Aunque hoy los jóvenes se comuniquen exclusivamente con su teléfono celular, hubo un momento en que se utilizaban aparatos fijos. Hasta principio de la década del noventa eran administrados por el Estado argentino. Solamente los privilegiados contaban con uno y el trámite para obtenerlo legalmente podría tardar décadas. Las propiedades que contaban con una línea telefónica costaban mucho más caras que las que no. Por esos días se decía que se vendía “teléfono con casa” en lugar de “casa con teléfono”.
Cuando comenzó la discusión sobre la necesaria privatización, los opositores al modelo de apertura decían que, si en el país se privatizaban los teléfonos, Argentina iba a perder su “soberanía”. En un recordado editorial, el periodista Bernardo Neustadt desarmó un teléfono de Entel y le preguntó a su numerosa audiencia: “¿Dónde está la soberanía?”.
Claro que tiene sentido hablar de “soberanía” cuando se hace referencia al poder político sobre un territorio en particular y es necesario abrir el debate, por ejemplo, cuando el Estado argentino le cede a China grandes extensiones para que construyan sus plantas y bases con incluso legislación del gigante asiático. Ahora, ni los teléfonos ni los billetes tienen absolutamente nada que ver con cuestiones de soberanía. Mucho menos en un sistema donde se apunta a la libertad monetaria y que los argentinos puedan llegar a utilizar eventualmente la moneda que ellos deseen.
Uno de los tantos denominadores comunes entre el kirchnerismo y Juntos por el Cambio es la falacia de la defensa de la “soberanía monetaria”. Según esta teoría extravagante, el Estado argentino mediante su poder político debería fijar su propia política monetaria para ejercer su supuesta soberanía. Sin embargo, estas heramientas ya serían contradictorias con la idea del “banco central independiente”. O el monopolio monetario es autónomo o depende de las autoridades gubernamentales electas que en teoría velan por la soberanía nacional. Las dos cosas al mismo tiempo que plantean, como para empezar la discusión, son contradictorias.
Anoche, Daiana Morelo, candidata a diputada por el bullrichismo, aseguró que si Argentina dolariza, el país estará entregando la “soberanía monetaria”. Algo que, tranquilamente, se le podría escuchar a Sergio Massa o a cualquier referente del kirchnerismo.
Aunque, como se hacía antes con los teléfonos del Estado argentino, se considere que la moneda debe ser patrimonio gubernamental, lo cierto es que se trata de un descubrimiento del sector privado. Es decir, de los individuos. La moneda nació para solucionar la problemática de la doble coincidencia de necesidades del trueque, segundo paso en la evolución económica luego de la economía de la autosubsistencia.
Luego de implementar diversos bienes (que debían tener ciertas características como la divisibilidad, la escasez y la aceptación) aparecieron los metales como el oro y la plata como moneda de intercambio. Para solucionar la problemática de cargarlos para cada transacción, el mercado inventó los billetes. Es decir, un sistema que tenía el metal guardado, mientras circulaban los papeles convertibles a los mismos, que estaban protegidos en los primeros bancos privados. Los términos “dólar” o “libra” hacen referencia al peso del metal representado en los billetes circulantes.
Luego nacieron los bancos centrales, que al principio mantuvieron los patrones y la convertibilidad al metal. Cuando se rompieron definitivamente, la inflación escribió las peores páginas en la historia económica, pero también político y social. Aunque todavía no se discuta, la irresponsabilidad monetaria por parte de los gobiernos contribuyó, por ejemplo, al surgimiento de fenómenos como el nazismo. Vale recordar que Hitler responsabilizaba a la “especulación judía” por la hiperinflación alemana de entre guerras.
Es válida la crítica que indica que si Argentina dolariza, cambiará el Banco Central de la República Argentina, manejado por los políticos locales por la Reserva Federal de los Estados Unidos. Sin embargo, aquí hay que hacer dos salvedades. La primera es que el dólar (que reviste los mismos problemas del peso, pero que pierde menos su valor porque tiene una demanda muy superior a la moneda local) es lo que los argentinos ya han manifestado que desean tener en el bolsillo y moneda de ahorro. Lo segundo es que la dolarización, en el caso de la propuesta de Javier Milei, apunta técnicamente a otra cuestión: a la libertad de los argentinos para que comercien, ahorren y contraten en la moneda que quieran. Pero como los argentinos eligen masivamente el dólar es que se habla de una “dolarización”.
Si se podría hablar de pérdida de soberanía (individual, en todo caso) que se busque imponer una dolarización de curso forzoso y se prohíba a los argentinos comerciar con otra moneda que no sea el billete impreso por la FED. Algo que no está proponiendo nadie en la Argentina. Esa pérdida de soberanía de las personas, justamente, es lo que hace el curso forzoso del peso del BCRA.
Sin embargo, la falacia de la “soberanía monetaria”, mientras que los argentinos son saqueados permanentemente por la burocracia política, sigue siendo una idea que defienden en el kirchnerismo y en Juntos por el Cambio.