viernes, noviembre 15, 2024
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La carta de Simón Bolívar que originó el odio actual de Venezuela hacia la España «opresora y genocida»

Desde que el presidente Hugo Chávez subió al poder en 1999, hasta su muerte en 2013, los ataques contra España fueron una constante que calaron en un sector muy importante de la población de Venezuela. También es fácil comprobar esa animadversión en el discurso político de su sucesor, Nicolán Maduro, y de los hermanos Castro en Cuba desde que triunfó la revolución en 1959. Da igual que sus proclamas se expresen con excesos retóricos, porque la consideración de nuestro país como la peor tiranía de la historia es una práctica con más de 200 años de historia cuyo origen lo tenemos perfectamente localizado: la famosa ‘Carta de Jamaica’ que Simón Bolívar escribió en 1815 en Kingston.
«La consideración de España como enemigo radical es un legado que el bolivarismo puede descubrir en las obras del propio Bolívar. La animadversión con la que Bolívar juzga la acción civilizatoria de España es un soporte fundamental de su pensamiento político y de su visión de la historia, no un factor secundario. Al contrario, no se podría entender su visión del tiempo y de la constitución política, si se prescindiera de esta hispanofobia», defiende Miguel Saralegui en su artículo ‘El antiespañolismo de la Carta de Jamaica: entre la legitimidad de la independencia y la justificación del fracaso republicano’ (Revista de Indias, 2017). Y añade, concretando aún más: «En aquel ensayo no existe una sola idea que no se vincule de modo estrecho con ese odio a España. Sin hispanofobia, ese documento simplemente no existiría».
Algunos historiadores lo han calificado de profético, puesto que en él Bolívar expone el resultado de sus «cavilaciones sobre la suerte futura de América», que se encaminaba ya hacia la independencia. Otros, como Antonio Gutiérrez Escudero en su artículo ‘Bolívar y la Carta de Jamaica’ (Revista Araucaria, 2010), insisten en el vínculo que existe entre este texto y el comienzo de la leyenda negra contra España tan de moda todavía hoy en día. Un objetivo que el libertador ya perseguía en otros escritos anteriores en los que calificaba a nuestro país como una nación dominadora y completamente injusta, insistiendo también en subrayar los supuestos desmanes cometidos por los conquistadores, la desatención de la colonia, su enclaustramiento en el pasado y la incapacidad para entender las exigencias de los colonos.

Derrotas de Bolívar

Lo curioso, sin embargo, es que la carta fue escrita por Bolívar en una época en la que la causa independentista no pasaba por uno de sus mejores momentos. Parece, de hecho, un intento por impulsar un movimiento que parecía debilitado, ya que un año antes, en 1814, los rebeldes habían sido derrotados por las tropas del general español José Tomás Boves en las batallas de La Puerta (15 de junio) y Aragua (18 de agosto). Además, la guerra contra Napoleón llegaba a su fin y, en España, Fernando VII había regresado como Rey de su exilio forzado.
Todos estos episodios hicieron que se cuestionara el liderazgo de Bolívar, quien se vio obligado a refugiarse en la Nueva Granada para intentar, sin mucho éxito, acabar con las disputas internas en sus tropas. Todo ello en un momento en el que, además, llegaba desde la Península Ibérica un poderoso ejército que pretendía recuperar la soberanía sobre gran parte de las provincias rebeldes, por lo que el libertador no tuvo más remedio que viajar a Jamaica con la intención de pedir ayuda a Gran Bretaña.
Para lograr su objetivo llegó a Kingston a mediados de mayo de 1815 y permaneció en la isla hasta finales de diciembre. La ‘Carta de Jamaica’ —o ‘Contestación de un Americano Meridional a un caballero de esta isla’— se la dictó libertador a su secretario Pedro Briceño Méndez, el 6 de septiembre, en respuesta a la misiva que le había enviado un comerciante jamaiquino de origen británico que residía en la cercana ciudad de Falmouth, y su único propósito era atraer a Gran Bretaña y al resto de potencias europeas hacia la causa de los independentistas americanos.

El enemigo total

Como explica Saralegui, este documento se ha convertido ya en un clásico de la teoría política y de las explicaciones de la identidad latinoamericana. En ella, la invención del enemigo se presenta de dos maneras. En primer lugar, desde un punto de vista previsible contra el bando contrario de cualquier guerra, cuya maldad, crueldad, inhumanidad habrían obligado a Bolívar a tomar las armas en 1813. Y en segundo, se esfuerza por ofrecer un retrato específicamente negativo de España, como de ser el peor enemigo de la historia por encontrarse en un lugar privilegiado y superior. «Este último punto conecta con uno de los problemas que determinan los intereses vitales de Bolívar cuando redacta la ‘Carta de Jamaica’: explicar el recurrente fracaso de la independencia venezolana. El prócer se apoyará en esta retórica del enemigo absoluto para justificar la incapacidad de la república independiente de alcanzar la estabilidad política», subraya este profesor de Filosofía de la Universidad Diego Portales de Santiago de Chile.
Prueba de que el mensaje caló son las políticas actuales del presidente venezolano, que en octubre anunció que iba a cambiar el nombre de la autopista más importante de Caracas, llamaba Francisco Fajardo en honor al conquistador de origen español, por el de Gran Cacique Guaicaipuro. Un nuevo intento de borrar el legado de España bajo el pretexto de que no fue un descubrimiento, sino el inicio de un genocidio donde los aborígenes resistieron a sangre y fuego. «¿Por qué celebrar la muerte y la masacre contra nosotros?», preguntaba Maduro, instando a «iniciar un proceso para descolonizar y reivindicar todos los espacios públicos que llevan el nombre de colonizadores genocidas».
No le importó que algunos escritores actuales, como Francisco Suniaga, colaborador de periódicos tan importantes como ‘El Nacional’ y ‘El Universal’, salieran en defensa de Fajardo, bajo la opinión de que no hay prueba alguna de que cometiera una sola matanza. O que importantes historiadores venezolanos del siglo XX como Caracciolo Parra León, Mario Briceño Iragorry y Francisco Javier Yanes aseguraran que la llegada de los españoles, sin negar algunos actos de crueldad, debía ser calificada de positiva. Entre otras cosas, porque incorporaron al país a la civilización y al mundo de la cultura y la educación con la creación de universidades, porque redactaron leyes que intentaron regular el trato a los indígenas, porque implantaron la imprenta, que hizo posible la circulación en Venezuela de los libros de Locke, Rousseau, Voltaire o Condillac, y hasta por traer la independencia, que fue española y mestiza al mismo tiempo.

Contra el patrimonio español

Sin embargo, la política antiespañola lleva ya tiempo instaurada en Venezuela. En 2004, durante el gobierno de Chávez, se derribó la estatua de Cristóbal Colón en el centro de la capital y se cambió de nombre al famoso cerro Ávila por el de Waraira Repano: «Sierra Grande», en lenguaje indígena. En 2009, el Paseo Colón fue rebautizado como el Paseo de la Resistencia Indígena y se eliminó otra estatua de Colón de más de cien años de antigüedad que se encontraba en el parque El Calvario. Era la única escultura pública del descubridor que quedaba en pie en la ciudad.
En ‘Nueva lectura de la Carta de Jamaica’ (1999), el historiador venezolano Elías Pino Iturrieta recomendaba no dar demasiada importancia al «antiespañolismo» de Bolívar en el citado texto, puesto que era, a su juicio, una «exageración» con el objetivo de alentar la lucha a favor de la independencia. No es el único. Otros historiadores han tendido a minusvalorar el odio que el libertador sentía hacia España, que recogía en su «Obra política y constitucional», reeditada en 2007 por la editorial Tecnos, con declaraciones como esta: «Estamos todavía dominados por los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que solo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia».
Bolívar quería expresar que el pueblo americano había padecido «la peor tiranía de la historia», lo que le había impedido alcanzar la libertad. «Los americanos, en el sistema español que está en vigor y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos y simples consumidores. Esta última parte, incluso, está coartada con restricciones chocantes», comentaba, antes de de preguntarse: «¿Hemos podido dirigir nosotros los destinos de nuestra patria? La esclavitud misma, ¿ha sido ejercida por nosotros? No nos han concedido ni el ser instrumentos de opresión».

Bolívar, ¿el dictador?

Para el libertador, la gravedad de la supuesta tiranía española provenía de su responsabilidad por haber creado un pueblo, el hispanoamericano, completamente incapaz para la vida política. Y esta idea de que América carecía de una clase gubernativa preparada, así como de que España era un estado déspota y casi dictatorial, permanecerá en sus escritos unos años más. Una postura curiosa si tenemos en cuenta que el mismo Bolívar ha sido acusado de dictador en varias ocasiones, pues era un defensor entusiasta del despotismo moderado.
Hace un año, además, el catedrático y escritor Pablo Victoria denunciaba en su libro ‘El terror bolivariano’ (La Esfera de los Libros), las matanzas injustificadas realizadas por este durante las Guerras de Emancipación. Por ejemplo, la que llevó a cabo en 1814, un año antes de que publicara la mencionada ‘Carta de Jamaica’, cuando sus tropas asesinaron a sablazos a un numeroso grupo de españoles indefensos y cautivos en las mazmorras de Caracas, solo por no gastar munición. Una matanza que, a juicio del autor, no fue ni mucho menos un hecho aislado, sino parte de una estrategia establecida para la eliminación total de «la malvada raza de los españoles».
A pesar de ello, la revolución bolivariana se ha apoyado constantemente en la imagen mesiánica de Simón Bolívar desde el golpe de estado de Chávez en 1992, consiguiendo que para muchos venezolanos se convierta en un líder perfecto. Un héroe contra los opresores y genocidas. Un Bolívar que en su carta expresa su decepción, porque esperaba que «todas las naciones cultas se apresurarían a auxiliarnos, para que adquiriésemos un bien cuyas ventajas son recíprocas a entrambos hemisferios. Sin embargo, ¡cuán frustradas esperanzas!».

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