ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
He tenido que confirmarlo con varias fuentes para cerciorarme de que es verdad que el PP, que tiene mayoría absoluta en el Senado, ha cambiado el escudo de la institución. Casi me saco los ojos de tanto frotármelos por la incredulidad.
Permítanme que, como conservador recalcitrante, empiece por la pregunta que a mí me sale más naturalmente: «¿Para qué?». Con lo bien que se está sin hacer nada, quién pudiera… Ponerse a hacer cambios que no sean imprescindibles y perentorios no puede llevar a nada bueno. Dante Alighieri apuntó en la Divina Comedia que los que se mueven sin cesar en la cama son los enfermos, porque creen que un cambio de posición les aliviará el dolor, pobrecillos
Además, ya en contable, un cambio de éstos supone un dineral entre honorarios del diseñador, cambio de cartelería, de membretes, encargo de sellos, de carpetas, etc. Verdad que el dinero no es suyo, pero es nuestro. Cuesta trabajo creer ni el liberalismo de los que no ahorran presupuesto ni para no hacer tontunas.
Desde el punto de vista de la táctica política, es un disparate. Inmersos en una crisis institucional como la mayoría de nosotros no hemos vivido otra, cualquier frivolidad o gesto innecesario manda un mensaje equivocadísimo. A los propios, de que la situación no es tan grave. A los ajenos, de que te da lo igual ocho que ochenta. Que tú sigues por tu carril aunque se acabe el carril.
El carril, sí, pero ¿acaba el dislate aquí? No. La estética es esencial. Se tira a la basura un escudo solemne e histórico a cambio de un garabato colorado como hay cientos. Tan moderno que mañana será viejo. Encima se atreven a decir que cambian de tipografía porque la nueva «es un tipo de letra destinado a reducir el estrés visual».
Han preferido una tipografía sans serif, también llamadas de palo seco o sin gracias. Queda más redondeada, supongo que porque están convencidos de que lo importante es no tener aristas. Las letras con serif son mucho más bonitas, y encima en español son las tipografías con gracia. Así se llaman. El cambio de letra es una desgracia. Y un gafe, porque hablar de estrés desde el Senado, donde se lo toman todo, incluso un autogolpe de Estado, con una calma chicha, parece una burla y es un autoinsulto involuntario o una caricatura propia. El Senado, antes que nada, corriendo… ¡contra el estrés! Qué cosas.
Lo peor es que el escudo antiguo del Senado evocaba al de España, con sus regiones representadas y fundidas en un mismo emblema. Y llega la mayoría absoluta del PP y quita justo ahora justo eso. También tenía una corona, coronada por una cruz, que desaparece. Justo ahora. El logo loco que lo sustituye o suplanta no tiene barras de Aragón ni torre de Castilla ni cadenas de Navarra ni garras de León ni granada de Granada ni flores de lis de la casa Borbón ni corona de todos ni toisón de oro ni Cruz. No tiene nada.
¿Sabe el PP que está pasando en España? ¿Qué nos estamos jugando? ¿Cómo nos la están jugando? Tampoco sabe que la resistencia al rival estriba en no allanarle el camino a cada paso, protegiéndolo como un niño, dándole gusto aunque ni siquiera lo pida, y en los peores momentos. Un escudo, como su nombre indica, es una defensa; y cambiamos un escudo por un logo, que es como un lego gráfico, un jueguecito. ¡Ahora!
A veces discuto con algún amigo que dice que ya no podemos ser conservadores porque no queda nada que conservar. Los partidos mayoritarios hacen todo lo posible para que no lo seamos, desde luego, contribuyendo a que no quede ni un símbolo ni un principio ni un valor que conservar. Todavía hay muchas más cosas que conservar de las que percibimos a simple vista. Sólo que muchos sólo se dan cuenta de ellas cuando nos las quitan. Y es cierto que nos las quitan, forzándonos a ser un poquito más reaccionarios cada día, nadie sabe por qué, ni para qué, aunque no será para nada bueno.
Nadie podría explicarse —estupidez del estrés visual aparte— por qué el Partido Popular ha perpetrado ahora un cambio que parece ideado en la mente simbólica e iconoclasta de un Pablo Iglesias de la primera hora. Hay cosas que no se entienden, y que si tuviesen explicación, sería peor.