Hugo Marcelo Balderrama,
La corrupción es uno de los tantos males con los que convivimos diariamente los bolivianos. El año 2022, en el Índice de Percepción de la Corrupción, el país se ubicó en el puesto 126 de 180 naciones estudiadas. A su vez, acumuló un total de 31 puntos sobre 100, una calificación crítica.
En Bolivia, nada se mueve sin que un funcionario nos pida plata para, irónicamente, “acelerar” nuestros trámites. Admitámoslo, ya hemos normalizado las coimas, los “regalos” y los sobornos.
Si bien, en especial, en épocas electorales, todos empiezan a hablar de la corrupción, nadie ha atinado con el origen del mal, por ende, no aciertan en el diagnóstico.
John Mukun Mbaku, economista, profesor universitario y asesor político, en su libro: The corruption in Africa, explica la corrupción como un tema de incentivos perversos. Es decir, que se da a grandes escalas cuando hay un grupo que ha capturado el poder político para obtener beneficios personales, pero no de manera honesta, sino jodiendo al ciudadano común.
Estos grupos no están, exclusivamente, dentro del aparato burocrático. De hecho, pueden ser sindicatos, gremios profesionales o cámaras empresariales que desde el sector privado usan su poder y conexiones para conseguir privilegios, mercados cautivos o subsidios.
Mukun Mbaku afirma que los monopolios son la forma más extrema de corrupción, pues vulneran todo el sistema legal y económico en beneficio de un grupo de empresas. Ergo, el monopolio no es una empresa grande, sino un grupo con la capacidad de agredir al sistema de libre competencia.
En 1912, Ludwig von Mises, en Teoría del dinero y del crédito, tomó como ejemplo a las empresas productoras de material bélico para explicar como ciertos grupos corporativos ganan con la inflación:
“Si, por ejemplo, se efectúa una emisión de papel moneda en tiempo de guerra, los nuevos billetes irán primeramente a los bolsillos de los proveedores de material bélico. Como resultado, las demandas de ciertos artículos por parte de estas personas aumentarán, así como su venta y precio, especialmente en tanto son artículos suntuarios. De este modo mejorará la situación de los productores de estos artículos; su demanda de otras mercancías también aumentará, continuándose de esta suerte el aumento de precios y ventas, distribuyéndose entre un número de artículos que aumenta continuamente, hasta que al fin alcanza a todos ellos. En este caso, hay algunos que ganan y otros que pierden con la inflación. Básicamente, los ganadores son aquellos que reciben el dinero fresco a un nivel de precios inferior”.
Si tomamos el caso que ejemplificó Mises, podemos deducir que los armeros siempre estarán interesados en incrementar el gasto militar, incluso en tiempos de paz.
No obstante, independientemente del sector, siempre aparecen cazadores de privilegios que buscan pegarse a las tetas del gasto estatal. Verbigracia, el 2021, la ONG FORES (Foro de Estudios sobre la Administración de Justicia) presentó un informe para la sexta ronda del Mecanismo de Seguimiento de Implementación de la Convención Interamericana contra la Corrupción (MESICIC) de la OEA en el que concluyó que Argentina es un paraíso para la corrupción.
¿Cuál era uno de los mecanismos más usados para beneficiarse de la corrupción?
Eureka, el gasto estatal en obras públicas, especialmente, en carreteras.
En efecto, la causa abierta por corrupción en la adjudicación de obras públicas contra Lázaro Báez fue la punta del ovillo para condenar a Cristina Fernández a seis años de cárcel.
Ahora mismo, con el extraño suicidio de Juan Carlos Montenegro de por medio, en Bolivia estalló un mega escándalo de corrupción ligado al litio. Al respecto, El deber, diario del departamento boliviano de Santa Cruz, en su editorial titulado: Litio, la vieja historia de la corrupción (23/04/2024), afirma que:
El estancamiento del proyecto del litio no es simplemente un fracaso económico, es un síntoma de un mal más profundo que aqueja a Bolivia: la persistente politiquería, la ineficiencia burocrática y la corrupción arraigada. Mientras los políticos se enzarzan en disputas partidistas y los funcionarios públicos se enriquecen a expensas del pueblo, el país se queda rezagado en un mundo que avanza rápidamente hacia la sostenibilidad y la innovación.
Concuerdo plenamente con el editorial. Empero, para terminar con la politiquería y la corrupción hace falta desmontar el Estado Plurinacional, liberar la economía y devolverle al sector privado el protagonismo en la creación de riqueza.
¿Pueden esas ideas prosperar en un país donde la dependencia estatal está tan arraigada?
No lo sé. Pero me alegra que, impulsado por la crisis moral y económica que nos toca vivir, esos temas ya se estén debatiendo en ciertos espacios públicos, especialmente, entre los más jóvenes.