jueves, octubre 3, 2024
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Imprimir votantes

David Cerdá,

De los autores de «diezmemos la educación para crear una juventud apolítica y acrítica, sin rastro de ética y dialéctica, pero atiborrada de homilías laicas» llega «hagamos que los chavales de dieciséis voten: es su derecho». Parece necedad y sarcasmo, pero es una evolución lógica de los acontecimientos: alguien ha estado repasando pirámides de población y encuestas demoscópicas y ha concluido que urge reclutar borregos, que habrá que buscar, si es preciso, debajo de las piedras. A sabiendas de que el juicio crítico en la educación de este país es zona siniestrada, nada mejor que acudir allí a recolectar votantes todavía más inmaduros, viscerales y manipulables.

Como a lo mejor no le resulta obvio, querido lector, me gustaría contarle en qué estado de maduración política está la mayoría de los españoles de hoy a los 18 años con mi experiencia en una asignatura de grado llamada, precisamente, Pensamiento Crítico. Resulta que a la gran mayoría de ellos soy yo quien les he de contar por primera vez en sus vidas —insisto: un mínimo de 18 años, algunos están en la veintena— qué significan, en términos políticos, derecha e izquierda. Lo hago pintando una línea en la pizarra y diciéndoles (no creo que se pueda ser más aséptico) que hay dos grandes principios morales indisponibles, la libertad y la igualdad de oportunidades, y dos grandes formas de contemplar la sociedad, como una serie de principios que hay que conservar o recuperar o una serie de conquistas hacia las que hay que progresar, y les digo que a primar los dos primeros asuntos se dirige la derecha, y a primar los segundos, la izquierda. También les digo que no son dos puntos opuestos e irreconciliables al modo de la estúpida guerra del bien contra el mal del muro de Sánchez, sino un continuo en el que hay infinidad de posiciones (teóricamente; otra cosa es lo que la realidad ofrece), y que hablando se entiende la gente. De hecho, añado que no se puede ser un ciudadano serio sin que te preocupen ambos derechos y ambas direcciones, a la conservación y el progreso, aunque eso no te conmine a ser «de centro», naturalmente. Pues bien: las caras de asombro que estas explicaciones mías de párvulos de razonamiento político despiertan son una impugnación clara del demencial intento de que voten los españoles desde los dieciséis años.

Pedir que te vote —«¡Votadnos a nosotros, que conseguimos que votaseis!»; por descontado— aquel a quien previamente has negado su capacidad de juicio es propio de sinvergüenzas. Y además, no es solo eso; también están las homilías laicas. Desaparecidas la ética y el pensamiento crítico de nuestro proyecto educativo, nos hemos dedicado en los últimos años a exponer a los chicos a muchos profesores ideologizados hasta la médula y a charlas ideologizantes. En cuanto a lo primero, y en cuanto a quiénes apoyan esta medida, hay que recordar que la docencia es mayoritariamente de izquierdas, como demuestra que la nefata LOMLOE campe a sus anchas sin protestas, frente a la que se montó con la también nefasta Ley Wert, por ejemplo. En lo que hace a lo segundo, los alumnos han recibido suficientes charlas sobre anticapitalismo o bajo la enseña «todos los hombres son violadores en potencia» para saber de qué va la vaina. Mentes en blanco y soflamas: que gran idea para procurarse futuros votantes. Lo de esta iniciativa de ahora es solo prisa por ordeñarlos.

Con todo, tampoco hay que descartar que la medida, de aprobarse, les saliese a sus promotores por la culata. Una de las glorias de la juventud, no siempre bien encauzada, pero muchas veces tirada con acierto, es la oposición al establishment; y hoy éste es sin duda woke y progresólatra. Como a mí sí que me gusta que la gente desarrolle un criterio propio poderoso (el que sea), y el establishment cambia pendularmente de bando, tampoco voy a aplaudir esta forma de que los chicos, cada vez en mayor número, «se hagan de derechas»; solo estoy a favor de que haya cada vez más verdaderos ciudadanos. No obstante, dicho queda que si algún día, Dios no lo quiera, la medida se aprobase, saltaría alguna que otra sorpresa.

Que la gente a la que se le llena la boca con «el problema de polarización que tenemos» apoye que voten los españoles desde los dieciséis años es un doble salto mortal de cinismo. Jóvenes que a esa edad viven en una actualidad nerviosa de redes sociales, ni un cinco por ciento de los cuales habrá leído jamás un ensayo político, jóvenes educados por los Fonsi Loaiza y Alvise Pérez de este mundo, ¿qué podría salir mal, en cuanto a que su voto fuera polarizado y polarizante? Hace treinta años, uno se exponía a bulos, naturalmente, si bien a una tasa razonable; hoy las mentes inmaduras chapotean constantemente en esos charcos, y rara es la vez que se enfrentan a discursos francos y hechos contrastados. Ahora les tocará, además, gambetear a estos que dicen enarbolar la pancarta de sus derechos, en realidad infames descuideros. Aquí lo que hace falta es gente que conozca, respete y quiera a los jóvenes, en vez de tanto canalla buscándose las habichuelas a costa de ellos.

Decía hace unas semanas un señor que lo mismo era titulado en un debate de televisión que la quiebra de las pensiones no era tal, porque los bancos centrales tenían la potestad de imprimir billetes y, así, atender todas las necesidades futuras que el demográficamente inviable sistema demandara. En esta línea parecen trabajar los que piden el voto para los dieciseisañeros: su propuesta es imprimir votantes. Una vez más, y sabiendo que en el mar revuelto de la derecholatría algo pescarán, intentarán contarnos que es una mejora del mundo porque es una ampliación de derechos —como siempre, sin su concomitante ampliación de responsabilidades—. Y si esta vez no va a colar no es por la convicción de los demás partidos, sino porque el bipartidismo de siempre sabe que apenas cuenta con tirón entre esos jóvenes, y por lo tanto no va a hacerse. Pero no dejemos pasar la ocasión de observar como la clase política sigue degradándose, trabajando cada día un poco más en sus chanchullos mientras evita cuidadosamente las cuestiones que a la mayoría de los ciudadanos nos preocupan.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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