MARÍA DURÁN,
Dice Ione Belarra que hay que meter a los miembros de Desokupa en la cárcel porque «son gentuza». Gentuza es, según el diccionario, el «tipo de gente que es considerada despreciable». ¿Es despreciable rebajar las penas a mil violadores y reírse de las víctimas? Sí. ¿Es despreciable no pagar la Seguridad Social de los empleados? Sí. ¿Es despreciable tirar el dinero de los necesitados en campañas ridículas? Sí. ¿Encararse con una señora mayor en la calle y decirle delante de periodistas que tienes una pareja gracias a la que te compras lo que te da la gana? Sí, lo es. Y también grimoso. ¿Lo es echar a una diputada del Congreso por decir la obviedad de que los herederos de ETA llevan 44 asesinos en sus listas electorales? También. ¿Señalar a las familias de los rivales políticos, incluso con su cara en camisetas? Bastante. En general, todo lo que hace Podemos encaja en el concepto que hemos tenido tradicionalmente de despreciable, así que no creo que convenga al partido morado abrir el melón de meter a la gentuza en la cárcel. No porque tenga yo nada en contra, sino porque van a acabar todos enchironados.
Podemos es la perfecta definición gráfica de la decadencia de parte de nuestra sociedad. El PSOE, aunque ellos se encuentren más limpitos, también. Pero de momento no han tenido la ocurrencia de ponerse a procesar «gentuza» porque no iban a dar a basto con los indultos. Hay en torno a diez millones de personas en España, la suma de votantes de socialistas, separatistas y comunistas, a las que les molestan menos los asesinos de ETA que los demócratas de PP y Vox porque «por lo menos no son de derechas». Y aquí ya no valen cuentos de los otros son peores. Si se vota alguna de estas opciones se es cómplice de Bildu. Y Bildu es ETA. Punto. Podrá ser legal presentar a criminales para ser alcaldes y concejales. Incluso podrá formar parte de «la Democracia», pero entonces deberemos aceptar que la Democracia, la nuestra al menos, es intrínsecamente mala. Y no callar. Denunciarlo hasta que nos quedemos sin voz. No podemos ser los buenos que dejan que el mal triunfe por incomparecencia.
Que muchos españoles estén moralmente tan enfermos que ya posiblemente no tengan cura no nos obliga de ninguna manera a no señalar el mal. Llevo los últimos cuatro días dándole vueltas al vídeo de una actriz de cuyo nombre no quiero acordarme, en el que cuenta que abortó un bebé del que se había quedado embarazada porque no sabía quién era el padre y porque ya le habían concedido la adopción de una niña africana. Lo explicaba el pasado fin de semana en un programa de televisión, y el resto de los presentes asentían tan tranquilos. A mí, ver a una mujer contar cómo había sentenciado a muerte a uno de sus hijos porque no sentía «eso» como su bebé me produce el mismo efecto que si la hubiera escuchado narrar que había troceado una tarde cualquiera a su hija adoptada porque molestaba. A los de alrededor no les pasaba, lo que me asombra todavía más que su testimonio.
Este es el tipo de mujeres que nos quieren hacer pasar por ideal Belarra o Irene Montero: las que, como ellas, conceden derechos humanos a sus niños y no otros según la emoción que les produzca el embarazo, lo bien que les venga o si se preocuparon de saber cómo se llamaba el padre. A mí me espeluznan. Lo mínimo es que a estas dos les parezcan bien las listas de EH Bildu. Lo raro es que no estén incluidas ellas.
Así que si Belarra, en un ataque de histeria no contra los delincuentes, sino contra los que combaten a los delincuentes porque ella los premia, quiere empezar a meter «gentuza» en la cárcel, igual es buena idea. Pero que tenga cuidado, porque algún día se va a mirar al espejo y va a confundir lo que vea con un cartel de «se busca».