JAUME VIVES,
«Palermo es una mierda. Pero le dije que por lo menos el hotel fuera una pasada, así que daba al mar, aunque mi habitación daba al aparcamiento… Era la mejor habitación del hotel pero yo no quería tres salones, quería una ventana que diera al mar. Mi novio es gilipollas».
Así contaba una joven de treinta y pico años a sus amigas su fin de semana. Ni siquiera sus vacaciones. Sólo había sido el fin de semana. Yo estaba atónito. Pobre novio, es lo primero que pensé, y pobre hijo, lo segundo. Al parecer acababa de ser madre de su primer hijo, esa era la razón que congregaba a esas tres treintañeras (todas madres primerizas) en el mismo bar donde yo tenía una reunión: mostrar a sus respectivos hijos.
De lo estúpidos que eran sus novios pasaron a comentar el baby bótox que se habían aplicado, que al parecer es una técnica que consigue resultados suaves y retrasa la aparición de las arrugas. Presumían de lo poco que se les notaba, y cada una contaba dónde se lo había aplicado. Aunque, y perdón por la maldad, por mucho baby bótox que se quiera, su cara de estiradas era difícil de disimular.
Eran tres niñas malcriadas de treinta y pocos años con su primer hijo allí plantado y sus novios currando para pagar hoteles lujosos pero, cuando llegaron las chicas filipinas del servicio a recoger a los niños, bien que se hicieron llamar «señoras». ¿Señoras? ¡Las señoras son otra cosa! Cuánto daño puede hacer el dinero en manos equivocadas. Al que lo tiene y al que está cerca.
Me da lástima ser tan duro, pero en ellas se veía todo artificial. Desde la sonrisa hasta la amistad que parecía unirlas. Y por supuesto el trato a las nannys.
Si no hubiera allí tres bebés, habría pagado por conocer a sus novios y decirles que huyeran corriendo, pero habiendo descendencia sólo puedo rezar para que la vida no las destruya por completo a ellas y para que sus hijos consigan esquivar el futuro que parece esperarles.
Vivir de cara a la galería suele convertirte en una suerte de rey Midas, consiguiendo que todo lo que tocas se convierta no en oro sino en fango. Está muy bien tener hijos, está muy bien ir a Palermo, está muy bien arreglarte, está muy bien que te ayuden en casa, pero todo esto que está muy bien puede ser un verdadero infierno para ti y para los que te rodean si lo vives sólo por la historia de Instagram. Porque te dejará siempre insatisfecho y luego lo pagarás con el prójimo. Ni lo vivirás intensamente ni dejarás vivirlo al resto.
Y no os quepa ninguna duda de que la protagonista de nuestro artículo grabó todos los rincones de su suite de lujo con una sonrisa, aunque fuera fingida y tuviera que esconder la ventana que daba al aparcamiento para que sus followers, entre los que seguramente haya 0 amigos, no vieran que su novio era gilipollas. O quizá el gilipollas no era él.
Creo que es importante contar esto porque, en el mundo de las redes sociales, en el que prácticamente todos estamos inmersos, es importante mantener la cabeza y el corazón en su sitio, pues cualquier día se le ocurre a una decir que su novio es gilipollas, y ese ya es un síntoma inequívoco de que la enfermedad ha hecho mella.
Lo bueno es que siempre estamos a tiempo de descubrirlo y cambiar. Pero para eso hay que tener amigos que, ahora sí, puedan decirnos ante una actitud como la de estas tres jóvenes: «Pero ¿tú eres gilipollas?». Esa sería una enorme muestra de caridad por su parte.