Ramón Peña,
A LAS ARMAS
17/7/2023
El delirio territorial y étnico de Vladimir Putin lo llevó a una de las apuestas más desatinadas en la historia de la guerra. Lo que imaginó sería un blizkrieg sobre Ucrania, se le ha convertido en una pesadilla militar interminable, desmoralizante para su propia gente. Pero además, su aventura ha provocado la consolidación y ampliación del poder bélico de todos sus contendores.
Vilnius, capital de Lituania, antigua tributaria de la Unión Soviética, a escasos kilómetros de Rusia, ha sido sede de una cumbre histórica de la OTAN, la de mayor trascendencia desde su fundación en 1949. En este evento, aumentó a 32 el número de países signatarios con la significativa incorporación de Finlandia y Suecia. En el mismo, todos se comprometieron a llevar los presupuestos de defensa a un mínimo equivalente a 2% de su PIB. Un aumento ostensible, que en algunos casos duplica el gasto actual, destacándose Alemania, que observaba una economía pacifista desde el fin de la II guerra mundial. El apacible Japón, invitado a la cumbre, también oponente de Putin, adoptó el mismo baremo de gasto.
En las últimas tres décadas, la OTAN venía derivando en reliquia de la extinta guerra fría. Donald Trump cuestionó como dispendioso e innecesario el aporte de EE.UU. para su existencia, seguramente por su presunción de inocentes intenciones por parte de su goodfellow del Kremlin. Pero el ex KGB y su ejército teñido de maleantes mercenarios, han dado razones para considerar a Rusia como una amenaza existencial a largo plazo y justificar este enorme gasto en armas.
Lo deseable sería que los excedentes financieros del mundo desarrollado, en lugar de armamento, se volcasen en recursos para el crecimiento socioeconómico de las regiones desheredadas del globo… Esperemos que esta inversión bélica, al menos, sirva de elemento disuasivo de nuevas conflagraciones y no sea meramente de provecho para el conglomerado mundial de vendedores de armas.