Si de algo estábamos seguros es de que el «método DeSantis» crearía escuela. Nos referimos a la iniciativa del gobernador republicano de Florida, recién confirmado por las urnas en las elecciones de medio mandato, de enviar cincuenta de los ilegales que le llegaban al estado al lugar más exclusivo de todo Estados Unidos, Martha’s Vineyard, que, como feudo demócrata, presumía de su acendrado amor por los que cruzan la frontera por las bravas.
Esos cincuenta ilegales provocaron una verdadera crisis en la aristocrática isla, un auténtico ataque de nervios que duró menos de 48 horas, cuando se llevaron a los recién llegados a una base del Ejército, y demostró lo que la derecha lleva décadas denunciando de la exquisita izquierda «woke», a saber: que son un puñado de privilegiados que imponen a los demás cargas que no están dispuestos a llevar ellos mismos.
Y decimos que ha creado escuela porque viene a ser lo mismo, mutatis mutandis, que acaba de completar la primer ministro (sic) italiana, Giorgia Meloni, con el Gobierno francés. Pero recapitulemos para entender el asunto de este culebrón. Europa es víctima complaciente de una serie de supuestas ONG que se dedican a recoger inmigrantes en alta mar después de haberse coordinado con las mafias correspondientes de tráfico de personas, a modo de servicio de teletaxi marino, procedentes de lugares tan remotos culturalmente como Bangladesh, Pakistán, Eritrea y el África subsahariana. Los traficantes los dejan en el mar, informan a los barcos de estas ONG de dónde dejan a sus clientes -mucho más cerca de las costas de origen que de las de destino-, y estas naves los llevan a las costas de Italia y los dejan allí, para engordar la creciente población de indocumentados en Europa.
Esta gigantesca estafa a la ley lleva funcionando prospera y tranquilamente desde hace tiempo, especialmente después de que Matteo Salvini dimitiera hace ya años como ministro del Interior en el Gobierno de Conte. Con consecuencias ruinosas, sin entrar en la sustitución demográfica a largo plazo, el Gobierno debe pagar por el bienestar y manutención de estos recién llegados, y resignarse a los efectos secundarios de inseguridad ciudadana y deterioro creciente de sus ciudades, convertidas en campamentos improvisados.
La Unión Europea está encantada con esto, y aunque la teoría es que los países deben compartir la carga que representa esta invasión pacífica, la realidad es que unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Los países a donde llegan los inmigrantes suelen quedarse con ellos, en realidad. E Italia ha sido uno de los más castigados en este sentido.
Y en esto llegó Meloni y mandó parar. Así que cuando llegó a sus puertos uno de estos barcos hasta arriba de subsaharianos, lo reenvió al puerto francés de Toulon, cumpliendo sus promesas de campaña y, a la vez, haciendo un tácito homenaje al gobernador de Florida, Ron DeSantis.
Y con idéntico resultado: como los millonarios progres de boquilla de Martha’s Vineyard, Francia se retractó de su acuerdo con la Unión Europea para recibir inmigrantes, con el fin de asegurarse de que no llegaran más barcos de inmigrantes a sus puertos desde Italia. Que el «Welcome Refugees» está bien como consigna, pero como realidad empieza a ser inasumible. Que se los queden los italianos.
Pero Meloni no es de las que soportan en silencio este tipo de hipocresías. Más bien, al contrario. Y, conociendo bien la hipocresía de Macron, empeñado en quedar bien sin pagar el coste, hizo unas incendiarias y encendidas declaraciones públicas. Giorgia habla como hablan los romanos de clase trabajadora, es decir, sin pelos en la lengua. Se le entiende todo. No se ha limitado a exponer la hipocresía gala en este caso concreto, sino que ha ampliado el foco, recordando que el país mantiene un control neocolonial sobre sus antiguas posesiones africanas, con un absoluto dominio financiero y monetario, mientras presume de santidad multicultural y «diversa». No sé si, después de esto, Macron querrá volver a por más.