sábado, noviembre 23, 2024
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Instituto nacional de vivienda

Enrique García Máiquez,

Acierta Santiago Abascal al responder a la promesa (reincidente) de Sánchez de construir viviendas sociales recordando quién las construyó de verdad: el Instituto Nacional de Vivienda, creado en 1939 y suprimido en 1977. No es una reivindicación nostálgica sino una crítica de rabiosa actualidad. ¿Qué han hecho después? La realidad es incontestable y la contestación todo el mundo lo sabe. 

Abascal no ha mentado a Franco, ni falta que hacía. Recordé una conversación con don José Jiménez Lozano. Comentábamos la costumbre de un buen y admirado amigo de meterse en todos los charcos ideológicos cada vez que arremetía contra la idea de que el el franquismo había sido un páramo cultural. Según Jiménez Lozano no hacía falta la mención frontal, porque la gente sabe echar muy bien sus cuentas. Por ejemplo, él había defendido recientemente la Biblioteca Básica Salvat de RTV, aquella colección literaria española, publicada por Editorial Salvat en colaboración con Alianza Editorial entre 1969 y 1971, y promovida por el Ministerio de Información y Turismo de España. Su catálogo había sido impresionante y puso la mejor literatura en todas las casas de clase media de España. No se necesitaba decir más.

Con la vivienda igual. De hecho, son los contrarios a la realidad histórica los que necesitan decir más y callarnos del todo. ¿O acaso las leyes de la memoria histórica no son el reconocimiento de una impotencia? Hacen leyes que decretan el olvido porque no han hecho una política que superase el pasado. Se conforman con quitar la plaquita del INV con el yugo, la casita y las flechas. Y nada más. Las casas no las tiran porque son las que hay.

La cuestión en el presente, sin embargo, es más complicada. No bastaría con dedicar buena parte del dinero que se va en el adoctrinamiento ideológico o en ministerios más inútiles a la vivienda social. Hay dos problemas anejos que conviene tener en cuenta.

El primero. Al no imperar la ley, el orden y las buenas maneras, las zonas de vivienda social se degradan inmediatamente. No era el caso de entonces, donde la población popular tenía hábitos de respeto, gusto de vivir en comunidad y, en seguida, sentido de su barrio. Las actitudes de hoy socavan las posibilidades prácticas de la vivienda social. Desde la especulación insolidaria a la falta de cuidado con las zonas comunes o la okupación. Sin encarar estos problemas es difícil que la vivienda social sea hoy una experiencia de éxito.

El segundo problema llueve sobre mojado. Es la economía. En un contexto de crecimiento económico, la vivienda social cuajaba en pocos años barrios amigables, de clase media, que mejoraban continuamente, porque sus habitantes ascendían laboral y socialmente. Si la economía vive un lento o no tan lento hundimiento, la degradación de la vivienda social se acelera, a pesar de la buena voluntad de sus habitantes. Porque siendo sus beneficiarios, como es lógico, la parte más débil de la sociedad, es la primera que sufre las consecuencias de la ruina, que se transmite directamente a sus barrios.

En consecuencia, el acierto de Santiago Abascal al señalar el éxito colectivo que supuso el instituto nacional de la vivienda es cuádruple. Por un lado, por supuesto, quedan en evidencia los grandes presupuestos fatuos de tantos años últimos. Luego, vemos la cobertura o complicidad de la memoria histórica, que en realidad quiere evitar a toda costa las comparaciones. En tercer lugar, señala una decadencia de lazos comunitarios y de hábitos sociales. Por último, muestra las consecuencias devastadoras del decrecimiento económico. Son cosas que alguien tenía que poner en el debate público. 

Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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