Cuantísimo daño han hecho el verbo «empoderar», el adjetivo «empoderado/a» y el sustantivo «empoderamiento». Son palabras relativamente modernas, por lo menos en su uso abusivo. Cuando del comportamiento humano se trata, hay que echarse la mano a la cartera cada vez que alguien inventa un término: puesto que, en última instancia, no hay nada nuevo bajo el sol en cuanto a lo que deseamos, sentimos o nos alienta, rara vez no es de latón lo que se acuña, y rara vez no es un caballo de Troya.
Eso es sin duda lo de empoderar gente: una estafa y una tomadura de pelo. Se «empodera» a quienes no se quiere ceder el poder ni reconocer la autoridad, y no existe más que eso en lo colectivo y humano, poder y autoridad; el resto es filfa.
— Quiero que se me respete, tomar más decisiones y contar con más recursos.
— Nada de eso. Pero voy a empoderarte.
Qué hábiles estos contemporáneos aqueos. Servidor ha leído de todo a estos ladinos empoderadores. Talleres para mujeres empoderadas, y «Mujeres empoderadas desde el ser», un «manifiesto sobre el nuevo feminismo» de una experta en comunicación mexicana. Mucha tela que cortar; mucho business. Un coach de esos que lo mismo vale para un roto que para un descosido —«agitador de conciencias», se autodenomina— imparte algo llamado «7 Claves para empoderar a los ciudadanos». Una gerente de marketing declara: «Empoderar a los colaboradores es clave para el éxito de la organización». «5 Pasos para empoderar a la gente que te rodea», publican desde la Escuela de Riqueza (sic). «8 Pasos para ser una persona empoderada», publica otro coach ejecutivo. Etcétera.
Se «empodera» a quienes no se quiere ceder el poder ni reconocer la autoridad
«Solo un profesorado empoderado puede transformar la Educación». Palabra de Andreas Schleicher, director de Educación de la OCDE, al que sigue nuestra ministra Alegría: «La reforma de la carrera docente que está llevando a cabo el Ministerio de Educación y Formación Profesional tiene por fin empoderar a maestros, maestras y profesorado». Interesan mucho estos ejemplos porque marcan la pauta del empoderamiento: se hace siempre a espaldas de los interesados. Nadie habla con los profesores. Portavoces de organizaciones ideológicamente afines son invitados a comer y a hacerse fotos; pero al profesorado, ninguneado, exhausto, desprotegido, nadie lo escucha. Los gritos ahogados de quienes lideran las aulas son fruto de su falta de autoridad; de la que también son culpables, por supuesto, por haber contemporizado con los gobiernos y renunciado a su lucha, eminentemente política: nada afecta más a la democracia que la educación. Pero eso sí; ahora serán, les guste o no, empoderados.
La autoridad en una clase es del maestro; la razón es que suyas son casi todas las responsabilidades
El poder y la autoridad existen desde que el mundo es mundo. Sus contornos psicológicos y sociales se conocen de sobra, y lo que hay que hacer es compartirlo, cuando es una cuestión de equilibrio de intereses (poder), y reconocerlo, cuando es una cuestión de legitimidad (autoridad). La autoridad en una clase es del maestro; la razón es que suyas son casi todas las responsabilidades. Por eso hay que protegerlo de agresiones, honestar su libertad de cátedra y proveerlo de los medios adecuados. Fundamentalmente, hay que dejar que haga su trabajo, y respetarlo, más que nada respetarlo. «Empoderar» no es un paso intermedio para eso, sino una treta de trileros.
Hay «cuentos educativos para empoderar», «frases para empoderar a los niños» y «técnicas de empoderamiento infantil para subir la autoestima»; está en lo más alto, lo de empoderar a menores. «El empoderamiento infantil permite guiar al niño para que conozca sus propias habilidades y todo su potencial de forma integral», leemos en hacerfamilia.com. Ya ven: no se trata de ninguna cuestión moral, sino de prepararlos para el mercado de trabajo (donde serán, de nuevo y como los raiders, empoderados). Nótese que la autoestima siempre pulula por estos lares. Mucho mejor convencer a la gente de que su objetivo es quererse, no les vaya a dar por respetarse, por hacerse valer y no tolerar que la mangoneen. No queremos a muchos capaces de enfrentarse a los abusones —no queremos valientes—, sino gente empática que grave las agresiones y deje el asunto en manos del Estado.
Porque lo que no vamos a hacer ni locos es fortalecer a la gente, ni a la chica ni a la grande. No queremos niños ni adultos fuertes. ¿Hemos perdido la cabeza? Ciudadanos fuertes auguran problemas, exigencias, críticas, inconformidades; las y los fuertes siempre están armando gresca. Por si fuera poco, la fuerte y el fuerte prefieren hablar de sus deberes, que rigurosamente cumplen, y no se los puede engatusar con sus derechos. La fortaleza o la entereza han existido siempre, pero ya no nos sirven: detraen súbditos y es gente a la que no se le puede vender terapias, ni clínicas ni políticas. Mucho mejor la «resiliencia», es decir, las tragaderas.
En el empoderamiento hay un trasvase gracioso, condescendiente: el Ministerio de Educación, profesores, os empodera. Y a las mujeres, quienes no tienen intención alguna de compartir con ellas el poder, las empoderan. El empoderamiento es el poder fake de los objetos directos, la autoridad fake de quienes vamos a impedir que sean sujetos de su historia. En cambio, la fortaleza y la valentía son las características esenciales de las personas libres. No queremos que haya mucha de esa gente: gastan poco y obedecen menos. Queremos que haya muchos débiles, y a continuación decirles que es porque están mentalmente trastornados y necesitan ser salvados, digo empoderados.
La fortaleza y la valentía son las características esenciales de las personas libres
No queremos que circulen demasiados caracteres fuertes, gente que no se doblega ni acata dócilmente las agendas. Los empoderados aplauden y agradecen; los fuertes no acatan. ¿Qué pasaría si el demos (la gente) recuperase el kratos (el poder) y acabase con este simulacro de democracia en el que la casta política organiza espectáculos mediáticos diarios, no rinde cuentas y ha volado los puentes que la unían a la ciudadanía? ¿Qué ocurriría si los norteamericanos leyesen de nuevo a Lincoln en Gettysburg declarar que lo que una nación honorable exige es «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» y lo comparasen con Washington y su mercado persa? ¿Y qué ocurriría si los demás nos aplicásemos el cuento?
Bienaventurados los débiles, porque ellos serán empoderados.