Más de 150 millones de brasileños están llamados este domingo a las urnas para elegir en segunda vuelta al presidente para los próximos cuatro años, que será Jair Bolsonaro o Lula da Silva. El pueblo brasileño tiene así la oportunidad de elegir entre un modelo de libertad, de seguridad y de crecimiento económico, que protege la vida, la familia y los valores conservadores, o el regreso al pasado corrupto y al criminal Socialismo de Siglo XXI, que es el comunismo de siempre.
Tras los trágicos éxitos del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla en países como Colombia y Chile, Perú y Honduras, Jair Bolsonaro es el último gran dique de contención en la Iberosfera de ese socialismo que todo lo corrompe y uno de los puntales de la reacción a ambos lados del Atlántico en defensa de la libertad, la justicia y la verdad frente a ese proyecto totalitario izquierdista que desmantela instituciones y destruye democracias.
El pueblo brasileño tiene motivos para, como en 2018, confiar en Bolsonaro: su Gobierno, atacado y perseguido de manera sistemática por los grandes medios, ha combatido la corrupción, ha restaurado la seguridad y ha impulsado reformas económicas de calado que han llevado al país a contar, por ejemplo, con el mayor número de trabajadores de su historia y con una baja inflación en un contexto de pandemia y de guerra. Brasil ha dejado de ser en estos cuatro años la eterna promesa del continente y avanza con paso firme por el camino de la prosperidad y la probidad.
La alternativa a él es Lula, un corrupto con pruebas sólidas y sentencias firmes al que un juez de su confianza anuló las condenas por un tecnicismo. El amigo de Nicolás Maduro y de Daniel Ortega. Se dice que nadie escarmienta en socialismo ajeno, pero los brasileños lo sufrieron en carne propia no hace tanto. Ojalá hoy, en la hora de la verdad, tengan memoria y le digan alto y claro que nunca más.