Biden dejó a cuadros a su audiencia en Connecticut y a observadores de todas partes cuando cerró un discurso declarando: «¡Dios salve a la reina, hombre!». Para, a continuación, como ya es la norma desde hace años, titubear confuso dudando de la dirección que debe tomar a continuación, como si el escenario fuera una selva en Borneo.
Terminar con un «¡Dios salve a la Reina!» se considera un broche adecuado, patriótico y digno para un discurso institucional. Pero quizá no lo sea tanto cuando la reina murió no hace ni un año, reina Carlos III, no eres británico, eres, de hecho, el presidente de Estados Unidos, acabas de hablar del control de armas y faltan muy pocos días para el Día de la Independencia con respecto a, precisamente, Gran Bretaña. Y esa ha sido la última de Biden que no, no está senil en absoluto.
Claro que hay explicaciones mucho más divertida que la que parece más evidente: Biden es un anciano de 80 años con demencia senil avanzada de la que da pruebas flagrantes una y otra vez, a pesar de que los medios y los comentaristas de campanillas hacen como que no notan nada raro, lo que resulta para el público tremendamente raro.
Y como no vamos a dudar a estas alturas de todos esos premios Pulitzer y prestigiosísimas cabeceras y cadenas, tendremos que buscar explicaciones alternativas. ¿Qué quiso decir el despierto y avispado Biden con ese grito de cierre? Quizá, a una semana del Día de la Independencia, quería expresar que, 247 años después, es el momento de reconocer que fue un error, y que vale la pena someterse a la Corona y pelillos a la mar, aquí paz y después, gloria.
O tal vez se trate de un mensaje en clave, un modo que ha tenido Biden de expresar que, como opina una nutrida cohorte de conspiranoicos en todo el mundo, sabe que la realeza británica controla secretamente todos los gobiernos del mundo.
Pero, claro, eso no explica por qué dijo «reina» y no «rey», aunque quizá se trate de un guiño a los partidarios de la teoría de que el sexo es un espectro y ninguno de nosotros es realmente varón o hembra del todo. Estamos en junio, después de todo, el Mes dedicado por entero a celebrar la Religión de Estado.