Con la práctica totalidad de los cargos electos de Ciudadanos de la legislatura pasada debidamente colocados, Moreno Bonilla ha decidido ampliar su espectro haciendo algo más que un guiño al andalucismo más clásico. La pasada semana, en el curso de un debate motivado por la presentación de un libro que reconstruye la historia del Partido Andalucista, el presidente de la comunidad autónoma de Andalucía, en presencia de Alejandro Rojas Marcos, se mostró favorable -«tiene sentido, y como las cosas que tienen sentido nos las tomamos en serio, nos la tomaremos en serio, y como las cosas que nos tomamos en serio suelen salir, es probable que salga adelante», concatenó el malagueño- a instaurar el Día de la Bandera andaluza, eligiendo para ello el 4 de diciembre, fecha que se uniría al 28 de febrero, día en el que Moreno Bonilla aparece en público transido de andalucismo blasinfantista.
La bandera, cuyo origen es cuestión disputada, pues, además de coincidir con la empleada por la taifa de Almería, se cree que Blas Infante se inspiró en la que hicieron ondear las mujeres de la Comuna de Casares ante el invasor francés, fue aprobada por la Asamblea de Ronda en el año 1918, y adoptada oficialmente en el autonómico año de 1982. Fiel a este credo, Moreno Bonilla, pálido reflejo feijooiano, afirmó, en relación a la declaración del Día de la Bandera andaluza y al reforzamiento del sentimiento andalucista que tanto persigue, que «antes había una parte de la sociedad andaluza que veía el uso, incluso el manoseo, de los símbolos de Andalucía desde un poder monolítico». Un manoseo, entendemos, obrado durante casi cuatro décadas por el PSOE, partido constructor y hegemónico de la comunidad autónoma andaluza que ha heredado, sin apenas modificar ninguna de sus estructuras, Moreno Bonilla, entregado ahora a un aperturismo andalucista con el que pretende consolidar su mandato.
Comparar a Moreno Bonilla con Jordi Pujol parece un exceso, sin embargo, entre las políticas de los dos barceloneses, que en esa ciudad vio sus primeras luces el experto en protocolo, existen ciertas conexiones. Como decíamos más arriba, el político andaluz se mira en el espejo del Feijóo que, en lo que se refiere a la política lingüística, se parece mucho al jefe del clan aficionado a llevar misales a Andorra. Carente de un idioma diferente al español, pues hemos de confiar en que esa acumulación de faltas de ortografía llamada andaluz sea una moda pasajera, Moreno Bonilla refuerza al máximo la figura del así llamado Padre de la Patria andaluza, sastre del símbolo textil al que quiere consagrar una jornada. Tenida por reserva de un españolismo incluso folclórico, Andalucía adopta, gracias al impulso institucional, unos rasgos cada vez más característicos que, en el caso de las izquierdas más extremas, llegan a abrazar la idea, teñida de un ingenuo romanticismo atravesado por componentes marxianos, de una Andalucía cuya plenitud se hallaría en un idealizado al-Andalus ajustado a los quicios territoriales de la actual región.
Autorrepresentado como un político centrado ajeno a extremismos formales, Juan Manuel Moreno Bonilla cumple fielmente, por interés propio pero también por la inercia que mueve al Estado de las Autonomías, con el desarrollo de una estructura diseñada para la desnacionalización, por la vía de un regionalismo europeísta cargado de señas de identidad, a menudo confeccionadas ad hoc, como es el caso de la actual Andalucía, de España.