Jugar al desgaste, esa es la estrategia a la que juegan los movimientos y partidos de izquierda contra el gobierno de Javier Milei en Argentina. Así quedó en evidencia durante la manifestación que decidieron hacer a la afueras del Congreso de la Nación mientras se discute la Ley Ómnibus. Aseguraban que no buscaban violencia, pero en la práctica hicieron todo lo contrario.
Los manifestantes —que dicen representar a los trabajadores argentinos pero protestaban en pleno horario laboral— interrumpieron el paso de los vehículos y transeúntes, violando el libre tránsito. Se cruzaron con funcionarios de la Policía Federal, Prefectura y Gendarmería, sin embargo, es poco el razonamiento que aplican los piqueteros, por lo que la violencia salió a flote. Un escudo de uno de los funcionarios prendido en fuego es posiblemente el símbolo de la jornada. Una que Eduardo Belliboni, dirigente del Polo Obrero, también intentó manipular en su beneficio para acusar al protocolo antipiquetes que dirige la ministra de Seguridad, Patricia Bulrrich, de agredirlos.
Considerando que entre el paquete de leyes propuesto por el presidente Javier Milei se contempla elevar la pena contra quienes ataquen a funcionarios policiales, además de que interrumpir el libre tránsito atenta contra personas que verdaderamente van a trabajar, resulta lógico que haya molestias entre los grupos que en la época kirchnerista se adueñaron de las calles. Sus reclamos dejan ver la desesperación que hay entre la dirigencia de los partidos y de los sindicatos, quienes tienen mucho más para perder que el gobierno.
Un gendarme herido y un detenido
Eduardo Belliboni en el piso, supuestamente herido, luego de que funcionarios quisieron ubicarlo en la vereda (donde corresponde manifestarse) o la mujer que con una menor de edad en brazos (como una especia de escudo) gritaba “hay hambre”, son algunas de las imágenes de que deja la jornada. No son más que el retrato de lo que dejó la gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner: sindicalistas que defienden sus privilegios y una población manipulada que culpa al actual gobierno —el cual aún no cumple los dos meses de gestión— de sus carencias.
Sobre la mesa pusieron la posibilidad de hacer otro “paro general” aparte del que pretendieron ejecutar el pasado 24 de enero y al que poca y nada se apegó la verdadera población laboral argentina. En el medio de algunos empujones y de la respuesta de los funcionarios con lacrimógenas, un miembro de Gendarmería salió herido y se efectuó la detención de un hombre de 30 años de nacionalidad chilena e imputado de los delitos de atentado y resistencia a la autoridad y lesiones contra dos agentes de la Prefectura Naval.
La diputada Myriam Bregman salió a la calle para asegurar que “los provocadores están dentro del Congreso pero Bullrich quiere pudrirla en la calle”. Aunque quiso teñir de inocencia la manifestación, fue posible ver personas con rostros cubiertos y lanzando objetos contra efectivos de la Gendarmería.
Todo esto demuestra que el cambio cultural de la Argentina llevará tiempo y mientras tanto los movimientos de izquierda apelarán al desgaste. Pero tal como dijo la ministra de Seguridad tras la primera marcha piquetera del pasado 20 de diciembre contra el nuevo gobierno libertario: “Se terminó el vale todo, es el inicio de una nueva etapa”.