lunes, noviembre 18, 2024
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La Asamblea de la ONU: un reservorio de políticos totalitarios que naturalizan barbaridades

Entonces dijo Susanita: -¿Y? ¿Tenemos nosotros la culpa? ¡No! ¿Podemos nosotros solucionar semejante problema? ¡No! Lo único que podemos hacer es decir “¡Qué barbaridad!”. Listo, decí vos también tu “¡Qué barbaridad!” y así podemos despreocuparnos e ir a jugar en paz.

Días agitados para los líderes mundiales. Acudieron en masa al extenso funeral de Isabel II en Londres y de allí a Turtle Bay, en New York, para la 77ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Días de impostación y socialización asistida. Días de exposición y postureo para los líderes mundiales que acuden a la reunión obligados a llevar su mensaje, decir algo, alguna cosa en la charla anual en la que grandes, poderosos y pequeñitos, tienen la oportunidad de hablarle al mundo. Hacía un par de años que no estaban todos juntos recorriendo los mismos pasillos. Era un momento ideal para revisar planes, asumir responsabilidades y buscar enmendar, ante los ojos del planeta, los desastres cometidos en dulce montón por estos líderes mundiales. Pero no, ganó el “síndrome adámico” de echar las culpas a otros, de decir su “qué barbaridad” y seguir expoliando, como hacen siempre los líderes mundiales.

Como desde hace años, es la izquierda la única que tiene algo para decir en las reuniones de mandatarios, la única que muestra orgullosa una agenda. Cómo olvidar la participación de Ernesto Che Guevara de 1964 cuando con total tranquilidad sostuvo que: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”, o una más reciente, en 2006, en la que Hugo Chávez planteaba el antiamericanismo más feroz gritando que había “olor a azufre” en la sala. El mundo aplaudía y festejaba las ocurrencias de la bestia perpetradora de la crisis humanitaria más importante de este siglo. La Asamblea General de ONU es, cada vez más, un reservorio de planes y de políticos totalitarios naturalizando barbaridades. Una gigantesca Ventana de Overton que ya perdió todo el pudor.

La inmensa mayoría de los mandatarios balbucean un discurso en solitario que se va con el viento. Ni siquiera sus extensas y bananeras comitivas se toman el trabajo de depositar los glúteos en la platea, en los pocos minutos que duran sus alocuciones. Ayudados por la narrativa y la agenda que machaconamente ha dispuesto la izquierda, la mayoría de los líderes mundiales, sobre todo los africanos o latinoamericanos, culpan de sus terroríficas gestiones a un cambio climático genérico y multitasking, y a una desigualdad abstracta y difusa. Brindan al Sol, dicen como Susanita su “qué barbaridad” y demandan más poder e intervención. La mayoría de los discursos de los países pequeños vienen siendo retazos de un discurso prestado, inconexo y fútil. Algunos superan el umbral de ridiculez esperado, como los presidentes de Argentina o Perú. Algunos superan la perversidad y el cinismo aceptable incluso para un político, como el de Irán. Pero no son ellos los que marcan el paso.

La 77ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas llega en el momento de mayor déficit de imagen y credibilidad de los ciudadanos en sus líderes, en la política, en las instituciones y la menor esperanza en el futuro. Una población mundial acosada por problemas que sus élites crearon y que profundizaron en estos dos años. Élites que, como era de preverse, tiraron las responsabilidades afuera, confirmando lo que el mundo piensa de ellas.

Inmune a los sentimientos de culpa o vergüenza, habló el Secretario General de Naciones Unidas, y expresidente de la Internacional Socialista: António Guterres (para llegar alto en la ONU parece ser un plus tener un alto contenido de comunismo en sangre). Guterres se quejó amargamente de que el mundo “está en peligro y paralizado”, por las divisiones que impiden actuar ante “las crisis que amenazan el futuro mismo de la humanidad y el destino de nuestro planeta«. Se lamentó Guterres de la grave situación financiera de los países subdesarrollados y, cómo no, de los contratiempos para los objetivos de Naciones Unidas para 2030, incluyendo brindar educación de calidad a todos los niños… Sí, el mismo que promovió cuarentenas con cierres de escuelas que expulsaron de la educación formal a millones de niños que viven en ese mismo subdesarrollo.

Instó Guterres a los líderes mundiales a una colaboración para enderezar el rumbo…¿de qué rumbo hablaba Guterres? ¿No ha sido el rumbo marcado durante su nefasta gestión el que impulsó las políticas “ecologistas” que condenaron al hambre a países completos? ¿No fueron sus soviéticas ideas de cómo enfrentar un virus respiratorio las que quebraron a la humanidad? ¿No salieron de su usina del averno los planes de pisotear todas las libertades individuales en pos de seguir sus dictámenes? ¿No fueron sus lineamientos quienes lavaron las responsabilidades de China? ¿No está bajo su órbita la oficina de Derechos Humanos ocupada por los países que menos respetan los derechos humanos en el planeta? ¿Más poder quiere Guterres, para hacer qué?

También sostuvo entre lamentos: “No nos hagamos ilusiones. Navegamos aguas turbulentas. Se avecina un invierno de descontento a escala mundial. La crisis del costo de la vida está haciendo estragos. La confianza se desmorona”, claro que sí Antonio, pero ¿quién tiene la culpa de todo esto? Para no extendernos más sobre la ponencia del Secretario General, destaquemos sólo un detalle, Guterres confesó que ve un rayo de esperanza. ¿Dónde? En el arraigo del proceso de paz en Colombia. Sí señores, lo que para Guterres es esperanzador es el contubernio entre la corrupción política, la traición al voto democrático y la impunidad para las organizaciones terroristas que hoy tienen carta franca en Colombia.

Ya que estamos con Colombia, cabe señalar en el conjunto de esponjosidades que son los textos vacíos de la Asamblea, se destacaron las palabras de Petro, conteniendo toda la agenda ideológica que acunó a la izquierda latinoamericana y que hoy ha triunfado en el mundo: ecologismo, indigenismo, feminismo, anticapitalismo. Petro vino a ocupar el lugar que Chávez había dejado vacío. El flamante presidente colombiano consideró que el petróleo es más peligroso que “unas pocas muertes por sobredosis de cocaína”. Y los procesos de paz que tanto admira la cabeza de ONU son en realidad pagos a los criminales para “sacarlos de la violencia”, réplicas de los grupos paraestatales que custodian los regímenes venezolano, cubano o iraní. Lo que admira Guterres es que Petro suspenda la captura de integrantes del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Petro sí que marcó agenda en la Asamblea.

En tanto el Presidente del, a pesar de sí mismo, país más poderoso del mundo, Joe Biden, acudió a mostrar sus infinitas incongruencias. Fue a exigir decisión bélica cuando todavía flota en nuestras retinas la humillante retirada de Afganistán. Fue a pedir calidad democrática a las autocracias con las que ha estado coqueteando impúdicamente. Fue a decir a la ONU lo que nadie tuvo interés de escuchar en la Cumbre de las Américas, ocasión en la que tuvo que rebajarse para obtener la presencia de los mandatarios más insignificantes, y ni así consiguió mucho. Tiene puertas adentro, por su exclusiva culpa, una crisis fronteriza gigante, producto de la demagogia, la corrupción, la indolencia y el delirio. Tiene una inflación inédita que no sabe o no quiere atacar. Atizó un enfrentamiento social que hoy ha hecho metástasis en EEUU y promueve la idea de que quien no comparta sus ideas es, sencillamente, un peligro para la democracia.

Su acercamiento a los personajes más despreciables de Medio Oriente, su geopolítica pendular, y la forma en la que ha mimado a todos los regímenes castrochavistas del Foro de San Pablo muestran que, cuando se trata de apoyar la democracia y combatir la autocracia, Biden tiene déficit en ambos temas. Pero nada, absolutamente nada, ha merecido el reconocimiento de responsabilidad tampoco de parte de Biden. Lo importante para la Casa Blanca es atenerse al cambio climático y la agenda cultural woke. Las mismas excusas que el resto, pero a gran escala.

El concierto de los líderes mundiales no pedirá disculpas por los males autoinflingidos que condenan al mundo. Seguirán repitiendo como loros una cosmovisión que tiene cada vez más agujeros. Ya ni siquiera hacen el esfuerzo de convencernos, porque masacraron a la verdad, ahora van por nuestra humillación. Suben al estrado, y con descaro dicen su “qué barbaridad” seguros de que, aunque no les creamos, estamos, como dijo Guterres “paralizados en una colosal disfunción global”.

Es verdad, Antonio, estás en lo cierto ¡qué barbaridad!

Fuente: La gaceta de la iberosfera

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