Luis Beltrán Guerra,
El alboroto es definido por la RAE como “vocerío o estrépito causado por una o varias personas”. Y también “desorden, tumulto, asonada, motín, sobresalto, inquietud y zozobra”. En otras fuentes más ambiciosas de la lingüística se le equipara a “jaleo, griterío, vocerío, algazara, bulla, bullicio, batahola, zipizape, follón, algarabía, jarana, guirigay, gresca, rifirrafe y escándalo”. Y a manera de ejemplo “Se armó un alboroto de Padre y señor nuestro”. “El alboroto” es, en consecuencia, algo complicado y así es “el mundo”.
Acudiendo a las religiones encontramos afirmaciones reveladoras de las complejidades. En efecto en “Bibles for América” se pregunta, ¿Qué significa estar en el mundo pero no ser del mundo?, respondiéndose: “En la Biblia, la palabra griega “cosmos” —”mundo” en español— “es el sistema establecido por Satanás para impedir que las personas vivan para Dios”. Y también, se acota “Dios nos dio un mandamiento sólido e incondicional respecto al mundo en 1 Juan 2:15: ‘No améis al mundo’, pues nos engaña y distrae”. La palabra santa pareciera, pues, corroborar la apreciación de que “el mundo, cuánto menos, alborotado está”.
Pero lo más preocupante es que si descendemos del cielo a la tierra la angustia se convierte en agonía. La desesperación, hasta justificada, de la gente por abandonar sus países escamoteados por dictadores, en las potencias tanto grandes como medianas la posesión de armas nucleares, la Corte Suprema en los EE. UU. se pronuncia en contra de la llamada “legislatura estatal independiente”, que podría haber cambiado el signo de futuras elecciones, The National Rifle Asociation creada en el Siglo XIX ha dejado de ser un “grupo recreativo” y se opone a un riguroso control en la venta de armas, las cuales caen en manos de personas desorientadas causantes de crímenes intolerables. Byung-Chul Han, un reconocido filósofo, relata la crisis de la democracia, convertida hoy en infocracia, atribuida al mundo digital cuyas noticias de odio son determinantes en la opinión pública apartándola de providencias conscientes. Da la impresión de que somos un montón de gente, donde nos miramos los unos a los otros sin saber a quien acusar y defender. Una especie de “vorágine”, alimentada por una inocultable “anarquía”.
A “las Américas”, tanto a las del centro, como a las del sur, se les dibuja prácticamente convertidas en colonias de Rusia, el país más grande del universo, y de China, que abarca como se lee una doceava parte de la longitud del mundo, mencionando muy particularmente a la pobre Cuba y a la dañada Venezuela, países con una diversidad desastrosa de problemas, que con excepción de las presuntas riquezas de sus geografías, ya bastante malgastadas, uno no comprende, por lo menos, el viaje tan largo desde la lejana Asia a fin de jurungar qué pueden hacer por acá. La razón que se esgrime, realizar “inteligencia” en los EE. UU., dada la cercanía con el “gigante del norte”.
Un porfiado observador, en principio, se preguntaría ¿no tendrán acaso los chinos y rusos sus propios problemas para abandonarlos en procura de resolver el de otra gente? ¿O acaso estaremos regresando a las ya antiguas conquistas. Mejor expresado, “antiguallas”?.
En el enredo una calificación no del todo seria de los gobiernos, forzados a entrar en el útero de los movimientos políticos creados a lo largo de la historia, como si estos fueran carcazas, lo cual debe tener bastante “sicalípticos” a sus fundadores. Izquierdas y derechas, comunismos y socialismos, las menciones más comunes, con la consecuencia de que sus ductores, más que decepcionados, moran con una acentuada cólera incluyendo a aquellos ya enterrados, quienes la expresan hasta desde el infierno, si es allá donde se encuentran.
En la prensa acaba de aparecer un listado de “Los diez pensadores que más influyen en la izquierda”, resultado de encuesta realizada por Ideas: Karl Marx, Judith Butler, Antonio Gramsci, Thomas Piketty, Michel Foucault, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Jürgen Habermas, Karl Polanyi y Walter Benjamin. Podría ser otra lista, pero es esta la que ha surgido y da una idea del ambiente intelectual de la izquierda en la tercera década del siglo XXI. A las puertas se quedan nombres que bien podrían estar dentro: Noam Chomsky, Nancy Fraser, John Maynard Keynes, Chantal Mouffe, Ernesto Laclau, Mariana Mazzucato, Simone Weil, Silvia Federici, David Harvey, Donna Haraway y Slavoj Zizek. Una decena de genios. Del lado de la derecha, Alexander Gaulan y Alice Weidel, Alemania, Jussi Halla-ajo, Finlandia, Mateo Salvini, Italia, Viktor Orbán, Hungría, Marine Le Pen, Francia y Santiago Abascal, España.
Humanos son y con sus virtudes y defectos. Tienen responsabilidad en “el alboroto”, lógicamente.
Muchas otras apreciaciones, para mencionarles demandarían bastante tinta y papel. En ellas, algunas: la apatía electoral, elegir idiotas y vagabundos, la democratización de la homosexualidad, un señor llamado Bezos que paga enormes cantidades de dinero para ver el espacio en no más de cinco minutos y la discusión si es más millonario que George Soros, Elon Musk y Warren Buffett, en principio, el más serio de todos. Hoy y a diario la moral de Donald Trump y Joe Biden. Es una humanidad que deambula entre una mínima bondad y una maximización de la intolerancia, por no decir, de la perversidad.
Los capítulos que hoy potencian el desastre son de la más variada índole. Entre otros, la guerra declarada entre los republicanos y demócratas en EE. UU. en los periodos presidenciales de Donald Trump y Joe Biden, la invasión por parte de Putin a Ucrania, en principio bajo el argumento de que a Rusia no le conviene tener en la punta de las narices a la OTAN, las hambrunas creadas por regímenes corruptos y las consecuentes migraciones en procura de una mejor vida en otros países, la prostitución del sector castrense a fin de comprarles el apoyo a gobiernos ineficaces, la multiplicación de los aspirantes a gobernar, sin saber en qué consiste, el dinero público en manos de mercaderes para sus propios beneficios, las ambiciones personales, frente a las cuales eso que denominan “patria” ha pasado a ser una consigna mal usada en procura de los sufragios de la ignorancia. Y finalmente, la ausencia de ciudadanía, columna vertebral de las democracias.
Estaría mucho más incompleto este ensayo, si no se menciona a míster Yevgeny Prigozhin, para “the media”, apodado “el chef de Putin”, por atender el catering para el gobierno ruso (el Kremlin). Se le describe como hombre de negocios y criminal convicto. Jefe del grupo Wagner al cual, mediante una especie de “comodato”, se le encomienda la prestación de servicios militares en Rusia, así como en Siria, Libia, Centroáfrica y Malí.
Se le considera una de las mayores organizaciones militares privadas del mundo. Los pleitos entre Prigozhin y el ministro de la Defensa con motivo de la invasión a Ucrania, generaron el último alboroto de los recientes días y nada más y menos que en Rusia, donde en principio la regla para existir es como la que se vive en las salas de radiografía: “respire, no respire, puede respirar”.
Da la impresión de que con fundamento en esta narrativa, resulta cuesta abajo no preguntarse:
¿Será acaso verdad, repitiendo la apreciación escrita al comienzo, de que el mundo “es el sistema establecido por Satanás para impedir que las personas vivan para Dios”?
Y que por ello es ¡un alboroto!