martes, noviembre 26, 2024
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La falacia de los moderados en Irán: Un juego político sin alternativas reales

Mookie Tenembaum,


Irán fue escenario de una serie de elecciones presidenciales que han dado lugar a la idea de una lucha entre facciones «moderadas» y «conservadoras» dentro del régimen. Esta es una ilusión diseñada para fomentar la participación popular en un sistema donde las verdaderas opciones políticas están severamente restringidas. Esta falacia se pone de manifiesto una vez más con la reciente elección de Masoud Pezeshkian como presidente de ese país.

En un mensaje posterior a las elecciones, el líder supremo Ali Khamenei expresó su deseo de que Pezeshkian continúe con las políticas del expresidente Ebrahim Raisi, subrayando la continuidad de la agenda del régimen.

Este control del líder supremo sobre la vida política del país es parte de lo que el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, denunció en su discurso ante la legislatura estadounidense el 24 de julio, además de acusar a la república islámica de instigar las protestas en favor del terrorismo en Israel.

Entre tanto, Pezeshkian, en sus declaraciones, agradeció a Khamenei por «abrir el campo para la participación y la competencia», una frase que resuena irónica dado el estricto control que ejerce el líder supremo sobre el proceso electoral.

El sistema político iraní está estructurado de tal manera que todas las facciones, ya sean etiquetadas como «moderadas» o «conservadoras», operen bajo la estrecha supervisión del líder supremo. Ali Khamenei tiene la última palabra en todas las decisiones importantes del país, y las elecciones presidenciales no son una excepción. Los candidatos deben ser aprobados por el Consejo de Guardianes, una entidad controlada por Khamenei, lo que asegura que solo aquellos leales al régimen puedan presentarse.

Este control significa que las elecciones no ofrecen una verdadera alternativa política. En cambio, la narrativa de los «moderados» se utiliza para dar una apariencia de pluralismo y competencia, incentivando a la población a participar en el proceso electoral bajo la falsa premisa de que su voto puede influir en un cambio significativo.

La presidencia de Hassan Rouhani, a menudo presentado como un «moderado», es un claro ejemplo de cómo esta dinámica se desarrolla en la práctica. Aunque Rouhani hizo promesas de reformas y mayor apertura, su capacidad de implementar cambios significativos estuvo limitada por la estructura de poder del régimen. Las decisiones cruciales, especialmente en áreas como la política exterior y derechos humanos, permanecieron firmemente bajo el control de Khamenei y las fuerzas de seguridad del estado.

El acuerdo nuclear de 2015, conocido por su sigla en inglés como JCPOA, es uno de los pocos logros notables de Rouhani, pero incluso este fue un esfuerzo coordinado y aprobado por Khamenei. Además, la represión interna continuó sin cesar bajo su administración, con numerosos activistas y disidentes encarcelados y ejecutados.

El verdadero poder en Irán reside en el líder supremo, quien controla los principales órganos del estado, incluyendo las fuerzas armadas, la judicatura, y los medios de comunicación. Este control asegura que cualquier presidente, independientemente de su etiqueta, debe seguir las directrices establecidas por Khamenei. Y este líder supremo ha permanecido desde 1989 y supervisado personalmente la evolución de la política iraní durante más de tres décadas.

En este tiempo, ha mantenido una firme mano sobre el aparato del Estado, eliminando a cualquier figura que pudiera desafiar su autoridad.

La ilusión de una lucha entre moderados y conservadores en Irán sirve para mantener un nivel de participación y legitimidad para el régimen. Sin embargo, la realidad es que todas las facciones dentro del sistema operan bajo las mismas restricciones impuestas por el líder supremo. La reciente elección de Masoud Pezeshkian y sus promesas de continuar con las políticas de Khamenei subrayan esta dinámica.

Para aquellos que buscan entender el sistema político iraní, es crucial reconocer que la verdadera diferencia no reside entre los candidatos presidenciales, sino en la estructura de poder centralizada en el líder supremo. Hasta que esta estructura no cambie, las elecciones en Irán seguirán siendo un juego de apariencias sin opciones reales para el cambio.

Las cosas como son.

Fuente: Diario Las Américas

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