Una nueva categoría se viene a sumar a la dolorosa condición del venezolano: la de expulsado de otras tierras, regresando vapuleado en la ruina. Algunos no vuelven tan mal, pero ya ese es otro tema.
Nuestro país, ahora azotado por tormentas, sigue arrastrado por el desconsuelo, el abandono y la desesperanza. El deslave de Las Tejerías y posteriores inundaciones en diferentes zonas, incluida la capital, ratifican que los venezolanos viven al descampado y que la apuesta de la suerte por la magnanimidad de la naturaleza es frágil. Del resto, el régimen nada hace por el bienestar de los ciudadanos, al contrario, en su voracidad por la riqueza, ha destruido, horadado, erosionado, sin importarle los perjuicios al ecosistema que, junto a otros delitos, han dejado vulnerable a la población.
Universidades, centros de investigación, hospitales, escuelas, tierras, empresas privadas y públicas -incluida la petrolera- han sido destruidos para vender sus partes como chatarra, pero la destrucción mayor, en la que más se ha esmerado la dictadura, es en derrumbar a la propia gente.
Venezuela es un país desmoralizado. La fractura del ciudadano se ha ejecutado en varias vías, todas con el propósito de quebrar la voluntad del individuo para mantenerse en el poder. El uso de la fuerza continúa siendo ejecutado, aunque ya no presenciemos la brutal represión sobre miles de personas que otrora atestaban grandes avenidas exigiendo libertad o la mejora de sus condiciones de vida. Los asesinatos cometidos contra jóvenes estudiantes terminaron por espantar a las nuevas generaciones que han sido empujadas a vivir fuera del país o a ser resguardados ante el pánico de unos padres cansados de derramar tantas lágrimas sin siquiera el consuelo de la aplicación de justicia. Entonces las grandes marchas se limitan a pequeñas protestas -y por eso aún más valientes- que retan a mandatarios del régimen a responder por el desastre en los servicios o por sueldos miserables mientras la élite de Miraflores derrocha lujos y obesidad navegando en la mayor corrupción de la historia. Esas protestas también son reprimidas, solo que la persecución se vuelve cuerpo a cuerpo cumpliendo el guion de la inteligencia cubana que va tras líderes sindicales, amas de casa, estudiantes, políticos que son marcados, presionados, encarcelados, amenazados y algunos incluso ejecutados, según sospechas de personal de inteligencia y seguridad.
El miedo y la ausencia de estado de derecho garantizan impunidad a torturadores y asesinos que operan bajo la red ejecutora de terror. Las FANB han terminado diferenciándose de las bandas armadas solo por el uso de un uniforme. El plan perverso del régimen contra el ciudadano común trata de reproducir en el pueblo lo que ha hecho con la Fuerza Armada: corromperla. Y utilizarla de manera cotidiana en favor del delito y como alicate de la libertad. Venezuela está presa.
Aterra el registro de cierre de medios de comunicación. Es muy probable que mientras usted lee este texto la maquinaria de Conatel se haya llevado por delante una docena más de emisoras de radio (van más de 60 en solo cuatro meses), silenciadas bajo una exigencia burocrática ya antes aplicada de no renovación de la concesión, premisa creada por la dictadura como espada de Damocles para doblegar a los propietarios y garantizar la censura. Porque si algo cuida el régimen es el control de la información y la imposición de su narrativa que aún no logra permear pero que confunde y divide a una oposición debilitada.
El registro de presos políticos que siguen siendo torturados no reduce su cantidad. El periodista Roland Carreño tiene dos años preso y el activista de Derechos Humanos Javier Tarazona va por el mismo camino. Los presos, en especial los militares, se están muriendo. Maduro apuesta a que los exchavistas no tienen dolientes.
El yugo silencia y paraliza, mas no apaga la certeza del desprecio hacia el tirano. La oposición está debilitada pero no reducida, aunque ciertamente el presente se muestra oscuro para la lucha. Las recientes expresiones del gobierno de Estados Unidos están lejos de ser alentadoras. La contradicción de Joe Biden al activar la prohibición del ingreso de migrantes venezolanos -limitarlo a 24 mil es como prohibir- y la floja postura ante la propia justicia norteamericana devolviendo a dos narcotraficantes sobrinos de Cilia Flores sentenciados a 18 años de prisión, son correctamente interpretados como una decisión de desprenderse del “caso Venezuela”, lo que es un grave error o, mejor dicho: “cuchillo para su garganta”.
Y, sin embargo, ya se ven señales del inicio de campaña electoral. Ojalá vote quien pueda, al que la dictadura se lo permita.