Según el Departamento de Comercio de los Estados Unidos, la economía de la todavía primera potencia mundial se contrajo a un ritmo anualizado de un 1,4% durante los primeros tres meses de 2022, un dato muy por debajo de las expectativas del mercado, que auguraba un crecimiento de un 1,1%. Las cifras, hechas públicas el 28 de abril, marcan la primera contracción del producto interior bruto desde el segundo trimestre de 2020, cuando se detuvo casi toda actividad empresarial, y una reversión drástica del aumento de un 6,9% del último parcial de 2021.
No por negativos son unos resultados poco esperados. Durante las últimas semanas, desde la Casa Blanca se ha preparado a los medios de comunicación para contar un crecimiento económico más lento que el registrado al comienzo del año, sin renunciar al optimismo sobre las condiciones económicas del país que, según los portavoces de la sede de la presidencia, acabarán por traducirse en un intenso crecimiento en este mismo ejercicio, a pesar de la inflación, que ya alcanza el 8,5%, y la crisis de la cadena de suministros. «La economía de los Estados Unidos está en una posición sólida» es el mensaje, ajeno a las predicciones para el futuro y ahora también a los datos del segundo trimestre del año en curso.
A pesar de las consignas de los voceros de Joe Biden, la contracción del PIB estadounidense, propiciada por el descenso de la inversión privada, la caída de las exportaciones y la reducción generalizada del gasto de los gobiernos federal, estatales y locales, adelanta una tendencia camino de ser norma en 2023, año con visos de pasar a la historia. Ante un panorama en el que la estanflación (el escenario económico en la que se dan a la vez una elevada inflación y un crecimiento económico reducido, nulo o negativo), la cuestión central ya no es si la recesión, el incremento de los precios y el consecuente desempleo están en el horizonte, sino hasta dónde llegará la crisis.
Desde Deutsche Bank se afirma que los Estados Unidos deben prepararse para una «recesión económica significativa» ante la alta probabilidad de que la Reserva Federal se vuelva más agresiva en el endurecimiento de la política monetaria. David Folkerts-Landau, el economista jefe y jefe de investigación de la institución alemana, declaró que la agitación financiera en respuesta a estos acontecimientos llevará a la economía a una contracción importante a finales del próximo año: «Tendremos una gran recesión, pero nuestra opinión firme es que cuanto antes y más agresivamente actúe la Fed, menos daño a largo plazo habrá».
Goldman Sachs, por su parte, elevó en fechas recientes las posibilidades de una recesión en los próximos dos años a un 35%; al tiempo que Merk Research estima las posibilidades en un 33%. Menos halagüeño es el resultado arrojado por el modelo de probabilidad de recesión de Bloomberg Economics, que la adelanta con una certeza de un 44% antes de enero de 2024.
El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, y principal aludido en lo relativo a la política económica de los Estados Unidos, ha declarado en repetidas ocasiones que su objetivo es «lograr un aterrizaje suave». En otras palabras, evitar una recesión económica, un mayor desempleo y frenar la pérdida de valor del dinero, apenas un año después de elevar, a fuerza de impresión monetaria, la cantidad de dólares en circulación de unos 15.300 millones hasta los 19.100 millones. Un 24% de aumento en unos meses.