Gústele o les disguste a los sectores oficialistas y opositores que la adversan, para desgracia de la tan necesaria unidad que requerimos, lo único cierto es que en los círculos mediáticos, políticos, diplomáticos y de gobiernos que se solidarizan con la lucha del pueblo venezolano contra la dictadura castrocomunista de Nicolás Maduro, no existe otra referencia opositora de mayor e indiscutible valía, fuera del diputado y presidente interino de Venezuela Juan Guaidó, que la líder del partido Vente Venezuela y de la alianza opositora Soy Venezuela, María Corina Machado. No solo por representar la única alternativa de quienes compartimos una posición liberal y no comulgamos con el socialismo de todo matiz que arropa a Guiadó y a los sectores que lo respaldan, sino por los grandes atributos que la caracterizan: su coraje, su inquebrantable voluntad de lucha, su venezolanidad, su cultura y su savoir faire.
Junto a Antonio Ledezma y a Diego Arria, las otras dos grandes referencias de la oposición democrática en el mundo, particularmente en Europa y los Estados Unidos, María Corina Machado es la figura femenina que un importante sector venezolano considera la estadista que bien podría dirigir los destinos de la nación al momento de liberarse de las cadenas que la aherrojan. Su sola presencia garantizaría las mejores relaciones con Occidente. Ella es, posiblemente, la ficha más importante con la que contamos los venezolanos para asumir la apasionante aventura de nuestra liberación. Y representa a quienes defendemos nuestra única forma de vida posible: bajo el imperio del libre mercado, vale decir: en democracia y libertad.
Conscientes de la necesidad de formar gobierno en el más breve plazo, hubo quienes le propusimos a Guaidó públicamente tomara las urgentes y necesarias medidas en ese sentido y se uniera a María Corina Machado –y al mundo liberal democrático que ella representa– en una poderosa alianza de gobierno. Ella ya había dado el primer paso: sin otra obligación que su imperativo categórico de dotar a la oposición de una figura de relieve para encabezar su larga marcha hacia la libertad, abogó con todas sus fuerzas por la aplicación del decreto 233 Constitucional y se presentó el 23 de enero de 2019 en solitario a demostrarle su respaldo para proclamarlo presidente interino de Venezuela. Mayor prueba de lealtad y respaldo, imposible. Su apoyo generoso y desinteresado no encontró contrapartida. Para infortunio de nuestros esfuerzos liberadores. Y satisfacción de la vieja guardia de la politiquería nacional.
Por lo visto, las presiones en contrario por parte de los viejos y nuevos partidos del sistema, el establecimiento cuarto republicano interesado en la cohabitación con el régimen, el establecimiento de una suerte de Sexta República y la defensa de un cambio lampedusiano –cambiar todo para no cambiar nada– pesaron más a la hora de las grandes definiciones estratégicas, que el intento por asumir las profundas transformaciones en su sistema de dominación que María Corina Machado, Antonio Ledezma y Diego Arria representan. Pudiéndose agregar a grandes figuras intelectuales y políticas del quehacer nacional, como Allan Brewer Carías, Asdrúbal Aguiar, Humberto Calderón Berti, Oswaldo Álvarez Paz, Miguel Rodríguez, Blanca Rosa Mármol de León, Enrique Aristeguieta Gramcko, Fernando Gerbasi, Gustavo Coronel, Enrique Colmenares Finol, Iván Carratú Molina y tantos y tantos otros. Ninguna señal en contrario más notable y negativa que la destitución sin la más mínima consideración a las normas diplomáticas de Humberto Calderón Berti al frente de la embajada interina en Bogotá. Una medida rechazada por todos, que dejó de manifiesto que una mano indeseable movía los hilos del interinato. Que haya sido precisamente el presidente de Colombia, Iván Duque, quien le llamara la atención a su desencuentro con María Corina Machado da cuenta del trágico error que supuso dicha medida. Y la necesidad de superarla del único modo posible: dando inicio a serias conversaciones entre la dirigente de Vente y el diputado de Voluntad Popular.
Sería trágico que la incomprensión de la profunda crisis por la que atravesamos y las mezquindades y pequeñeces tan propias de unas élites nunca a la altura de las circunstancias, impidieran una alianza tan necesaria. La historia nos plantea el reto: no asumirlo significaría traicionar nuestras aspiraciones libertarias.
Fuente: PanamaPost