Hierro y carbón son dos elementos muy abundantes en el planeta. Pero, a partir del siglo XVIII, en Gran Bretaña, y, enseguida por el resto de la Europa central y los Estados Unidos de América, se produjo la llamada “revolución industrial”. Su símbolo primero fue la máquina de vapor. Es el acontecimiento que más ha influido en la conformación de las sociedades llamadas “occidentales”, y también, al final, de la española. El hierro o el carbón no fueron la causa de nada; en todo caso, funcionaron como aceleradores. La clave estuvo en un factor poco medible: un extraordinario cambio de mentalidad en la población. Lo que podríamos llamar «ética del esfuerzo» se introdujo en los hábitos del vecindario, sin saber muy bien cómo, y decidió la «revolución industrial«. Consistió en la centralidad del trabajo y en diferir las satisfacciones de todo tipo hasta que pudieran entenderse como premio. Esta forma de pensar por dentro afectó a millones de personas, que lograron, en pocas generaciones, pasar de una economía campesina de subsistencia a otra de carácter urbano, móvil, con un desarrollo acelerado. El proceso fue parejo a otros de intensos movimientos geográficos de la población. También, tuvo sus víctimas, pero lo fundamental es que dio pie a la última civilización conocida: la occidental por mal nombre.
Se ha reafirmado lo que podríamos llamar la “ética del disfrute”, que es más de tipo individual, efímero
Pues bien, todo eso se está viniendo abajo, ha entrado en retroceso con parecida constancia a la del movimiento de las mareas. Por mucho que haya adelantado la tecnología y el bienestar, en el llamado Occidente se ha liquidado la raíz del progreso: precisamente, la “ética del esfuerzo”, la del sacrificio por la familia de constitución. En su lugar, se ha reafirmado el valor contrario, lo que podríamos llamar la “ética del disfrute”, que es más de tipo individual, efímero.
Al menos, en España, el proceso es bien visible. Puede que sea como una especie de proyección de la centralidad de la economía turística, la que recibe todo tipo de ayudas, iniciativas y dedicaciones. El hecho es que la mentalidad dominante se apresta a vivir al día, disfrutando de las amenidades que proporciona una sociedad desarrollada. Un resultado preocupante: España destaca por ser un país que consume grandes cantidades de alcohol, drogas estupefacientes y fármacos tranquilizantes. En tales condiciones, es lógico que quede preterido el trabajo, el esfuerzo, la idea de diferir las satisfacciones, como premio a una vida sacrificada. El centro es ahora la satisfacción inmediata del presente. La persona adulta está continuamente pensando en la “escapada”, que supone dejar la tarea cotidiana, sea estudio o trabajo, para disfrutar de la vida en cualquiera de sus formas. Y, sobre todo, poder contarlo a continuación. Como es lógico, en tales condiciones, la productividad de la economía se reduce a la mínima expresión. Hay que imaginar el desastre que va a suponer la actual inflación galopante en un medio como el descrito.
Significativamente, las vacaciones o los fines de semana consisten en salir del domicilio habitual. Es como decir que la familia como unidad territorial ya no es el objetivo de la vida. Menos todavía la idea de que una generación se sacrifique por la siguiente. Esa noción es un hecho de la naturaleza, del que abomina la cultura actual. Confía en que la sustituya el “Estado del bienestar”.
En síntesis, la ética del esfuerzo implica una orientación de la conducta hacia el futuro deseado no solo de cada individuo, sino generacional, el de la familia de orientación. En cambio, la ética del disfrute se detiene en el presente, lo inmediato; es más individualista.
En España, antes bien, el sistema de enseñanza se halla periclitado en todos sus grados y variantes
Lo que ocurre es este panorama no es igual en todo el mundo. Digamos que se ha producido una silenciosa traslación de Occidente hacia Oriente en la mentalidad del esfuerzo. La parte oriental de Asia es ahora el lugar idóneo para que siga fructificando la ética del esfuerzo. Incluso se está superando la imagen de la “fábrica del mundo”, que corresponde a esa amplia zona. Ahora, tiende a ser el centro mundial de la investigación científica. Solo hay que pensar que ese conjunto de países asiáticos orientales registra la mitad de las patentes técnicas que entran, anualmente, en vigor en todo el mundo.
Estos movimientos de mentalidad son de difícil medición, y, por eso, no se detectan con claridad; pero, actúan. Podría corregirlos, poco a poco, un buen sistema educativo. Pero, al menos en España ya no cabe esa acción. Antes bien, el sistema de enseñanza se halla periclitado en todos sus grados y variantes. En el mejor de los casos, se ha convertido en una rutina administrativa. Proliferan las universidades y otros centros de enseñanza, cuya labor es la de conferir títulos o certificados, a veces, con una instrucción on line. Lo que interesa no es tanto aprender, sino exhibir un currículum. En los primeros años de la escolaridad, los centros educativos funcionan más bien como “aparcamientos” de menores.