RICARDO RUIZ DE LA SERNA,
El lunes pasado Mateusz Morawiecki, primer ministro del gobierno de Polonia, visitó la Universidad Ruprecht Karl de Heidelberg, la más antigua de Alemania y una de las más prestigiosas de nuestro continente, para impartir una conferencia sobre el futuro de Europa. Estructurado en torno a las cuatro cuestiones que considera más importantes para el futuro de Europa, el discurso versó sobre qué nos enseña la historia de Europa, la importancia de la lucha de Ucrania contra Rusia, qué son los valores europeos y qué los amenaza en la actualidad y, a modo de conclusión, cómo puede adoptar Europa el papel de líder mundial. Durante su intervención, que duró poco más de una hora, tuvo palabras lúcidas y valientes sobre lo que significa nuestra civilización.
En efecto, a propósito de los valores europeos, el primer ministro polaco habló sobre las raíces grecorromanas y cristianas de Europa: «Su historia no comenzó hace unas pocas décadas. Europa tiene una antigüedad de más de dos milenios. Europa brota de la herencia de los antiguos griegos, los romanos y la cristiandad. Estas son nuestras raíces, brotamos de ellas, no podemos romper con ellas. No hay Europa sin las altísimas catedrales góticas ni los edificios de las universidades. Europa siempre se ha elevado sobre las alas de la fe y la razón. Y la universidad, modelo de educación creado en Europa, se ha extendido por todo el mundo. Esto sucedió porque la Universidad europea era un espacio para la discusión y la confrontación de ideas opuestas, el entorno más adecuado para descubrir la verdad. No debería haber sitio en Europa para la censura o el adoctrinamiento ideológico. Ya hemos atravesado eso en el pasado, cuando las autoridades comunistas nos decían qué pensar. Esto lo experimentaron también los alemanes en tiempos de Hitler, cuando quemaron los libros de los autores librepensadores. Europa debería ser una catedral del bien y una universidad de la verdad».
Les ruego que disculpen lo prolongado de la cita, pero estas líneas son balsámicas y necesitamos escuchar más mensajes como éstos en nuestro malherido continente. Años de pensamiento único, de corrección política y de «cancelación» han terminado asfixiando el debate intelectual en Europa. La jerga política ha convertido el discurso en un ruido de fondo que oculta la realidad en lugar de revelarla. La expulsión de Dios de la vida pública y de la discusión académica ha cegado la visión que la fe ilumina.
Las palabras de este polaco me han recordado las de otro compatriota suyo que, en su viaje apostólico a España en 1982, llamó a nuestra civilización a regresar a sus raíces: «Yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades».
Más de cuarenta años después, otro polaco ha venido a recordarnos a los europeos que, sin la libertad, sin la fe y la razón, sin la herencia fabulosa que hemos recibido, nuestra civilización se vuelve irreconocible.
He aquí lo que están sintiendo millones de europeos. Alienados por un modelo que sociedad que pretende imponerse contra la tradición, manipulados por campañas tendentes a crear necesidades y explotar miedos —no se pierdan los esfuerzos por hacer apetecibles los insectos o aterradores los vehículos a diésel— y cada día más extraños en nuestros países, cada vez son más los que sienten que algo ya no funciona en la Unión Europea y que es necesario reconducirla a la razón y a la historia, es decir, a sus tratados fundacionales. A propósito de esto, Morawiecki hizo un llamamiento a la cordura: “Revisemos los ámbitos bajo la autoridad de Bruselas y, guiados por el principio de subsidiariedad, restablezcamos un mayor equilibrio. (…) Reduzcamos el número de áreas bajo competencia de la UE, así la Unión, incluso con 35 países, será más fácil de navegar y más democrática”. Frente a la deriva federalista, burocrática y autoritaria de la actual Unión, necesitamos regresar al espíritu de los “Padres de Europa”, que jamás quisieron la desaparición de los Estados nacionales ni la disolución de la soberanía. Terminó con palabras esperanzadas, pero realistas: “Estoy profundamente convencido de que, si trabajamos duro en nombre de nuestros respectivos países y del continente en su conjunto, Europa prevalecerá. Europa saldrá victoriosa”.
Queda, sin embargo, asumir la magnitud de ese esfuerzo. Buena parte de las políticas que hoy se pretenden imponer a los Estados amenazan la soberanía cuando no pretenden directamente suprimirla. La revuelta campesina en los Países Bajos es sólo un ejemplo de las protestas que vienen. Europa nació fundada sobre la dignidad del ser humano, sobre la libertad, la razón y la fe. Ese es nuestro camino y no deberíamos apartarnos de él.