MANUEL AGUILERA,
El 24 de febrero de 2022 es una triste fecha grabada en nuestra memoria. Ese día se inició la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso después de fracasar todas las llamadas a la cordura y las presiones a Vladimir Putin por parte de los países occidentales.
Hay quien asegura que a Putin -por decirlo coloquialmente- se le veía venir. Abusos de poder, corrupción, desapariciones misteriosas de enemigos, incursiones militares… Todo bajo la permisividad de UE y EEUU que siempre presumieron al líder del Kremlin una legitimidad democrática que realmente no poseía. Tom Burgis, corresponsal de investigación del Financial Times y autor de Kleptopia, es una de esas personas que no descubrieron a Putin en febrero de 2022 sino que llevaban años denunciando sus desmanes y acusando a los países democráticos de mirar hacia otro lado por conveniencia económica. Burgis siempre mantuvo que “para hacer frente a la cleptocracia de Putin, primero debemos dejar de ser cómplices de ella”.
Sin embargo, siendo ya un hecho consumado la invasión de Ucrania y descartada una intervención militar que podría desencadenar una apocalíptica tercera guerra nuclear, la UE y EEUU optaron por la sanciones económicas para frenar las ansias expansionistas de Putin. Washington encabezó los esfuerzos internacionales por imponer castigos a empresas e individuos rusos, incluido el presidente Vladímir Putin y toda una serie de oligarcas en los que se apoya el régimen. Miles de entidades y personas se han visto afectadas en lo que son algunas de las medidas más duras impuestas en la historia contra una gran economía. Sin embargo, hasta el momento esas sanciones no han causado el efecto devastador esperado en la economía rusa, que el año pasado tan solo retrocedió un 2,1%. Proyecta además un crecimiento del 2,8% para este año y un 2,3% para 2024.
Esta semana, el Financial Times publicaba una entrevista con el oligarca ruso y uno de los hombres más ricos del país Oleg Deripska apoyaba la idea de que realmente las sanciones no han cumplido su objetivo y que la economía rusa no ha dejado de funcionar a los niveles que pretendían EEUU y sus socios.
El magnate ruso se declaró “sorprendido de que el sector empresarial en Rusia sea tan flexible. Estaba seguro que (por las sanciones) colapsaría poco más del 30% de la economía, pero no fue así”.
Reconoció que, aunque Moscú obviamente ha multiplicado su gasto militar y que se vio obligado a aplicar grandes subsidios, la economía privada encontró la manera de operar y lo está haciendo exitosamente. Es una muestra -para Deripska- de la resiliencia de la economía rusa a pesar del bloqueo de los mercados globales. En definitiva, argumenta que las sanciones económicas son una herramienta del siglo XIX, por lo que las esperanzas de que lleven a finalizar la guerra o a un cambio de régimen, están destinadas al fracaso.
Ya advertía Burgis que aislar la economía rusa para castigar a Putin no obtendría el resultado deseado, de alguna manera el contrario: “El peligro es que, al expulsar a más y más personas de la economía global, aceleramos la creación de una economía en la sombra. Los acuerdos que violan las sanciones internacionales pactados entre Irán, Venezuela y Rusia —cleptocracias con máscara islamista, socialista e imperialista, respectivamente— revelan que esta alternativa ya está tomando forma. Los líderes de la cleptocracia china aprovecharán esta oportunidad para reafirmar su posición a la cabeza de este nuevo orden”.
El ejemplo de Rusia pone claramente en duda, las políticas que desde la Casa Blanca se la juegan todo o nada a la imposición de sanciones. Porque al igual que en Rusia, en otros lugares como Venezuela tampoco han funcionado. Chris Sabatini, Senior Fellow de Chatham House afirma en un reciente artículo de opinión en Foreign Policy, que “el amor de EEUU por las sanciones será su ruina”. Sabatini argumenta que, en 2021, EEUU había impuesto sanciones a más de 9,000 empresas, individuos y sectores. En el mismo año, el Presidente Biden agregó 765 sanciones nuevas. En total, los países sancionados de una u otra forma por EEUU, comprenden un poco más de una quinta parte del PIB global.
Sabatini sostiene con buen criterio que, antes de imponer sanciones indiscriminadamente, se deberían de evaluar, a priori, las potenciales consecuencias.
Porque además centrar las políticas de castigo en las sanciones económicas a países que no respetan los derechos humanos y el orden internacional son una puerta abierta al victimismo y la demagogia. Si bien, el régimen cubano ha construido toda una narrativa sobre el embargo a nivel mundial, culpándolo de todo sus males, Maduro ha aprendido bien la lección y oportunistas como Alexandra Ocasio-Cortez se han subido al carro populista. La congresista demócrata aseguró en una entrevista en CBS con la intención de desacreditar a los republicanos: “Constantemente nos involucramos en una política exterior que llevó a la gente a nuestra frontera sur. Las sanciones estadounidenses originalmente diseñadas por Marco Rubio tuvieron un papel importante”, dijo.
En realidad, sus palabras tienen poca credibilidad porque las recetas republicanas y demócratas son muy similares a la hora de abordar problemas como el de Venezuela, Rusia y por extensión del eje del mal, Irán y China. Quizás haya llegado la hora de cambiar de estrategia que no es lo mismo que cambiar de principios.