miércoles, diciembre 25, 2024
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La Argentina decadente corrobora la inutilidad del “salario mínimo”

El anuncio es más para llorar que para festejar. «La pobreza se resuelve con trabajo digno y no con cualquier tipo de atajo», dijo el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, en el marco del acuerdo del inutilísimo Consejo del Salario Mínimo, Vital y Móvil. La “dignidad” a la que hace referencia la mano derecha de Alberto Fernández es el relativo “incremento” del 35 %, que se efectuará en siete instancias y que dejará al salario mínimo argentino en 29000 pesos a partir de febrero del año próximo.
Al tipo de cambio libre del día de hoy, esa cifra equivale a 180 dólares. Pero nadie en su sano juicio puede pensar que, dentro de diez meses, 29000 pesos emitidos por el quebrado Banco Central sigan comprando la misma cantidad de billetes de la Reserva Federal norteamericana. Actualmente el salario mínimo es de 21600 pesos, es decir, 134 dólares. Nada de lo que está ocurriendo en el frente fiscal y monetario puede hacernos ilusionar con que el año próximo los salarios incrementen el valor real. Todo lo contrario. Sería un milagro que el valor adquisitivo, de la mano de este “incremento”, siquiera mantenga el poder de compra actual.

Fueron partícipes del circo, Hugo Yasky de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), Héctor Daer por la Confederación General del Trabajo (CGT), los representantes de la Unión Industrial Argentina (UIA) y los referentes de varias cámaras empresarias. Ninguno de ellos en su fuero íntimo, más allá de las declaraciones de rigor, considera seguramente que el año próximo los salarios le van a ganar, o dar pelea siquiera, a la inflación. Es más, en el Gobierno de a poco comienzan a cuestionar nuevamente al INDEC por los números que informa mes a mes en los Índices de Precios. No es ningún secreto que el kirchnerismo duro añora los días de la mentira de Guillermo Moreno, cuando el instituto oficial presentaba índices delirantes y fraudulentos.
En los últimos seis años, la caída del salario real en Argentina fue estrepitosa. Para 2015, el mínimo equivalía a 580 dólares, lo que mostraba hasta una buena performance en términos regionales. Para el año próximo, en caso de una eventual nueva corrida cambiaria, no sería descabellado pensar en un escenario donde directamente ni siquiera se llegue a las tres cifras. Es decir, por debajo de los cien dólares.
Aunque a simple vista parezca que la implementación del salario mínimo le genera un básico a los trabajadores para que no se los contrate por menos en situación de explotación, lo único que determina esta herramienta es donde termina la informalidad y donde comienza la formalidad. Lo que determina el nivel de los salarios no tiene nada que ver con el “mínimo” impulsado por el Gobierno, sino por las tazas de capitalización de la economía de un país.
Como suele remarcar el economista argentino Alberto Benegas Lynch (h), el agricultor alemán no gana más dinero que su colega de la India por ser más trabajador y dedicado. Todo lo contrario, su labor es más sencilla, arriba de un tractor con música y aire acondicionado. Más sufre su colega de Calcuta que transpira todo el día bajo el sol, con herramientas manuales. Nada tiene que ver tampoco la generosidad de los políticos, empresarios y sindicalistas. Mientras la economía de un país tiene más capital invertido, mejor es la situación salarial para todos los trabajadores.
Argentina sigue cantando la Marcha Peronista, que el kirchnerismo se toma al pie de la letra. Mientras que la estrofa que dice “combatiendo al capital” siga siendo la fuente de inspiración para las políticas públicas, difícil imaginar un escenario mejor para los asalariados.
Fuente: PanamPost

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