Mookie Tenembaum,
El conflicto en Gaza no solo se libra con armas convencionales; detrás de los ataques visibles, Hamás despliega una estrategia menos tangible pero igualmente devastadora: la guerra cognitiva. A través de la manipulación de los rehenes, llamando a sus familiares, mostrando videos de cautiverio y, en algunos casos, asesinándolos, Hamás busca doblegar la voluntad de Israel en las negociaciones. Estas acciones no tienen como fin directo el daño físico, sino la alteración de las percepciones, el miedo y la desesperación.
Este uso del sufrimiento humano como arma psicológica es un ejemplo de guerra cognitiva, una forma de conflicto que se ha convertido en un componente clave de las confrontaciones modernas. La guerra cognitiva busca manipular las mentes y percepciones de las personas, debilitando su capacidad de tomar decisiones con claridad. A diferencia de la guerra cibernética, que se enfoca en atacar redes digitales, la guerra cognitiva ataca directamente la mente humana, desorientando a individuos, líderes y sociedades enteras.
Las tácticas son variadas. Pueden ir desde la manipulación informativa y la desinformación hasta el uso de miedo y caos para influir en elecciones, erosionar la cohesión social o generar desconfianza hacia las instituciones. En este tipo de guerra, la tecnología es un medio fundamental. Las redes sociales, los medios digitales y los ciberataques juegan un papel crucial en la forma en que se manipula la información para distorsionar la realidad.
Un ejemplo claro es China, que utiliza campañas masivas de manipulación informativa para controlar la narrativa sobre temas clave como Taiwán y Hong Kong. Sus redes sociales y medios controlados por el Estado chino sirven para influir tanto en su propia población como en la percepción global, dirigiendo el flujo de información para modelar las creencias y reacciones de las personas.
Irán, por su parte, adoptó la guerra cognitiva en su enfrentamiento con Occidente, empleando ciberataques y desinformación para desestabilizar a sus adversarios. A través de estas tácticas, explota las tensiones políticas y religiosas en la región, generando desconfianza y caos para avanzar sus propios intereses.
Estados Unidos también fue un actor importante en la guerra cognitiva y empleó tácticas similares a lo largo de su historia. Desde la Guerra Fría hasta hoy, utilizó los medios de comunicación y, más recientemente, las redes sociales para influir en la percepción y decisiones políticas en países clave, desestabilizando gobiernos o influyendo en procesos electorales.
Además del uso de la tecnología, la guerra cognitiva integra elementos biológicos. El miedo a las armas biológicas, por ejemplo, puede usarse para sembrar pánico, aumentando la paranoia y debilitando el pensamiento crítico. Este tipo de amenazas, amplificadas por la desinformación, actúan directamente sobre las emociones y la cognición de las personas.
La inteligencia artificial (IA) también juega un rol central en esta nueva forma de conflicto. Los avances en IA permitieron la creación de contenidos falsos altamente convincentes, como los deepfakes, que distorsionan la realidad de manera efectiva. Además, la IA facilita el análisis de comportamientos y vulnerabilidades cognitivas, permitiendo ataques dirigidos y personalizados que son difíciles de detectar y contrarrestar.
La guerra cognitiva es una amenaza global y multifacética, que combina tecnología digital, biológica y avances en IA para atacar la mente humana. Ante este panorama, las defensas deben enfocarse en fortalecer el pensamiento crítico y la resiliencia cognitiva de las poblaciones, para resistir a manipulaciones que cada vez son más frecuentes y sofisticadas.
Las cosas como son.
Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.