MIQUEL GIMÉNEZ,
Se indignaba el otro día un quídam en las redes sociales por felicitar estas fechas señaladas diciendo «feliz Navidad». El pensamiento woke como siempre está en primera línea cuando se trata de erradicar cualquier vestigio de tradición cristiana. Al responderle una persona con la suficiente paciencia para enseñar al que ni sabe ni quiere saber diciéndole que la palabra Navidad tiene su origen en Nacimiento, de ahí celebrar la Natividad de Jesús, el acémila dijo que Jesús no existió jamás, que de haber nacido en Belén sería hoy palestino, que imponer una festividad religiosa sectaria (sic) era fascismo y no sé cuantas barbaridades más. Digo barbaridades porque ya no se trataba de sentimientos religiosos sino de un mínimo conocimiento histórico y cultural. Y de odio. De mucho odio.
Lo cierto es que el simple hecho de que naciera un niño en un establo, en la más absoluta precariedad, y que años más tarde lo asesinaran clavado en una cruz por predicar el amor entre todos los seres humanos no despierta la menor empatía entre los adeptos a la nueva religión mundialista, que se felicita el Solsticio de Invierno sin el menor aspaviento o relega al concepto burocrático de vacaciones por fiestas a un hecho trascendente que modificó —y todavía modifica— el curso de la historia: el Advenimiento del Niño Dios. Los falsos eruditos dicen que tal cosa no está documentada y, para ser unos escépticos, empiezan a sacarte papeluchos de otras religiones y te empachan diciendo que si el nacimiento de Mitra, que si Osiris y Anubis, que si los Anunakis en Sumeria, que si los cosmonautas extraterrestres nos visitaron para instruirnos o, incluso, crearnos. Pero cuando les dices que son libres de creer en lo que quieran, incluso en un Dios con escafandra y platillo volante y que allá ellos con sus manías estrafalarias, se hacen los ofendidos y dicen que eres un facha oscurantista y que si la Iglesia ha matado a tanta gente y todo eso que ya sabemos.
Yo creo que, fe por fe, la divinidad católica es mucho más, si se me permite la incongruencia, humana que la de todos esos que precisan de extraterrestres, cultos arcaicos y especulaciones francamente dignas de una novela de ciencia ficción. La Biblia es ya en sí misma un enorme misterio como para ir buscando en otros lugares, singularmente el Antiguo Testamento. Porque el nuevo, el del Niño que nació en Belén es simplísimo de descifrar aunque terriblemente difícil de llevar a cabo. Amaos los unos a los otros. Si deseas vivir con arreglo al mismo no precisas códigos, rituales ni tampoco cosmonautas. Sólo es menester encender la luz que nos da esa chispa divina que llevamos dentro e iluminarnos a nosotros y a los demás. Es mucho más temible y difícil para esos sinsustancia hacer eso que envolverse en sus solsticios y tonterías pseudo científicas.
De ahí que les felicite de todo corazón estas Pascuas y les desee que la Buena Nueva de Dios llegue a sus corazones. Y sin solsticios, que no son precisos.