Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, conocidos sus horrores y los peligros de una nueva conflagración mundial (especialmente por el uso del poderío atómico), la creación de las Naciones Unidas constituyó un foco de esperanza para toda la humanidad. Parecía que se había comprendido la importancia de la colaboración entre las naciones y que se podían establecer mecanismos civilizados en la búsqueda del progreso de todos los pueblos. A pesar de las diferencias y conflictos entre diversos países la ONU logró definir, en este siglo, diecisiete objetivos comunes para el desarrollo sustentable, que en la práctica podrían reducirse a tres: superar la pobreza, alcanzar una existencia digna para todos y mantener la supervivencia del planeta.
Para lograr los dos primeros es esencial la energía. Para lograr el tercero es igualmente esencial proteger el ambiente. Para hacerlo hay que eliminar al máximo posible la contaminación ambiental y limitar el calentamiento global. Esto representa un dilema puesto que la producción y el uso de energía (ya sea que provenga de fuentes renovables o no renovables) generan, en mayor o en menor grado, contaminación (siendo las fuentes más contaminantes el carbón, el petróleo y el gas natural, en ese orden, que constituyen más del 80% de la energía que consumimos). Lo mismo ocurre con los desechos de los productos que usamos para tener un mejor nivel de vida (como plásticos, latas y baterías), si no se disponen adecuadamente.
Según estiman los expertos, para alcanzar una existencia digna los habitantes del planeta deberíamos consumir lo equivalente a la energía que suministran unos 16 barriles de petróleo por persona y por año. Actualmente el consumo de energía en Norteamérica es el triple de esa cantidad, en Europa es casi el doble, mientras que, por ejemplo, en América Latina está bastante por debajo y en países como Venezuela difícilmente alcanza la mitad, como ocurre en África.
Por otra parte se viene observando un aumento del calentamiento de la tierra, lo que ha despertado las alarmas de la comunidad internacional, por la coincidencia entre dicho aumento y el de las emisiones de gases de efecto invernadero proveniente de la actividad humana, lo cual ha llevado al denominado Acuerdo de París del 2015, donde las naciones se han comprometido a mantener el crecimiento de la temperatura en menos de 2°C respecto a los niveles pre industriales.
Esto nos lleva a buscar un delicado equilibrio que permita, simultáneamente, lograr el progreso de la humanidad, especialmente de los países menos desarrollados, y la conservación del planeta. Para eso se requiere un cambio de mentalidad, tanto en los dirigentes, como en la población, y ese cambio de mentalidad es imposible sin una educación y concientización masiva de todos los sectores. Lamentablemente en su solución se entretejen muchos intereses de todo tipo, especialmente políticos, económicos y sociales, principalmente de las grandes potencias, de las grandes corporaciones y de las agendas ideológicas.
En medio de esto la sociedad civil tiene, quizás por primera vez en la historia, la oportunidad de expresarse, hacer valer sus derechos y organizarse de una manera efectiva para defenderlos, pero para hacerlo es necesario comprender el problema, sus causas raíces y sus posibles soluciones. En futuras entregas discutiremos esos aspectos.