domingo, noviembre 24, 2024
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La crisis de Ecuador puede ser una advertencia para América Latina

Cuerpos abandonados en las aceras. Las autoridades luchan por dar seguimiento a las muertes. Las funerarias, sin ataúdes, usan cajas de cartón hechas por compañías que suelen empacar bananas y camarones.

El desastre que se desarrolla en Guayaquil, la capital comercial de Ecuador, ofrece una mirada ominosa sobre cómo la capacidad de los funcionarios para responder a la pandemia de coronavirus en América Latina puede verse peligrosamente afectada por la desigualdad, las debilidad de los servicios públicos y las economías frágiles que caracterizan a gran parte de la región.

“Lo que estamos viendo en Guayaquil es lo que puede suceder en la mayoría de las grandes ciudades de Sudamérica, donde los focos de riqueza cosmopolita coexisten con la pobreza generalizada”, dijo Alexandra Moncada, directora de CARE, la organización internacional de ayuda, en Ecuador.

Ecuador, con una población de 17 millones de habitantes, tiene una de las tasas oficiales más altas de infecciones por coronavirus, y muertes, per cápita en América Latina.

Todavía no está claro por qué ese país se ha visto tan profundamente afectado. Algunos expertos creen que el virus pudo haber viajado hasta ese territorio debido a los profundos vínculos migratorios que mantiene con España e Italia, y luego se propagó cuando Ecuador retrasó la adopción de medidas de distanciamiento social.

El recuento oficial de muertes por coronavirus en Ecuador aumentó el 7 de abril a 220, junto a otros 182 casos catalogados como “probables”, pero no confirmados, un número que supera los registros de sus vecinos más grandes y más poblados, Perú y Colombia.

El presidente de Ecuador, Lenín Moreno, advirtió que la cifra real es mucho mayor, pero como las pruebas son limitadas, es imposible determinar el verdadero alcance de las infecciones.

La mayoría de las muertes se produjeron en Guayaquil, la dinámica ciudad portuaria del Pacífico con una población de tres millones de personas, que se convirtió en la primera gran metrópoli de la región que sufrió el colapso de sus servicios públicos.

Desde el comienzo de la crisis, a fines de marzo, el gobierno ha recuperado 1350 cuerpos de las casas de Guayaquil, según la oficina de Jorge Wated, quien lidera el grupo de trabajo responsable de recoger a los muertos en la ciudad. Según su equipo, a diario se recogen alrededor de 60 cuerpos.

El virus se ha propagado en las lujosas urbanizaciones cerradas y en los barrios pobres ubicados en los cerros. En cuestión de días, la explosión de la mortalidad abrumó a las autoridades, y cientos de cuerpos comenzaron a acumularse en hospitales, morgues y hogares.

Lourdes Frías dijo que pasó cinco días intentando que alguien recogiera el cuerpo de un vecino anciano que murió la semana pasada, después de tener problemas respiratorios. Explicó que las líneas telefónicas de emergencia estaban constantemente ocupadas, y en las raras ocasiones en que podía hablar con algún funcionario le decían que no había nadie disponible para ayudarla.

A medida que pasaban los días, otras personas de su edificio —ubicado en el barrio Socio Vivienda de Guayaquil— comenzaron a clamar para que llevaran el cuerpo a la calle. Finalmente, la policía retiró los restos.

“Nuestra situación es una pesadilla de la que no podemos despertar”, dijo Frías.

El aumento de las muertes en Guayaquil, y las imágenes que circulan en las redes sociales de cuerpos envueltos en plástico y dejados en las puertas de las casas, han expuesto los posibles efectos de la pandemia en los sectores más pobres de los países en desarrollo, donde el acceso a la atención médica y otros recursos es problemático incluso antes de la pandemia.

A medida que el virus comenzó a propagarse, algunas familias dieron a conocer que sus seres queridos habían pasado días intentando conseguir tratamiento en hospitales; también demoró días recuperar los cuerpos de sus familiares y tratar de darles sepultura.

La crisis de los cadáveres alcanzó dimensiones tan grandes que las empresas de cartón, que normalmente fabrican empaques para productos agrícolas de exportación, la semana pasada comenzaron a donar ataúdes de cartón a las familias afectadas.

“Es benéfico, es una solución”, dijo Pedro Huerta, cuya fábrica en Guayaquil está donando 600 ataúdes de cartón por día. El cartón de su planta generalmente empaca bananos ecuatorianos para la compañía Dole.

Al igual que muchos residentes de Guayaquil que trabajan en la economía informal, sin prestaciones ni seguridad laboral, Frías, una trabajadora del hogar, perdió la posibilidad de ganar dinero cuando se impuso la cuarentena. Al mismo tiempo, la escasez ocasionada por el confinamiento hizo que los precios de los alimentos se dispararan.

Los residentes dicen que, en las últimas semanas, el precio de las papas, un alimento básico en el país, se ha disparado en Guayaquil: con un dólar solían comprar 2,2 kilogramos de papas. Ahora el mismo dólar alcanza para menos de medio kilo.

Para disminuir las dificultades económicas, el gobierno comenzó a pagarles a los trabajadores informales un estipendio mensual de 60 dólares para que se queden en casa. Esa cantidad es aproximadamente una cuarta parte de lo que un ama de llaves como Frías suele ganar en un mes.

“Siempre me ha gustado tener mis cosas: mis frijoles, mi arroz”, dijo. “Ahora estoy viviendo de la gracia de Dios”.

La pandemia ha dejado a la economía de Ecuador, que ya estaba en problemas, con pocas alternativas más allá de las donaciones.

El colapso de los precios del petróleo diezmó a la principal fuente de ingresos del gobierno. Un paquete de austeridad impulsado por el presidente Moreno para mitigar las exigencias de los acreedores internacionales provocó el despido de unos 3500 trabajadores de la salud pública el año pasado.

Y la decisión del gobierno ecuatoriano de usar dólares estadounidenses como su moneda oficial, tomada durante la crisis financiera de 2000, significa que Moreno no puede imprimir más dinero para compensar a los trabajadores afectados.

Las presiones económicas que enfrentan los sectores pobres de Guayaquil muestran la compleja dinámica de clase que ha empeorado la epidemia en el país, y que podría replicarse en todo el continente. La capacidad del virus para abrumar de manera abrupta las capacidades de Guayaquil puede servir como una advertencia para toda la región, dijo Jarbas Barbosa, subdirector de la oficina para las Américas de la Organización Mundial de la Salud.

“Creemos que todos, en algún momento, registrarán una transmisión comunitaria generalizada” del virus, dijo.

Algunas de las primeras infecciones que fueron confirmadas en Guayaquil sucedieron entre estudiantes ecuatorianos acomodados que estudian en España pero regresaron con sus familias para escapar del brote en Europa. Según las autoridades locales, las infecciones se propagaron en las bodas de la alta sociedad celebradas el mes pasado.

Para cuando el virus llegó a los barrios populares, la dinámica se había revertido. Mientras los ecuatorianos de las clases acomodadas pudieron abastecerse de provisiones y recluirse en sus hogares, muchos trabajadores manuales han desafiado las órdenes del gobierno de quedarse en casa para poder llegar a fin de mes.

Los residentes de barrios pobres dicen que muchos de sus vecinos continúan trabajando todos los días, lo que incrementa el riesgo de contagio. Algunos piden comida de puerta en puerta.

Los bancos se convirtieron en zonas de alto riesgo cuando los ecuatorianos, muchos sin cuentas bancarias, se presentaron en masa a reclamar su bono de 60 dólares en efectivo.

La crisis de Ecuador ha afectado con especial severidad a los aproximadamente 500.000 venezolanos que han huido del colapso económico de su país. A diferencia de los ecuatorianos, ellos no son elegibles para recibir los subsidios del gobierno. Oficialmente, Ecuador ofrece atención médica universal, pero muchos migrantes temen que serán los últimos en ser considerados.

Hace seis meses, Génesis Portillo, de 26 años, llegó a Ecuador desde Venezuela con su novio. Ambos encontraron trabajo como asistentes de ventas en la ciudad de Machala, a unas tres horas de Guayaquil, pero a causa de la pandemia se quedaron desempleados.

Dijeron que habían gastado sus últimos ahorros en abastecerse de comida. La reserva debería durar aproximadamente un mes, aseguraron, pero no tienen medios para volver a casa si las condiciones emporan.

“He encontrado personas que nos ayudan porque saben que estamos todos juntos en esta crisis, pero tengo miedo de que nos enfermemos”, dijo Portillo. “Si no hay recursos para atender a los ecuatorianos, ¿qué le queda a un inmigrante?”

Fuente: New York Times 

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