domingo, noviembre 24, 2024
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La Cámara Lenta

ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,

El curso que entra cumpliré mis bodas de plata con la enseñanza secundaria. Los voy a celebrar in situ, aunque hubo algún segundo en que, cegado por el fragor de la campaña, lo dudé, por si cuajaba mi aventura senatorial por la provincia de Cádiz. Estaba muy difícil, sí, pero peor lo tenía Moisés, y se abrió el Mar Rojo, y fe yo no tengo menos. Cuando uno se presenta, se presenta con todo, hasta con esperanza. Al final, no he salido senador, aunque mi compromiso moral con mis 82.125 generosos votantes se me queda dentro. A ver si su voto o mi palabra van a depender del éxito o del fracaso, esos dos impostores, que decía Kipling.

Pero me acuerdo de mis alumnos por una razón de peso, celebraciones aparte. Los de los 24 cursos pasados saben que yo jamás protesto de ellos a sus espaldas ni en la sala de profesores y que, mucho menos, me río de sus circunstanciales errores con otros alumnos o con otros profesores o en las redes en plan antología del disparate. Le tengo una particular manía a ese tic profesional profesoral de proferir quejas de los alumnos a los que uno tiene el deber de instruir. Si no saben o alborotan o no trabajan, será mi culpa, ¿no?, que no les enseño o no les exijo bien. Riéndome me denigro. Lo traigo aquí porque tampoco echaré la culpa del resultado del domingo al cuerpo electoral. Culpar al pueblo español es una tentación muy a la mano, por lo que veo, pero ni mi patriotismo ni mi deontología profesional me lo permiten.

Como candidato tendré que hacer mi autocrítica. Si no me han votado más, presentándome por el mejor partido y con el mejor programa, es que no me he explicado claro ni bastante ni con el método pedagógico más adecuado ni me he impuesto al ruido de mis rivales. El contrapasso del caso es que, con perfecta justicia dantesca, me quedo en la pedagogía. Y no pienso ahora en mis alumnos y mis bodas de plata, sino en el columnismo de opinión y en el debate público.

Le comentaba a un amigo que, en realidad, nada cambiaba, pues la opinión pública es otra cámara de la soberanía nacional (algo más desordenada). Yo pretendía compaginar ambas, pero me quedo en ésta. Como no es ni la Alta ni la Baja, me contestó: «En la Cámara Lenta»; y lo clavó.

José Ortega y Gasset explica que el poder reside en la opinión del pueblo. La función del político es sólo oírla. La misión de cambiar de verdad esa opinión –que es un trabajo mucho más tectónico– estriba, precisamente, en la argumentación de los intelectuales o, mejor dicho, de los que procuramos serlo, y en la creación de los artistas, cineastas y narradores. Por eso estamos ante la Cámara Lenta por antonomasia. En ella reside el muy paulatino y despacioso poder legislativo para las conciencias, las mentes y los sentimientos de los ciudadanos, que luego votarán a los que votarán las leyes formales.

Quien protesta tanto del pueblo español tendría que preguntarse si ha cuidado su trabajo en la Cámara Lenta del marco cultural o si dejó de la mano de Dios todo lo que no tuviese que ver con la gestión económica o con el fugaz intercambio de golpes en el anfiteatro de la política mediática.

Hace quince días un chico que oía una charla mía dijo que tenía mala conciencia porque no leía apenas. Le alabé encarecidamente esa mala conciencia. Es la mejor prueba de tenerla y de que no se ha rendido. Ni la orca asesina ni el escorpión translúcido tienen mala conciencia, dice un poema imprescindible de la premio nobel Wislawa Szymborska, que concluye precisando que tenerla muy limpia, en este planeta Tierra, suele ser un síntoma de bestialidad. Los seres humanos bregamos o deberíamos bregar con la nuestra a brazo partido.

Cada vez que nos asalte la tentación de echar pestes de nuestros compatriotas votantes, tendríamos que pensar si hicimos y hacemos bien nuestro trabajo argumentativo, pedagógico y de ejemplaridad en la Cámara Lenta. Sometámonos, vaya, a un examen de conciencia, que es el único examen donde lo bueno es suspender, porque significa que lo hacemos a fondo. No protestemos tanto y «potestemos» más, esto es, hagamos lo que podamos, que es nuestra potestad.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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