Iván Vélez,
Desde hace más de medio siglo, las sectas secesionistas catalanas, integradas por elementos pertenecientes a los ambientes políticos, económicos y clericales, que de ese ingrediente siempre anduvo sobrado un catalanismo cada vez más wokizado, han contado con la complicidad objetiva de muchos de sus pares en Madrid. El objetivo, a menudo indisimulado, era repartirse el cortijo o, por mejor decir, masía cimentada durante el periodo de acumulación capitalista sólo posible por la pertenencia de Cataluña a esa a la que gustan de llamar «Puta España». Con un fin preciso, las acciones de varias generaciones de facciosos han conseguido reducir al Estado a esa condición residual de la que se jactó en su día Pascual Maragall.
Favorecidos por tantas circunstancias y complejos, los niños consentidos por esa nada terrible madrastra, la España que así fue definida por uno de sus hijos apellidado Bolívar, dieron un golpe de Estado en 2017 cuyas consecuencias penales fueron prácticamente eliminadas por el doctor Sánchez que, apelando a un manipulado europeísmo, elaboró leyes tan la carta que permiten a esos delincuentes manifestar abiertamente que lo volverán a hacer. Con un Estado que ni está ni se le espera, el secesionismo se ha apoderado de las calles sustituyendo el nomenclátor, eliminando monumentos y convirtiendo el espacio público en un gran panel propagandístico lleno de lemas y símbolos. Entre estos últimos destaca la omnipresente presencia de la bandera estrellada, sustitutiva de la bandera histórica de Cataluña, en contraste con la ausencia de la bandera nacional con la que tantas semejanzas tiene la señera.
Ante la irresponsable permisividad de quienes debieran impedir que las calles se llenen de una bandera bajo la cual se trata de socavar la soberanía nacional, un conjunto de ciudadanos se dedican a limpiar Cataluña de ese auténtico trapo de colores. El colectivo, a la fuerza noctámbulo, se hace llamar Asociación Unión de Brigadas y se dedica, desde hace más de un lustro, a la eliminación de esas bayetas incapaces de absorber la incontinente humedad onírica de aquellos compatriotas que supuran hispanofobia. Conscientes de lo violento del movimiento secesionista y del colaboracionismo de ciertos policías regionales, los brigadistas, cual furtivos maletillas, «hacen la luna» para quitar de mástiles y balcones ese operativo textil que envuelve el intento de expropiación de una región española por parte de sus caciques y paniaguados. Inasequibles al desaliento y al desamparo de quienes debieran hacer tan importante trabajo de limpieza, estos ciudadanos, de mucho más honor merecedores, manejan, como si de la lanza quijotesca se tratara, una pértiga llamada Catalina, con la que arrancan lazos y banderas sediciosas que muestran al amanecer antes de volver a su vida cotidiana. En un plano diferente pero complementario, como complemento de sus patrióticas actividades, se une ahora la Fundación César Velasco, cuyo primer punto programático es la defensa de los símbolos nacionales y, en especial, el cumplimiento de la Ley de Banderas en espacios públicos.