Luis Beltrán Guerra,
La historia muestra que la humanidad ha luchado arduamente para alcanzar el mayor grado de desarrollo, un esfuerzo descomunal con altos costos. Podemos imaginar que ha navegado y continúa haciéndolo en un barco con capitán y tripulación en un vasto mar. Las deficiencias son muchas y para algunos son responsabilidad del capitán, de la tripulación, del barco o de las olas encrespadas en un océano tormentoso. Otros opinan que la metodología diseñada y puesta en práctica también tiene su parte. El “jocoso” diría que no es un barco, sino varios trasatlánticos de diferentes nacionalidades compitiendo por adueñarse del mundo.
Para encontrar respuestas al título de este ensayo, recurramos al libro “Estado de Crisis” (2016) de Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni. Bordoni, especialista en la sociología de la cultura y docente en las universidades de Pisa y Florencia, sostiene que “crisis” es una palabra frecuentemente repetida en los diarios, televisión y conversaciones cotidianas. Se utiliza para justificar dificultades financieras, incrementos de precios, descensos en la demanda, falta de liquidez, imposición de nuevos tributos o la suma de todo lo anterior. En lo económico, se identifica como “freno de las inversiones, disminución de la producción y aumento del desempleo”. Bordoni cita como “la más grave de la modernidad” la crisis de 1929, que provocó el colapso de las bolsas y una cadena de suicidios. Esta situación compleja y contradictoria deriva de una combinación de causas y efectos, resultando en un embrollo de problemas e intereses en conflicto. Bordoni se refiere a la “crisis del Estado” y pregunta: “En el siglo XXI, ¿qué reemplazará al Estado-nación como modelo de gobierno popular? No lo sabemos”.
Algunos hemos estudiado las leyes en sentido formal, buscando su utilidad para una sociedad lo más igualitaria posible. Creemos que las normas que alimentan una constitución, código o regla de derecho deben ser mecanismos para el desarrollo de los pueblos. Una mayor objetividad y sinceridad en la aplicación de las reglas llevaría al triunfo de los pueblos. La justicia en los tribunales es una mínima partícula indispensable para la quietud y el progreso humanos. Sin embargo, es crucial revisar el desarrollo humano integral para generar políticas que logren una humanidad menos desigual. Como dice Sergio Fabbrini en “El ascenso del Príncipe Democrático”, la fuerza del líder y su Ejecutivo debe encontrar su correlato en las instituciones públicas y sociales que deben controlarla.
El sociólogo británico Colin Crouch destaca que debemos contrarrestar los planes lucrativos del capital globalizado, detener la degradación laboral, reducir la polución, evitar el despilfarro de recursos naturales y acabar con la creciente brecha entre ricos y pobres. Estos son los mayores desafíos para la democracia contemporánea.
Encomendarnos a Dios es una obligación. Por la patria y por quienes la conformamos. Es cierto que estamos en crisis y desde hace mucho tiempo. Luchar de la mano del Todopoderoso es un deber insoslayable.
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