sábado, diciembre 28, 2024
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El síndrome de la vanidad

Neuro J. Villalobos Rincón,

“La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad”. Nicolás Maquiavelo.

En estos días de fin de un año y comienzo de otro nuevo, analizando el comportamiento y la actitud de la gran mayoría de los dirigentes políticos venezolanos, del pasado y del presente, vinieron a mi memoria algunos episodios antiguos que hemos podido evidenciar que se repiten una y otra vez, al ver el comportamiento vergonzante y sórdido de los arrebañados en torno al poder, intentando doblegar la dignidad de los venezolanos.

Vanidad de vanidades, todo es vanidad, dice el Eclesiastés. Se han creído merecedores de una alfombra del tamaño de su vanidad y del color de su maldad, bien sea roja, blanca, azul, naranja, verde o de cualquier otro color.

En ese incesante afán de atrapar vientos se sienten cómodos con la amistad de imperios como el antiguo Persa, así ofrezcan el holocausto nuclear, creyendo que al volar en sus alfombras no serán alcanzados por el desastre. Al lado de modernos zares, como los soviéticos, hoy convertidos en vulgares traficantes de armas o de los conquistadores españoles que pueden ser un gran socio energético en estos tiempos de gaseoso imperio revolucionario venezolano, o de la amistad de algunos tiranuelos tratando de conseguir con ellos la fórmula mágica que les permita acceder o mantenerse en el poder hasta el fin de los tiempos, o quizás de recibir el apoyo del odiado y pragmático imperio norteamericano si esto sirviere a sus mal intencionados intereses.

Es tal la vanidad de los dirigentes políticos venezolanos, aunque de ella no escapan otros de otras latitudes, que sufren de lo que pudiéramos llamar el síndrome de Alejandro, el Magno, para quien sintiendo que la tierra era demasiado pequeña para las inquietudes de su alma que aspiraba a lo infinito, a lo inmenso, a lo ilimitado, en su gran avidez de gloria, exclamara: “En mi se agita la levadura avasalladora de una divinidad prometida, esperada, próxima, el instinto y querer ser más que un hombre, de ser ya un semidiós, de poder llegar a ser un Dios”.

En ese inmenso sueño e incesante afán de atrapar vientos, otros dirán como Miguel de Unamuno quien en sus célebres afirmaciones dijera que “la vida imperecedera en el infierno sería preferible a cualquier tipo de vida finita”, porque se creía inmortal y con el poder suficiente de vencer a la muerte como así se lo creyó más de uno que deben estar revolcándose en el infierno que bien nos describiera Dante Alighieri.

En esas noctámbulas meditaciones también recordé una profunda frase del filósofo José Ingenieros que quizás han leído y seguido muy pocos dirigentes políticos: “Si hay méritos, el orgullo es un derecho; si no los hay, se trata de vanidad”. La gran mayoría ha tomado el camino de los imbéciles al creer que es preferible estar rodeado de odio y traición pero tener poder para doblegar a los demás, qué estar rodeado de amor para poder hacer por los demás.

Sigmund Freud decía que “la razón no habla en voz alta, pero, no descansa hasta que se hace oír”. Existen hechos y circunstancias históricas de la humanidad que no son considerados por quienes, obnubilados por el poder y su vanidad creen que pueden cambiar el curso de la historia y de su propio destino cabalgando sobre sus desmedidas ambiciones. El fin ha sido invariablemente trágico lamentablemente, después de haber exhibido distintos grados de crueldad y traición. Parodiando a Harold Bloom podríamos decir que la mortalidad siempre acecha y todos aprendemos que el tiempo y la razón siempre triunfan, aunque no necesariamente de manera simultánea, digo yo. www.venamerica.org.

Fuente: Diario Las Américas

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