Dice Platón: “El que ha sido educado realmente en la libertad y en el ocio es precisamente el que tú llamas filósofo” . Es pensando profundamente nuestra condición humana, consciente e inteligente, como podremos distinguir entre el bien y el mal, elegir lo que nos conviene y obrar por una causa realmente justa. Los extremos embriagados de romanticismo o divinidad-en plena era de los DDHH y racionalización de los derechos universales del hombre-comienza a ser a lo menos primitivo, fuera de orden…
Huir de la ignorancia
Ya lo había advertido Aristóteles: “Los hombres comenzaron a filosofar movidos por la admiración […] Al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como los cambios de la Luna y los relativos al Sol y a las estrellas, y la generación del universo”. Más reciente: DDHH, tecnología y libertad de los modernos, que es la libertad del individuo sobre el estado. No al revés.
Quien “se plantea un problema, se admira y reconoce su ignorancia [humildad] Por eso también el que ama los mitos es en cierto modo filósofo. El mito admite elementos maravillosos”. Latinoamérica-al contrario de Europa o Norteamérica-ha cabalgado sobre el mito del buen salvaje al buen revolucionario, del hombre a caballo, del taita, padre del populismo igualitario, revelador y redentor. Un mito “maravilloso” si nos detenemos a racionalizar la sensible ignorancia que acumula y todavía no resolvemos. Ignorancia mítica inmoladora y mutilante, donde triunfa la retórica de la igualdad simulada que hipnotiza a las masas.
Huir de la ignorancia, filosofar sobre el saber real y contemporáneo, es huir del comunismo, del neofascismo, de la globalización disfrazada de comprensión, amor y tolerancia. Huir de la ignorancia es detenerse a pensar la trascendencia del hombre de hoy, su desafío, que es ser un hombre radicalmente libre.
Los antiguos filosofaron para huir de la ignorancia. Buscaban el saber en vista del conocimiento, no por utilidad sino por felicidad. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues pensar nuestra esencia humana a profundidad “comenzó cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida [Dixit Arturo Guerra]”. Es decir, pensar no sólo en la adversidad sino en paz aun siendo felices, para no perder [la]…
La filosofía es la única ciencia libre, un catalizador epistemológico, cognitivo,; un saber edificante que comprende la libertad como derecho, como defensa, como anticipación o sanadora de conflictos, como extensión de la vida misma. Sin libertad no hay conocimiento y sin conocimiento no alcanzamos la felicidad, que es vivir en el nihilismo, en la nada. Por eso las revoluciones étnicas, nacionalistas, de género, de minorías o mayorías “reveladoras”, están minadas de ignorancia porque al decir de Isaías Berlín, no respetan la libertad negativa, la libertad del otro.
La violencia radical
Hanna Arendt afirmó en su Origen del Totalitarismo que “tanto Hitler como Stalin, formularon promesas de estabilidad para ocultar su intención de crear un estado de inestabilidad permanente”. Fue la ideología como arma política y no como doctrina o teoría. No pienso, luego no existo.
Sentencia Arendt: “La propaganda nazi fue suficientemente ingeniosa como para transformar el antisemitismo en un principio de autodefinición y eliminarlo de las fluctuaciones de la simple opinión para ser un postulado. Usó la persuasión de la demagogia de masas sólo como un paso preparatorio [..] Esto proporcionó a las masas de individuos atomizados, indefinibles, inestables y fútiles [IGNORANTES EMBRIAGADOS DE PASIÓN PAVOROSA], medios de autodefinición o identificación, que no sólo restauraban algo del respeto propio, sino que también crearon un tipo de falsa estabilidad que les convirtió en mejores candidatos para una organización” . Una peligrosa promesa de inclusión y poder que procura una obediencia amoral e inhumana.
Arendt concluía que “sólo el demonio puede ser radicalmente malo. Solo él conoce la violencia radical porque carece de espíritu racional. No sabe, no conoce, no procesa el bien, la piedad, la compasión por no poseer conciencia. Ignora el bien, radicalmente. Así, el pecado del ser consciente, es que, conociendo el bien, lo desecha por conveniencia, por miedo, perversión o por ayuno».
Hay que leer con detenimiento las palabras de Sócrates: “Por Dios del que se dice ordenó vivir filosofando (apología de Sócrates), y juzgar en el mundo conforme a un mandato divino, se filosofó tanto, que hizo de esa tarea la misma revelación». Esa es la maravilla de la filosofía. Que ha sabido revelar y redimir sus propios imperativos, revisando su vigencia en los tiempos. Incluso la teoría de la revelación de Dios, la palabra que se hizo carne, no resiste hoy mandatos radicales, porque es libertad radical.
Vivir pensando vs. vivir teniendo….
El mundo moderno ha sustituido el «vivir siendo por un vivir teniendo». La razón de vivir no es ser libre para tener, sino tener para ser libre. Grave subversión de valores, porque tener y poseer antes de ser y existir, justifica la lógica de la defensa proletaria y la dialéctica. Una histórica invitación a la ignorancia revolucionaria disfrazada de ilustración, de fanatismo, de la palabra hecha libro [¿?], que aún nos emborracha [empalaga] de amor y pretendida fraternidad.
Según Aristóteles la posibilidad de alcanzar la felicidad es “mediante el razonamiento reflexivo y las argumentaciones intelectuales”. Lo sensible y lo suprasensible en conocer las esencias, los modos, las causas y principios de los seres, y establecer la posibilidad que los principios de la fe puedan ser erigidos por razonamiento y no por transmisión, evitando el “hechizo endemoniado” que alimenta la violencia radical, esto es, la ideología como arma política.
Los autoproclamados “hijos ilustres” de la revelación divina, o racial, o popular, o nacionalista, o de la post verdad, han causado aferrados de un romanticismo salvador, los grandes conflictos, las guerras de la humanidad.
Aún no ha brotado un movimiento filosófico post racionalista, de vanguardia, donde la libertad, la dignidad, la justicia y la vida se defiendan radicalmente, absolutamente, por encima de cualquier orden. No existe soberanía si no somos libres. Como sentenció Arendt: Los tiranos siguen ofreciendo una estabilidad engañosa, donde el totalitarismo lo justifica todo salvo la intervención o «injerencia del enemigo».
A la luz de la cultura griega se llegaron a las grandes verdades gracias a un pensamiento geométrico, matemático, racional, monolítico y ético. Hemos perdido el ejercicio de filosofar en la búsqueda real de la felicidad, que no es el poder sino la libertad radical. Hoy el reto es relanzar la libertad como postulado absoluto, libertad que por radical, no es utilitaria, ni imaginaria o hacedora de una falsa estabilidad, sino admiradora, reveladora, mítica y maravillosa, por tener la noble virtud de mirarse y revisarse a sí misma, para reconocer su propia inopia… aún en paz, para no perder la felicidad…