¿Hay en Argentina 45% de pobres? Esto es lo que dicen las cifras oficiales. Sin embargo, con el gobierno de capa caída, un aliado insospechado le dio letra a Alberto Fernández, que al final lo terminó escuchando. Se trata del abogado y analista Carlos Maslatón, que por diferencias con Javier Milei terminó apoyando a Sergio Massa en las últimas elecciones. Hacia el final del proceso electoral, el influencer, que para algunos es liberal, para otros, peronista y para varios las dos cosas, hizo una defensa de la actual situación económica que ni siquiera el oficialismo se animó a esbozar. Maslatón dijo que había mucho menos pobres que los que el INDEC señalaba y que, además, estaba mal medida la pobreza. Como si fuera poco, se animó a manifestar que en país existe “pleno empleo”.
El argumento “más papista que el papa” no fue replicado por el Vaticano argentino de la Casa Rosada kirchnerista, hasta ahora. Antes de abandonar el poder (el 10 de diciembre le tendrá que poner la banda a Milei) Alberto Fernández se animó a subirse al argumento maslatoniano y, ya sin mucho que perder, repitió las dos cuestiones más importantes: que en Argentina la pobreza es mucho menor y que no está medida de manera correcta. No fue tan lejos para asegurar lo del pleno empleo.
Sin embargo, acá esto es tan cierto como mentiroso. Hay algo de razón en el argumento y bastante de falacia. Repasemos los dos puntos importantes de este asunto: si vamos a la RAE, la primera cuestión que se le asocia al término de pobreza es la escasez. Ya con otras definiciones encontramos lo relacionado a las necesidades básicas insatisfechas de una persona o un hogar. Es cierto que, en Argentina, en definitiva, no hay medio país pasando hambre y es probable no haya una sola persona entre 12 y 80 años sin un teléfono celular en la mano.
Entre la generosidad de la economía de mercado, el resultado que ofrece la tierra más fértil del mundo y el asistencialismo gubernamental, se puede ver que, tal cual dice Maslatón, no hay medio país pasando hambre. Al menos no con niños de la barriga inflada, como recordamos en tantas fotos de las zonas más pobres de África. Si hay una proporción de la sociedad en la indigencia total en provincias feudales kirchneristas, como el Chaco, donde suelen ser noticia las muertes por hambre de niños que sufren las más extremas necesidades.
Sin embargo, nadie puede negar que el país está empobrecido. Ni hablar de la indignación que genera saber que se está en un territorio con un potencial descomunal, capaz de alimentar a cientos de millones de personas.
Que en el país no haya media población pasando hambre no quiere decir que se esté en una buena situación. Para empezar, ha desaparecido la clase media. Puede que la gente que camine por las calles en su mayoría no sea “pobre” según ciertas definiciones, pero, después de toda una vida de trabajo, los argentinos padecen situaciones que no deberían. Todos recordamos la entrevista a un abuelo en una carnicería, que contaba que podía darse el lujo de comer “un churrasquito de carne por semana”. No hace falta agregar que los jubilados, si no cuentan con una ayuda de sus familiares, no podrían bajo ningún punto de vista mantenerse con sus ingresos. Como reconoció Cristina Kirchner, estamos en un momento de la historia, donde una buena parte de los trabajadores formales padece los coletazos de lo que se denomina “pobreza”. Es decir, argentinos en relación de dependencia que no llegan a fin de mes. Algunos tienen que tocar sus ahorros y otros están endeudándose para comprar la comida en el supermercado.
Este país se ha convertido en un sistema de castas, donde no existe la movilidad social ascendente. Los que están arriba son muy pocos y gozan de un sistema que no pondrá en riesgo su posición: políticos, empresarios prebendarios, sindicalistas y “dirigentes sociales”. Un médico, que trabaja de sol a sol seis días por semana, no tiene el nivel de vida que podría tener un enfermero en un país con una economía medianamente civilizada.
Los que deciden trabajar con todo en contra están expuestos a condiciones inhumanas en el transporte público y a sacrificios que solo permiten la mera subsistencia. Cada vez más “gustos” de la “exclase” media se convirtieron en lujos, que no pueden darse más de una vez por mes. Comprarse una vivienda y acceder al crédito es imposible. Encima la burocracia le pone más palos en la rueda, como la irresponsable ley de alquileres que destruyó el mercado inmobiliario.
La degradación de este modelo económico, político y social, tiene su peor cara en materia de inseguridad. A cualquiera de nosotros nos pueden matar por la calle, solo para quitarnos un celular que será revendido por monedas. Entrar a la casa y bajar del auto es una lotería y todo el mundo vive con el corazón en la garganta. Esto sin contar los padecimientos económicos, que se traducen en serios problemas psicológicos y de salud en argentinos que no pueden más con su vida.
Lo que no advirtieron, ni Maslatón primero ni Fernández después, es que este sistema, que puede que no tenga a medio país con hambre, pero que nos tiene a todos empobrecidos, se mantendrá igual hasta que no haya una reforma radical. Lo peor que podemos hacer es conformarnos con las migajas que tenemos. Además, ya sabemos que este modelo no va a hacer otra cosa que hacerlas cada vez más chicas. Argentina está para mucho más.