miércoles, diciembre 25, 2024
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Entre las revoluciones: las conservadoras

Luis Beltrán Guerra,

La humanidad lleva largo tiempo en la búsqueda de criterios racionales sobre “la derecha” y “la izquierda”. Puede afirmarse que, hasta la fecha, las diatribas han estado en una especie de “sube y baja”, sin llegar a su fin. Más bien, prosiguen, y hasta con un sentido desdeñoso: el “derechista” se considera más ecuánime que el “izquierdista”, a quien califica de “desacoplado comunista”, mientras que este último llama al primero “burgués, rico y reaccionario”. Se habla también de “demócratas de derecha y de izquierda”, categorías que miran más bien hacia el socialismo, definido como “un sistema de organización social y económica basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y distribución de los bienes”.

No olvidemos que, en lo que respecta a “nomenclaturas”, la creatividad humana ha sido intensa y dinámica, superando las denominaciones tradicionales que aprendimos en la escuela, como “sujeto, verbo y predicado”.

Con estas palabras, el profesor Juan Martínez inicia su clase en la Cátedra “El Socialismo de Cristo” del Foro de Sao Paulo. El lugar es la Universidad de Pinar del Río, en Cuba. Martínez se graduó como sociólogo en la Universidad Bolivariana de Caracas, aunque no logró su doctorado en la Universidad Javeriana de Colombia. Es autor del libro ¿Qué es el progresismo?, una obra que no tuvo el éxito de ventas esperado. Frustrado por esta situación, solía repetir de memoria las páginas de su obra durante sus clases. Así fueron sus lecciones, hasta que su esposa, la chilena Julieta Sepúlveda, asumió el cargo por disposición de las autoridades universitarias, convirtiéndose en la titular de la cátedra.

La profesora, de rostro hermoso, estatura alta y figura atractiva, inicia su clase de cinco horas, que va desde las 7 hasta las 11 de la mañana, de lunes a sábado, tal como acordó con la universidad, que valoraba su seriedad en la enseñanza. “Buenos días, estimados estudiantes”, dice, “aquí me tienen, asumiendo el compromiso de mi esposo, lamentablemente aferrado a análisis tradicionales del mundo”. Abre y cierra con desdén el libro ¿Qué es el progresismo? de Juan Martínez, que coloca irónicamente en su bolso de material académico. Añade: “Cerrado y oculto por vetusto el análisis de este texto, acudamos al aggiornamento. ¿De acuerdo? ¡Adelante!”. La respuesta de los estudiantes es unánime y optimista.

El prestigioso académico Daniel Bell, profesor en Harvard, escribe El fin de la ideología, un planteamiento que Francis Fukuyama, letrado en universidades prestigiosas de EE. UU., también retomó. El mensaje era claro:

La historia debe concebirse como un proceso evolutivo
A lo largo de los años, la historia ha de revelar un resultado, positivo o negativo
Para Fukuyama, en el momento en que escribe su ensayo, “la democracia liberal” se había convertido en el régimen más adecuado para gobernar en la mayoría de los países.
“¡Así se da una clase!”, se escucha en la mitad del aula.

“Preguntémonos, queridos estudiantes, sobre la racionalidad de la apreciación de Fukuyama respecto a un supuesto final de la evolución ideológica mundial. Pero además, ¿en qué criterios se fundamenta?”. Muchos analistas sostienen que “las ideologías” siguen vivas y vigentes, y que de vez en cuando surge una nueva locución para describirlas. “En estas lecciones”, promete la profesora, “saldrán doctores en el tema”.

Para nosotros, después de un análisis profundo, el planteamiento de Fukuyama “limita nuestra capacidad exhortativa de provocar, remover y poner a prueba las convicciones, así como el debate de las ideas”. La afirmación de que “estábamos llegando al punto final de nuestra evolución ideológica” resulta, como mínimo, contradictoria. Según la gramática, ideología es el “conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad, época o movimiento cultural, religioso o político” (Diccionario de la Real Academia Española). Este planteamiento, en mi criterio, es un grave error.

La profesora Sepúlveda lo afirma con su acento chileno, conservado a pesar de haber vivido en California, donde se doctoró en Berkeley y se casó con un venezolano. A menudo revisaba diccionarios para entender los motivos de su matrimonio, corroborando que la elección de pareja debe ser pragmática. Identificaba tres categorías:

Amigo íntimo, compañero inseparable
Persona de bajo estrato social, marginada.
Tonta o de escaso entendimiento.
Cada vez que cerraba el diccionario con más rapidez, se desesperaba, pues no entendía cómo, en su enamoramiento con Juan Martínez, solo se había fijado en la primera categoría, desechando las otras dos. Bromeaba sobre si esto sería determinante para el avance de los pueblos.

Fukuyama planteaba que la “universalización de la democracia liberal occidental” era la consolidación de un sistema político fundamentado en la libertad, lo que la profesora considera cierto, pero impregnado de un profundo “retoricismo”. Aunque constituyó un paso importante, no fue el final de la historia. Las evidencias incluyen países con democracias estables, como EE. UU., que hoy sufre una democracia sacudida por conflictos políticos. “Los Padres Fundadores deben estar viendo todo desde otro mundo, buscando tickets para regresar y arreglar los entuertos”, dice con humor.

En países como España, más de la mitad de los jóvenes votaría por partidos de derecha, y según el Financial Times, sucede lo mismo en EE. UU., Alemania y el Reino Unido. Ernesto Bohoslavsky y Magdalena Broquetas mencionan que muchos políticos e intelectuales que apoyaron las dictaduras de los años 70 y 80 en América Latina reformularon sus discursos y lograron impulsar una derecha neoliberal.

La profesora hace una breve pausa para leer el libro El constitucionalismo fundacional del colombiano Isidro Venegas, quien sostiene que “las constituciones fueron pensadas como una catapulta para propulsar la ruptura con el viejo orden”. Julieta pregunta: “¿Realmente se alcanzó eso? Nuestra respuesta es que ni remotamente”. Aunque algunos intentos son más esperanzadores que otros, ella concluye que el análisis de Fukuyama sigue siendo limitado.

Para cerrar, menciona a Miguel Jiménez, periodista de El País, quien reflexiona sobre las “revoluciones conservadoras” en EE. UU., citando cómo el Tribunal Supremo ha llevado a cabo lo que llama una revolución conservadora. “¿Acertará Jiménez al hablar de revolución conservadora? ¿Será conservador o demócrata?”.

Finalmente, la profesora pregunta a sus alumnos su apreciación de estos cinco días de clases, despidiéndose entre vítores. Una estudiante divorciada se acerca y le pregunta: “¿Qué tal el profesor Martínez?”. La respuesta de Julieta, entre risas, es: “Lo mantengo, aunque somos abismales, como la democracia, en un ‘sube y baja’. Lo llamo ‘el papagayo’”. La estudiante le da un abrazo.

Fuente: Panampost

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