Todos los indicadores de la economía de EEUU muestran una situación que hace tiempo perdió el carácter coyuntural o anecdótico. Un declive, se mire desde donde se mire, cada vez más difícil de achacar a un virus, por la recuperación de la actividad habitual en las zonas del país donde más se detuvo; o a Putin, porque el conflicto en Ucrania ha supuesto un aumento excepcional de la demanda del gas norteamericano o ha servido como excusa para un aumento del gasto público tan injustificado como inconexo con lo que ocurre en el este de Europa.
Esta semana, el Fondo Monetario Internacional recortó su previsión de crecimiento del Producto Interior Bruto de Estados Unidos para este año, de un 2,9% a un 2,3%, y redujo en siete décimas sus expectativas para 2023, hasta dejarlas en un 1%, augurio de un año que pasará a la historia. Desde el propio organismo se considera «un desafío creciente» evitar la temida coincidencia en el tiempo de inflación y recesión en la primera economía mundial.
Al día siguiente de que el FMI actualizara sus cifras para 2022 y 2023, se conoció que la inflación en EEUU ha alcanzado su punto más alto desde 1981, cuando aún perduraban los últimos coletazos de la crisis del petróleo de 1973, disparándose hasta un 9,1%, impulsada por la energía y la alimentación. La primera, en alza de un 41,6% en tasa interanual, algo inaudito desde abril de 1980, a pesar de que el precio del barril de petróleo Brent ha caído un 10% en lo que va de julio. La segunda, con efectos tan palpables que ya resulta normal ir al supermercado y no encontrar con facilidad productos básicos que nunca escaseaban en las estanterías.
Otro de los gastos que evidencian el efecto de la inflación es la vivienda. El precio medio de un alquiler en el distrito neoyorquino de Manhattan registró su máximo histórico en junio, hasta alcanzar los 5.058 dólares mensuales, un 29% más que el año anterior, y sin expectativas de que la tendencia se detenga ni mucho menos se revierta. En concreto, un apartamento de una habitación cuesta 4.278 dólares de media al mes y uno de tres cuartos, 9.469 (unos 3.150 dólares cada cuarto, si se trata de un piso compartido).
Ante este proceso de pérdida de poder adquisitivo del dinero, la Reserva Federal volverá a subir los tipos de interés con la esperanza de lograr el «aterrizaje suave» del que suele hablar su presidente, Jerome Powell. La duda es si lo hará en otro 0,75%, en vez el 0,50% esperado hasta conocerse el último dato de una inflación que, mes tras mes, destroza toda previsión emitida por las instituciones financieras internacionales de Washington o los principales bancos comerciales de Nueva York.
El aumento del precio del dólar, dictado desde el Banco Central de Estados Unidos, ha impulsado la cotización de la divisa, en paridad con el euro por primera vez en dos décadas; y todo indica que las sucesivas subidas de tipos lo seguirá propiciando hasta hacer de la paridad un escenario deseable para la moneda europea. En la Eurozona, los datos de inflación y de crecimiento económico no son más alentadores que en Norteamérica, y la cercanía del otoño, del frío, irá oscureciendo un panorama marcado por la dependencia de Alemania del gas ruso, unida a la renuncia (hasta ahora) de su Gobierno a la energía nuclear para generar electricidad.
Si la pujanza del dólar frente al euro y la mayoría de las divisas internacionales hace de EEUU una suerte de tuerto entre los ciegos de la economía occidental, sus datos de empleo, hasta ahora firmes, comienzan a reflejar la debacle. Es creciente el número de empresas grandes, medianas y pequeñas que anuncian su intención de despedir trabajadores, congelar las contrataciones o, simplemente, lo hacen efectivo sin previo aviso.
El mes pasado, varias de las principales compañías globalistas tomaron acciones en ese sentido. Tesla despidió a unos 200 empleados de su división Autopilot y cerró una delegación en California ante el «super mal presentimiento» de Elon Musk sobre las perspectivas económicas, por las que anunció un recorte de aproximadamente un 10% de su personal asalariado. Coinbase, la plataforma de intercambio de criptomonedas, redujo su fuerza laboral en un 18%. Netflix finalizó el contrato de 300 de sus empleados, como Robinhood (700), Peloton (2800), CVS (208) o la empresa de repartidores Getir (4480).
En general, en los últimos días se ha conocido que el conjunto de las compañías con sede en EEUU anunció planes para eliminar más de 32.500 puestos de trabajo de sus nóminas de junio, la cifra más alta desde febrero de 2021.
Este cambio de tendencia del panorama laboral evidencia aún más el contraste entre la situación económica desde que Joe Biden llegase a la Casa Blanca y la bonanza generalizada de los cuatro años de la Administración Trump. Una época, la anterior, caracterizada en lo macro por el pleno empleo, la baja inflación (el último dato fue de un 1,7%) o la capacidad del país de cubrir toda su demanda energética con la producción nacional; y en lo micro, por unos precios del alquiler hasta un tercio más bajos, por un galón (3,78 litros) de gasolina que estaba alrededor de los dos dólares frente a los cinco, seis y siete de la actualidad, o, sencillamente, por la certidumbre de saber qué productos encontrar en el supermercado.
Fuente: La Gaceta de la Iberosfera.