lunes, diciembre 23, 2024
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Esto tiene arreglo

Preparaba una charla sobre consejos precipitados para jóvenes columnistas todoterreno. Mi mujer miró mi decálogo por encima de mi hombro y se extrañó: «¿No vas a decirles que lo fundamental es ser un absoluto irresponsable?». A ella, tan concienzuda, todavía le pasma que yo tenga que mandar mi artículo en tres horas y me esté tranquilamente leyendo la Divina Comedia sin la más mínima idea de lo que voy a escribir. Como siempre, tiene razón. La irresponsabilidad es indispensable. He conocido columnistas estupendos que han dejado el oficio porque les aplastaba el compromiso de escribir para tantos lectores con plazo de entrega y extensión fijada. A mí, verdaderamente, plim.

Cuando escucho que «el Estado de las Autonomías» ya no tiene vuelta atrás, pienso en los Reyes Católicos desmochando torres por doquier, y me parto de risa

Es bueno que así sea, primero, para aguantar la presión de la actualidad que no para y, segundo, porque muchas veces lo que uno tiene que aportar de nuevo no lo encuentra repasando ansiosamente las últimas noticias. Así, hoy vengo a hablar del Cardenal Cisneros, porque, mientras el mundo, de Londres a Moscú pasando siempre por Roma, se agita, yo estaba absorto y deslumbrado con la espléndida biografía que le dedicó Luys Santa Marina.

Pero ¿tiene algo que ver con la actualidad política, porque para hablar de libros ya está nuestro estupendo suplemento cultural Ideas? ¡Pues claro que tiene que ver y nos lo explica Julián Marías en España inteligible, otro libro vintage! El reinado de Enrique IV el Impotente fue desastroso: «Una desmoralización general, en todos los sentidos de la palabra. Nada se respeta ni parece respetable. Hay negatividad, chabacanería…». A lo que hay que sumar hambrunas, desórdenes, rebeliones de los poderes locales, insolencias del moro, descomposición eclesiástica, etc. ¿Les suena de algo? Sin embargo, en unos pocos años, los del reinado de Ysabel y Fernando, España se convierte en la nación más poderosa del mundo, la más inquieta intelectualmente, la más unida, la más innovadora, la de una iglesia más reformada. Bastaron unos gobernantes íntegros e inteligentes y unos pocos colaboradores insobornables para obrar ese asombroso salto histórico desde la postración a la elevación, sacando las energías ancestrales del pueblo español (oh, qué buen vasallo cuando tiene buena señora y señor, tanta monta…). Cuando escucho que «el Estado de las Autonomías» ya no tiene vuelta atrás, pienso en los Reyes Católicos desmochando torres por doquier, y me parto de risa.

Como ahora estamos postrados en todos los órdenes, nos urge recordar que esto tiene arreglo y cómo se produjo el milagro. En esa historia, el Cardenal Cisneros fue una pieza fundamental, que puede enseñarnos, como poco, tres cosas.

1) No tenía ningún interés en la política. La reina Ysabel lo tiene que sacar a rastras del monasterio para que sea su confesor y, más tarde, perseguirlo por los caminos a mano armada para que acepte el arzobispado de Toledo. Su caso concuerda talmente con una idea indispensable de Nicolás Gómez Dávila: «Entre los vicios de la democracia hay que contar la imposibilidad de que alguien ocupe allí un puesto importante que no ambicione». Debemos encontrar vías para que los mejores, aunque se resistan —que si son los mejores se resistirán—, presten abnegado servicio al bien común.

2) Cisneros aparece en escena con cincuenta años. Cincuenta años, además, de entonces. Con el juvenilismo imperante y el conflicto generacional de ahora, lo habrían dejado en su celda del monasterio por boomer o lo habrían prejubilado. Necesitamos valorar a las personas por sus talentos y no por sus datos circunstanciales. Todos han de sumar, los jóvenes y los mayores.

Y 3), Cisneros fue un incansable partidario de la batalla cultural. Por supuesto que cuidó de la hacienda real y de la organización del Reino con todos los avíos administrativos, pero, a la vez y con más alma, cuidó que no se perdiese el rito mozárabe. Estaba particularmente atento a los símbolos. Con finura espiritual, cambió el signo de la Inquisición de la cruz latina a la cruz de san Andrés: «Para que no fuese la cruz de Cristo tenida como señal de oprobio» Tras la toma de Orán, consagró como iglesias dos mezquitas, a Santa María la que fue tomada sin sangre; la otra, escenario de fieras luchas, a Santiago, «que ya estaba curado de espantos».

Con energía, inteligencia y fidelidad a los principios, todo tiene arreglo

La ilusión de su vida fue editar una Biblia Políglota, en la que perdió muchísimo dinero, pero la economía no es lo único que importa y el resultado tuvo una inmensa trascendencia cultural y religiosa. Fundó una universidad, la Complutense, excelente y moderna. Cuando el rey francés Francisco I la conoció, «no comprendía cómo en un puñado de años un fraile había hecho lo que en París tardaron siglos los Reyes de Francia». Allí estudiaron Cervantes, Mateo Alemán, Lope, Tirso, Calderón de la Barca, Quevedo, Mariana, Arias Montano, Suárez, Juan de Ávila, Tomás de Villanueva, José de Calasanz, Ignacio de Loyola, etc.

Todo esto hay que leerlo con un ojo en nuestra actualidad, tan impotente como el reinado de Enrique IV. Ponderemos en cuánto tiempo (poco) y cuántas personas (muy pocas) le dieron la vuelta a la nación como a un calcetín. Hemos de admirarlos, pero para aprender de paso. Con energía, inteligencia y fidelidad a los principios, todo tiene arreglo. El derrotismo es, además de muy aburrido, una muestra penosa de falta de lecturas.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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