HUGHES,
Vestido de paramilitar, como un Zelensky, Gabriel Rufián dio ayer un importante discurso en su ciudad, Santa Coloma de Gramanet, a cuya alcaldía aspira. No era el He tenido un sueño de Luther King, pero para nosotros tiene su importancia porque con ello la izquierda entra (como puede) en el tema de la seguridad.
Siempre que se habla de este asunto se ha de añadir la cláusula nuestros barrios: la seguridad en nuestros barrios, lo que incorpora el ellos (élite) contra nosotros (pelagatos), eje al que agarrarse como Buster Keaton a las manecillas del reloj.
Rufián prometió más seguridad, concretada en más luz, más mossos, más policías locales y más calle, más polis en las calles, como cantaban The Clash, pero policías «modernos, del siglo XXI, de proximidad». ¿Qué tal unos que puedan dar consejos de fitness mientras patrullan?
La seguridad parecía un asunto de la derecha, pero la izquierda (en la medida convencional en que Rufián lo es) no está dispuesta a permitirlo. Para ello, se visten si es preciso de camouflage, de dadores de hostias y adaptan su discurso. La violencia de Rufián es municipalizada, no hay que ir más allá, a causas de otro tipo, y es ante todo un hecho lumínico, como un problema de desconfianza, de nocturnidad. Pide farolas, más luz, más claridad para ver mejor por la noche cuando todos los gatos son pardos. Es un discurso que no quiere ser tildado de racismo o xenofobia y por ello no personaliza, tira más alto: teme a lo oscuro. En general. Se teme a la oscuridad, al peligro que acecha en las sombras, al hombre del saco, al vicio en la noche, a la amenaza del callejón y se orienta a la mujer, a la que promete taxis subvencionados, un servicio cenicienta para devolverla a casa sana y salva.
Aquí se ve que es un discurso sensible al feminismo, a su servicio. ¿Cuál era el lema? ¿»Sola y borracha quiero volver a casa»? Pues habrá que crear un servicio de transporte puerta a puerta. Subsistirán las amenazas y la inseguridad, pero se contratarán chóferes.
Aunque Rufián recordara que ERC es un «partido de orden» y prometa policía y luz, tampoco se atreve a mencionar la clásica mano dura. No hay un discurso punitivo, ni legal, ni migratorio, ni cultural, ni económico. La violencia, que en nuestros barrios apareció de repente, es un hecho que tiene que ver con la soledad de las calles y con su oscuridad (si acaso, con el heteropatriarcado), de modo que Rufián está cerca de volver al sereno, a la figura del sereno, que iba con su farol por las calles dando confianza. El sereno, de hecho, era farolero antes que sereno, pues su figura reunía, a la vez, la seguridad y el alumbrado. Es más, el sereno fue una emanación humana vigilante del mismo alumbrado. Alumbrar era un principio de seguridad y eso parece proponer Rufián en pleno siglo XXI, una vuelta al sereno o, al menos, al sistema de seguridad serenil de luz y presencia.
La seguridad es un pastel político que la izquierda intentará comerse con un enfoque suave, superficial, lumínico, fitness y feminizado.