Sao Paulo, junto a otras ciudades de Brasil, son el escenario que se toma la izquierda para hacer campaña en contra del presidente Jair Bolsonaro, usando el manejo de la pandemia como pretexto, con el respaldo de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil.
‘Brasil Popular’ y ‘Povo Sem Medo’, lideran las manifestaciones que piden un juicio político y la destitución de Bolsonaro, reseña la Gaceta de la Iberosfera.
Los religiosos apoyan la iniciativa alegando una “conducta política, económica y social contradictoria, negacionista, indiferente al dolor” por parte del presidente ante la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Católicos, protestantes y evangélicos firman el texto en el que se argumenta “falta de transparencia» con el postulado izquierdista del “racismo estructural”, asegurando que las personas “más afectadas” son las negras e indígenas, destaca el medio español.
Bolsonaro no se distrae. Él se concentra en garantizar el equilibrio tributario y las reformas fiscal, tributaria y administrativa para alcanzar el crecimiento de 3,5 % previsto por el Fondo Monetario Internacional (FMI), así lo expresó en la Conferencia de Inversión en América Latina 2021, evento virtual promovido por el banco Credit Suisse, citado por la Gaceta de la Iberosfera.
Una práctica generalizada
Lo que se ve claro es que a partir de la muerte del afroamericano George Floyd tras ser detenido por la policía local en Mineápolis, una localidad del estado de Minnesota, desató a la izquierda el año pasado en contra del expresidente Donald Trump. Desde entonces, no se ha detenido.
El impeachment en curso contra Trump es el segundo que promueven los demócratas contra el republicano, con la particularidad de que ya no está en la presidencia, lo que pone en duda incluso la constitucionalidad de este segundo juicio político.
El movimiento de extrema izquierda, Antifa, abonó el camino para la práctica política en las calles que se toma a Brasil y que en Argentina, el Frente de Izquierda y de Trabajadores–Unidad (FIT-U) replica bajo la consigna de «Abajo el fascismo, Fuera Trump. Fuera Bolsonaro». Así se leía en las pancartas que levantaron en las calles de Buenos Aires y que el dirigente argentino del Partido de los Trabajadores Socialistas, Nicolás del Caño, defendía porque «el imperialismo yanqui es sinónimo de racismo y barbarie».
Ese es el discurso pero, en el caso de la izquierda en Brasil, sus propias acciones la contradicen. La expresidente Dilma Rousseff es un ejemplo. Ella fue elegida como heredera de Luiz Inácio Lula da Silva en 2010, pero seis años más tarde fue destituida por el Congreso brasileño, acusada de maquillaje presupuestal.
En el caso de Lula, quien intentó volver al poder en las elecciones de 2018, fue condenado por corrupción y el Partido de los Trabajadores debió improvisar otra candidatura sin éxito. De esa forma “el fin de mandatos presidenciales de izquierda que marcaron una época, dejaron a sus sectores políticos huérfanos», analiza la cadena británica BBC.
Las frustraciones del bloque
Una década atrás, la izquierda de América Latina “parecía encaminada” a renovar el liderazgo político de la región a medida que ganaba elecciones en distintos países, pero el paso del tiempo y los “nuevos vientos políticos” expusieron su “dificultad para recambiar a sus propios líderes”, asegura BBC.
En Bolivia, Evo Morales se declaró ganador para un cuarto mandato para gobernar de hasta 2025 pero huyó tras acusaciones de fraude electoral. En Argentina, la vicepresidente Cristina Fernández está acusada de supuesta corrupción junto con un exministro y varios empresarios de la construcción.
A Fernández se le atribuye una asociación ilícita y 175 casos de cohecho entre 2003 y 2015. El caso lo lleva la Cámara Federal de Casación Penal, máximo tribunal penal, que consideró «inadmisible» un recurso presentado por la defensa de la vicepresidente mientras que la Fiscalía estimó en 160 millones de dólares el monto de los sobornos que también habrían sido pagados durante el gobierno de su esposo Néstor Kirchner, entre 2003 y 2007.
El caso es un desprendimiento de la llamada «causa de los cuadernos» que ya fue elevada a juicio oral, basada en una serie de apuntes que habría llevado durante años un chofer del ministerio de Planificación, en los que anotaba recorridos y nombres.
Y en Uruguay, la coalición izquierdista Frente Amplio, sin Tabaré Vázquez y sin su antecesor José «Pepe» Mujica, perdió el poder frente al centroderechista Luis Lacalle Pou.
Así está el semblante de la izquierda donde ha perdido el poder y donde gobierna sin recambio a la vista y en crisis. Los casos de Venezuela y Nicaragua saltan a la vista. Pero no se trataría de proyectos fracasados sino más bien del éxito en la implantación de un modelo multiplicador de miseria.
La Iglesia brasileña en el juego políticos
Otro aspecto que está claro es que “el lenguaje que utiliza la Iglesia Católica no se distingue por su claridad. Tiene ese aire de vaguedad que caracteriza inconfundiblemente a las posiciones dubitativas. Ha perdido incluso gran parte de la calidad estética, entre solemne y simple. De ahí que la interpretación del lenguaje eclesiástico plantee serias y, a veces, insalvables dificultades”, señaló El País desde hace tres décadas atrás con respecto a la Iglesia brasileña.
La Iglesia afirma que no desea ni ejercer el poder político ni entrar en el juego de los partidos políticos, pero los hechos no coinciden con estas afirmaciones, a juicio del medio español, porque entre la filosofía del «ama a Dios y haz lo que quieras» y la obsesión actual de emitir opinión sobre cualquier tema de moda, “la Iglesia debe y puede encontrar un término medio que devuelva a su palabra credibilidad y confianza”, sentencia el análisis de El País que ahora cobra vigencia.
Al unirse contra Bolsonaro desconoce lo establecido por el Concilio Vaticano II, donde se señala que «Cristo no dio a su Iglesia una misión propia en el orden político, económico o social. La Iglesia no se liga en virtud de su misión y su naturaleza a ninguna forma particular de cultura humana, a ningún sistema económico, político o social”.
Sólo puede emitir “juicio moral incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona y utilizando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio”, recuerda El País.
Pero “a la Iglesia le va a costar renunciar a la preponderancia y a la influencia que ha ejercido y que ejerce sobre todos los órdenes de la vida” y si de lo que se trata es de orientar a los fieles, su “postura debería ser mucho más precisa, más didáctica y más completa”.
Fuente: PanamPost