Omar Estancio,
No había terminado de desembarcar, cuando el balsero fue capturado por los ceñudos oficiales del servicio de guardacostas local. Inexplicable, cómo aquel hombre, en solitario, con embarcación tan precaria, desde Cape Cod, MA, había logrado tocar puerto en Cayo Mambí, extremo oriental de la isla de Cuba. Más de 1.500 millas marinas a remo o, a puro pulmón, es una proeza imposible de emular.
¡Estos gringos! Hacen cualquier cosa por abandonar su patria y venir a matar el hambre a nuestra próspera Revolución. Pero la ley es la ley “¿Yo-no-hablar- spanish? ¿Eh?” -remedó al cuasi náufrago el comandante de aquel pelotón- ¡Me importa un cipote, míster, que usted no entienda el español! Así que, te vamos a conducir, esposado, al Centro de Detención de Inmigrantes ilegales más cercano y de allí, directo, de regreso a tu país, en una de nuestras masivas deportaciones de tus compatriotas.
En la frontera colombo-panameña, las cosas iban peor ¿Recuerdan, los amables lectores, cuando a los sueños de unir el Continente, desde Canadá hasta la Patagonia, a través de la “Carretera Trasandina” se le interpuso la que fue una de las áreas más inhóspitas del Planeta? Pues lo que no pudieron hacer los bulldozers ni demás maquinaria pesada, lo hicieron los “citizens”, en estampida. Aplanaron el temible “Tapón de Darién”, a pie, en burro, bicicleta, en patineta, buscando refugio en Caracas, sin parar mientes, que en esta última seguía aferrada una taifa de “narcotiranuelos”.
Antes de la debacle, había a lo largo y ancho del vituperado “Imperio” 4.360 entre universidades y colleges; 5.916 instituciones para cursar postgrados; alrededor de 10.000 bibliotecas públicas; 2.130 orquestas sinfónicas (de estas últimas, 213, tan solo en California y 63, nada más que en Massachusetts).
Ese y cualquier otro bagaje valioso, no sirvieron en lo absoluto ¿No pudo producir, aquella formidable maquinaria de formación profesional y ciudadana, dos candidatos de mediana edad, no digamos total, pero, aunque sea, razonablemente idóneos, para competir por la jefatura de Estado?
En definitiva, se lanzaron por la Presidencia un par de ancianos, achacosos, periclitados, incapacitados para el oficio, al extremo que, según los sondeos, más del 60% de los electores, se consideraba en el disparadero, no de elegir el mejor, sino el menos malo.
Irrelevante sus laureles pasados. Lo que contaba es que para entonces los dos honorables aspirantes eran unos carcamales. El uno, con notorias desmemorias; el otro, presa de un narcisismo senil que lo impulsaba a decir o hacer, cuanto le viniera en gana. “¡Ninguno de semejantes patriarcas aguanta un electroencefalograma!” le escuché, socarrón, a un renombrado psiquiatra. Si al primero le enrostraban un “tardo socialismo” ramplón, al segundo le acusaban de cierto embeleso por un asesino serial entronizado en Moscú. Tráfico de influencias y corrupción asociada con el abuso de Poder, eran los señalamientos más menudos contra el hijo del primer vejete y contra uno de los yernos, del segundo vejestorio. Teníamos casi un siglo escuchando que el Imperio se desmoronaba, que se extinguía, que colapsaba, pero, esta vez, la cosa pareció ir en serio.
La primera potencia, no es Venezuela, respondieron muchos con displicencia cuando fueron advertidos que se acercaban al precipicio. Igual replicamos que “Venezuela no era Cuba” cuando nos alertaron a los venezolanos, lo deletéreos que resultan, ciertos caprichos en la política.
En cuanto al articulista, promete que “colgará los guantes” a la edad de 110 años, porque como lo hemos comprobado la justicia ¡jamás! comienza por casa.