MIQUEL GIMÉNEZ,
¿Qué habría sucedido si el Papa Francisco hubiese sido sorprendido besando en la boca a una criatura y pidiéndole que le chupase la lengua? ¿Imaginan el escándalo político y social que se habría organizado?¿Qué estaría diciendo la izquierda ‘woke’, qué no saldría de las bocas de las falsas defensoras de la igualdad? Sería un acontecimiento de consecuencias terribles para la Iglesia, puesto que el Sumo Pontífice es el Vicario de Cristo en el mundo.
Pues bien, ¿han percibido ustedes algo de lo anteriormente dicho? La noticia se ha colado de rondón con unas excusas del Dalai. Y a otra cosa. Que pedirle a un menor de edad que le chupe la lengua a un anciano sea una enormidad en función del individuo es el mejor y más lamentable indicador moral de Occidente. Si Otto Rahn escribió su célebre «Cruzada contra el Grial» como apología de la herejía cátara bien podría alguien escribirse ahora una «Cruzada contra Cristo». Porque de eso se trata. Hay que poner a todo lo católico, a la Iglesia y a sus sacerdotes, a su jerarquía, al mismo hecho de ser creyente bajo una permanente sospecha. No se puede decir que crees en Dios y eres católico sin que la nueva inquisición diseñada por el NOM te coloque en su lista negra.
Pero el Dalai puede decirle a un niño que le chupe la lengua porque, aunque sea la cabeza visible del budismo para millones de seres, está en el lado correcto de la historia. No es católico. Cree en la reencarnación, en el tercer ojo, en los archivos akáshicos y en toda una suerte de supercherías que no incomodan para nada a quienes gobiernan el mundo. No molesta que viva no se sabe muy bien de qué, ni que no rinda cuentas de las donaciones que algunos millonarios destinan para que él las reparta a su libre albedrío. Namasté, dicen algunos progres convencidos de que eso alberga algún sentido profundo que no posee la palabra Amén. Y si hablamos de la actitud progre frente al Islam, la permisividad del progresismo rojo pálido es rayana en lo delictivo. Vean: casarse con una menor de doce años, ablación de clítoris, palizas salvajes con el cinturón a tus hijas o a tu mujer, prohibición de ir a la escuela a las hijas, exposición a morir si no llevas velo, matrimonios concertados sin permiso de la contrayente… Bueno, pues nada de eso motiva que, verbigracia, las de Igualdad salgan a decir esta boca es mía. Porque no lo hacen católicos. Porque no son sus enemigos. Porque, en el fondo, a todo el progrerío le importa un pito la injusticia, la pederastia —algunos incluso la justifican y defienden— o cualquier otra aberración. Lo que les interesa es terminar con el mensaje de Cristo que, de tan sencillo, es peligrosísimo para todos ellos. Amaos los unos a los otros. Y claro, eso pulveriza sus ideologías basadas en el odio a todo lo que no sea lo suyo. Reconociendo los errores que se han cometido a lo largo de la historia por parte de la Iglesia, no hay que ser un premio Nobel para dar gracias a Dios por haber nacido aquí.