Andrés Villota Gómez,
Cada discurso de Gustavo Petro se convierte en una medición del coeficiente intelectual de sus más fieles seguidores y asesores; un encefalograma permanente que el presidente les hace durante sus múltiples y frecuentes viajes a los más ignorantes del mundo, quienes, cuando lo aplauden y ovacionan, demuestran su poca actividad cerebral.
Ningún militante de la ultraizquierda colombiana quiere aceptar el estruendoso fracaso de Gustavo Petro, porque aceptarlo es reconocer que su proyecto de vida fue un perfecto y rotundo fracaso. Perdió toda su vida creyendo en la perorata de frases sin sentido y afirmaciones sin ningún tipo de asidero en la realidad, dichas por una persona que padece un trastorno llamado logorrea.
Gustavo Petro padece de una locuacidad exagerada, un flujo verbal inagotable y desordenado que se manifiesta especialmente durante estados maníaco-depresivos, lo que le hace perder la capacidad de comprender el significado de las palabras y perseverar en la repetición. Esto suele aparecer en personas drogadictas en el momento inicial de la traba.
Ejemplos de los síntomas de su desorden mental, podemos encontrar por montones. Los colombianos deben permanecer pobres porque, sí se enriquecen, se vuelven de extrema derecha y se van a vivir a Miami, dijo Gustavo Petro en una entrevista que le concedió a la irreverente comunicadora social Carolina Sanín. O, en un discurso en una guarnición militar, propuso que, si dejan de llamar crimen a los crímenes, se acaba el crimen.
Los comunistas, Hitler, Mussolini, Perón y Petro, coinciden en el supremacismo intelectual. Los seres superiores no tienen contradictores, no tienen rivales políticos. Anulan el disenso, la pluralidad y la diversidad. Esto explica que siempre se rodeen de gente bruta, tarada y promueven la ignorancia entre la sociedad para hacerla dócil y fácilmente manipulable.
Fomentan la corrección política para asegurar que nadie va a decir la verdad, mostrar la realidad y eliminan la polarización que es el sistema de frenos y contrapesos de la opinión pública, porque obligan a todos a repetir lo que los supremacistas quieren que los demás repitan, sin dejar espacio para que piensen, razonen o se formen un criterio informado.
Casos como el de una abogada, que cuestionó a su madre, por no estar de acuerdo con Gustavo Petro sin tener razones válidas, según ella, para cuestionarlo. E inició una campaña en las redes sociales, atacando a todos los que no están de acuerdo con su líder supremo, restándole importancia y valor a los argumentos documentados porque, su mamá, tenía amigos terroristas del M-19 y, por eso, ella se tenía que quedar callada para no cuestionar a sus amigos.
La frase de consuelo favorita, frente al caos que se apoderó de Colombia, es decir que, por lo menos, no gobierna la extrema derecha. O que los burócratas del actual gobierno roban, porque en el pasado los burócratas de otros gobiernos, también robaron, por ende, tienen todo el “derecho” de robar a discreción y sin recibir sanción o castigo alguno.
En medio de los ataques severos de logorrea, Gustavo Petro utiliza un lápiz Mirado No.2, cómo una especie de cetro que le otorga el poder para decir imbecilidades sin que su auditorio se burle y, al final, lo aplauda y ovacione. Sus asesores le ubican en el mapa de Colombia, los lugares en dónde sus habitantes tienen menor grado de escolaridad o son analfabetas. En esos lugares, Petro manifiesta su logorrea con mayor intensidad.
Petro, convirtió su enfermedad en un barómetro para medir el grado de imbecilidad de los colombianos, lo que le asegura la permisividad para seguir realizando todas sus fechorías, sin que exista algún acto de repudio o de cuestionamiento a su labor cómo presidente de Colombia.
Esto se extiende a los burócratas y presidentes de las compañías en las que el Estado colombiano tiene la mayoría accionaria. El Canciller, por ejemplo, es un exconvicto ignorante en política exterior, en relaciones internacionales, en diplomacia, en protocolo y en ceremonial de Estado.
Los presidentes de las empresas dedicadas a la industria de oil & gas, son pobres diablos sin fama o fortuna, que los designaron en esos puestos tan importantes para que, en medio de su brutalidad e ignorancia, no se opongan a las órdenes que reciben de su líder supremo y puedan, fácilmente, lograr la escasez de gasolina para aviones, entre otras muchas aberraciones corporativas.
Claro, esta medición la puede hacer cualquiera, cuando se da cuenta que la sociedad colombiana cree que el hombre que tiene Petro por amante, que se disfraza de mujer, es una mujer que puede quedar embarazada, que puede amamantar a su hijo y hasta puede ser la primera dama, cómo anuncia el primer caballero amante de la nación en sus redes sociales.
Petro destrozó a Colombia. La economía colombiana implosiona, mientras la diáspora de los colombianos más productivos, aumenta todos los días. El saqueo a las arcas públicas es permanente, sin que alguna institución pueda hacer algo para evitarlo. Su equipo de gobierno es un grupo de delincuentes que, más que ministros, embajadores y burócratas, parecen personajes sacados de la saga de El Padrino.
Sin embargo, en medio de este panorama catastrófico, Gustavo Petro advierte que la sociedad colombiana lo volvería a escoger como su presidente, muchas veces más. No se equivoca. Solo en sociedades primitivas, atrasadas y subdesarrolladas, como la colombiana, un enfermo de logorrea puede ser considerado cómo el líder supremo y absoluto. Los colombianos se encuentran a años luz de entender que Gustavo Petro tiene una triple logorrea.