sábado, noviembre 23, 2024
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El yin y el yang capilar

HUGHES,

Antes de volver a la diaria batalla contra La Sexta Flota golpista, un apunte de la calle. ¿Han visto ustedes los cortes de pelo de la juventud? Eso que llaman «pelo brócoli» y que, más técnicamente, es un degradado rizado. Por la nuca y los lados, lo llevan rapado; por arriba abundante de pelo, a poder ser rizado. Mis fuentes juveniles me dijeron que hay jóvenes que hasta llegan a pedir el rizo, que piden el escarolado, no sé si con permanente.

En mis tiempos esto hubiera sido impensable. Los de pelo rizado vivían sometidos al imperio del flequillo norteamericano o a su versión enhiesta, el tupé. Éramos émulos de Brandon y Dylan, los galanes de Sensación de Vivir, pero igualarlo era complicado, muy difícil, como difícil fue luego imitar el flequillo de Noel Gallagher o de Damon Albarn. Estuvimos media juventud tirando el pelo p’arriba, la otra p’abajo. ¡Eso es la subordinación cultural! ¡Cómo no voy a gullear!

Los de recio pelo hispano, de onda mudéjar, al final transitábamos entre el caracolillo de Manuel Bandera y el mazacote duduá de Loquillo.

Ahora observamos con asombro cómo el peinado de los jóvenes mira a otras latitudes. Con esos «brócolis» se racializan, y los pijos y menos pijos se parecen a los famosísimos menas. ¿Mandan en la calle, hegemónicos malotes, los inmigrantes, y los niños bien han de imitarlos para gustar a las nenas?

Hay una versión más ligera de ese peinado que es igual pero sin rizos: el rapado circunvalatorio total con pelo no rizado por arriba. Eso sí es bastante yanqui y conecta con toda la estética hip-hop, que ha ido ‘latinizándose’ en escala sucesiva hasta nosotros.

Este pelo es emulación anglosajona pero depara una entrañable sorpresa. Ayer vi por la calle a un joven así peinado: nuca y lados rapados, pelo más largo por arriba; e iba con su padre, ya entrado en años, que por fuerza de edad y no de modas llevaba exactamente lo contrario: el occipital y los lados de la cabeza con pelo y una soberana calva frontal y parietal, brillante y craneal, al estilo clásico español, como la llevaría Juanjo Menéndez, como se llevaba la calva en España antes de las baloncestísticas rapadas.

Peinados así, padre e hijo parecían un yin y yang capilar. El hijo tenía pelo justamente por donde el padre ya no podría tenerlo, y el padre lo llevaba crecido por donde el hijo había rasurado sin contemplaciones. La complementariedad era perfecta. Los dos, juntos, hacían una cabeza pilosa total. El uno estaba en el otro, el otro estaba en el uno; la carencia de uno era presencia en el otro.

Eran a la vez opuestos y necesarios, distintos e iguales. ¡El verano y el invierno de la vida! ¡Las dos edades! ¡Taoísmo capilar perfecto y engarce fino entre generaciones! «En homenaje a ti, padre, llevo pelo exactamente por donde tú no puedes». Había algo antropológico ahí: los jóvenes alardeando (pobres) del único atributo del que pueden presumir respecto al padre: pelo en la cima de la cabeza. ¡No era por racializarse! ¡Ni era por las nenas! ¡Es un grito generacional! Una protesta dirigida al padre y al bumerato: en ese copete, tufo o islote capilar habla la juventud, grita, hace muecas, exhibe su único atributo como una exclamación.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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