuentren.
Podría haber una bandera más, o una bandera menos, pero lo que unifica a todos a nivel global es su vacío, su ausencia de ideas originales. La izquierda fracasó en su vertiente más extrema al intentar construir la utópica idea comunista que solo condujo a las dictaduras hambreadoras y asesinas. Desde la URSS hasta Camboya pasando por Cuba, Corea del Norte y la Europa del Este sojuzgada, millones de cadáveres quedaron regados sobre la tierra en nombre de la construcción del socialismo que nunca se construyó. O quizás sí. Pero al final a nadie le gustó y al caer nadie lo defendió.
La socialdemocracia perdió ganando. Porque su idea de la «reivindicación de derechos», al final se logra en la mayoría de los países del mundo. El Estado de Bienestar como concepto ya es muy poco discutido en Europa y más bien termina siendo objeto de anhelo en EEUU y otros confines. Pero después de ese logro, que llevó consolidar casi un siglo, a la socialdemocracia no le queda nada más. No hubo renovación alguna de postulados ni búsqueda de nuevas iniciativas. Ante eso, decidieron robar banderas que sentían afines, aunque no necesariamente lo eran. Y así, terminamos viendo a fenómenos como Blair, Zapatero, Obama, Petro o Boric dciendo estupideces que no se creen, que nadie se las cree pero que suenan bien a los auditorios hambrientos de la corrección política impuesta según los nuevos cánones de opinión pública impuestas por el cuarto poder 2.0 que son las plataformas principales de redes sociales.
Por todo eso, si habla de las banderas que le interesan al público sojuzgado por la opinión pública manipulada desde las redes, se le tiene por bueno. Aunque sea un enemigo de las libertades, si habla de los derechos gay, narra que sufre de depresión y fumó marihuana en su juventud, ya es suficiente para tenerlo como un titán de la libertad y nunca como un golpista.
Aunque en su pasado de marihuana también haya un pasado guerrillero. Aunque quiera hacerse una constitución a la medida. Aunque intente secuestrar el poder judicial nombrando jueces de su partido. A pesar de todo eso, si manda un saludo a la comunidad LGTB el día del orgullo y se dice feminista, se le perdonará el golpismo. Como a Chávez.
El problema de los nuevos golpes
El problema de los nuevos golpes es explicárselos a los incrédulos, que los padecerán pero no los identificarán. Fue difícil explicarle a los venezolanos lo que hacía el chavismo y aún hoy es difícil entenderlo hasta para los más de ocho millones que se han ido en desbandada a otros confines a rehacer su vida. Pocos entendían y muchos menos explicaban lo que se hacía en 1999 cuando lo primero que hace Chávez es pactar con la Corte Suprema de Justicia un arreglo infame: permitir la permanencia de los principales magistrados nombrados por la partidocracia derrotada en las urnas a cambio de que se le permitiera, con sentencia firme, arrasar con la constitución vigente para imponer una constituyente que no figuraba en la carta magna venezolana.
Fue el inicio de la desgracia. Nadie entendía lo que se estaba haciendo y muchos aún sin entenderlo lo aplaudían porque había que dejar hacer al hombre al que las clases medias venidas a menos y los oligarcas caídos en desgracia pusieron en el poder para que se vengara a nombre de ellos. No lo entendieron los propios magistrados prestados a la jugada. Lo entendieron demasiado tarde, cuando la Constituyente que ellos permitieron con su infame sentencia, les pasó por encima y creó un nuevo poder, a la medida del régimen.
El golpe se consumó con sentencias, no con cañonazos
¿Qué vino después? La ejecución progresiva del golpe que terminó con el sistema democrático venezolano, que venía ya herido de muerte por las acciones irresponsables de la clase política que no entendió el momento y permitió la llegada del monstruo chavista al poder. El control de la judicatura le permitió a Chávez no solo garantizar su constitución a la medida, sino el asalto progresivo del poder. No hubo sentencia alguna que amparara a los expropiados, a los despojados de cargos en la administración, a los asaltados en elecciones fraudulentas.
Se empezaron a vender las sentencias a toda escala, en toda instancia. Se permitió el acceso a la justicia a personeros del régimen que tranquilamente se cambiaban la chaqueta de parlamentarios por la toga de magistrados. Se llevó a connotados delincuentes con prontuario a presidir el más alto tribunal. Incluso, se militarizó al Tribunal Supremo colocando a la cabeza a un general con toga, por decisión de Chávez.
Y así. Doscientos años de construcción de un sistema de justicia republicano se fueron por el caño. Lo demás, se convierte en anécdota. Y es por eso que lo verdaderamente preocupante no sea la intención del golpista, sino el silencio de los conocedores de la materia jurídica, la inacción de la oposición que debería estar al tanto de lo que va a ocurrir y la indiferencia de la víctima final: la ciudadanía. ¿Quién detendrá este golpe?