LA HABANA — Si usted camina por la zona antigua de La Habana, verá decenas de negocios privados que han brotado como flores: hostales dedicados a hospedar turistas, casas reconvertidas en restaurantes gourmet, pequeñas galerías de artistas plásticos y artesanos independientes que ofrecen cursis lienzos y miniaturas en madera reciclada de automóviles norteamericanos de la década de 1950.
En cualquier esquina de la concurrida calle Obispo se escucha un guateque [festejo] de músicos ambulantes, estatuas humanas con una alcancía en el piso para que el transeúnte deposite dinero -preferentemente divisas- y corpulentas mujeres negras o mulatas, vestidas con atuendos tradicionales, collares de santería y un mocho de tabaco sin prender en la boca, que lo mismo auguran el futuro con cartas españolas que bailan una rumba de cajón.
No faltan mendigos y niños pidiendo dinero. En medio de una crisis económica espantosa, donde desayunar, almorzar y comer es un lujo para el 80 por ciento de los cubanos y el peso se devalúa cada veinticuatro horas, esa parte de la ciudad parece un tenderete a cielo abierto.
No muy lejos de la parte colonial, en los ruinosos portales de la calle Reina, en el centro de La Habana, a cada paso te proponen materiales de construcción importados; un paquete de diez libras de pollo troceado Made in USA o una camiseta pirata de Bellingham en 3.000 pesos, casi 10 dólares en el mercado informal.
Todo se vende
Si usted conoce los códigos de La Habana profunda, puede comprar marihuana criolla o la nueva droga de moda conocida como ‘el químico’. Probar su suerte con un número en la ilegal lotería, la famosa –‘bolita’, o tirar dados en el silot de un burle (casa de juego) clandestino en San Leopoldo o Mantilla.
En la capital todos venden algo. Los pensionados, ahogados por la desquiciada inflación, venden libros viejos y ropa de uso. Treinta y cinco años atrás, los padres y abuelos de adultos de hoy, canjearon al régimen las joyas y el patrimonio de la familia por un televisor a color o un par de zapatos. Ahora, los nietos de aquellos milicianos que aplaudieron a Fidel Castro cambian una libra de azúcar prieta que dan por la libreta de racionamiento por un sobre de café mezclado con chícharos o venden cigarrillos sueltos en la esquina del barrio.
Osmany, dueño de una cafetería de comida criolla, analiza el mercadeo capitalino. “Hay una variedad de gente que vende al detalle que no está clasificada en esa narrativa que la prensa extranjera denomina emprendedores privados. Ese segmento, mucho más numeroso que las 10.000 MIPYMES o los miles de pequeños negocios particulares, desafiaron desde hace tiempo las leyes del gobierno que los sancionaba a muchos años de cárcel, vendiendo en el barrio la carne de una vaca descuartizada la noche anterior o un saco de cemento robado de un almacén estatal”.
En Cuba, incluso en la etapa de supuesta bonanza, allá por los años 80, donde con el salario de un obrero se podía comprar yogurt natural o un litro de leche, el mercado negro siempre funcionó con la precisión de un reloj suizo. Se podía comprar por la izquierda desde un motor y armar una balsa para escapar a la Florida, hasta una pistola Makarov. En los tiempos en que los negocios privados estaban prohibidos, en cualquier barriada habanera se vendía pan con bistec de cerdo a cinco pesos y cerveza fría a dos pesos que salía por la puerta de atrás de la fábrica La Polar.
Osmany asegura que “los negocios clandestinos y el invento de los cubanos siempre superaron a los gobernantes. Todos en Cuba, incluidos oficiales de la Seguridad del Estado y funcionarios del Partido, compraron o vendieron en el mercado subterráneo. El Estado, entre la ineficiencia y la falta de divisas destinadas a mantener los servicios básicos, no ha hecho más que legalizar lo que venía funcionando ilegalmente desde que Fidel Castro eliminó los pequeños negocios con su ofensiva revolucionaria en 1968. Los que vendían mercaderías y traficaban con divisas lo hacían con dos objetivos: tener una mejor calidad de vida y cuando se reuniera bastante dinero, marcharse del país. Es un ciclo que se repite desde hace 65 años. Se inventa un negocio y si es lucrativo, la persona se va del país, solo o con su familia, preferentemente al norte”.
No se puede confiar
Lucy, dueña de un hostal en La Habana Vieja, coincide en que “cualquiera que tenga un negocio que funcione más o menos bien, siempre tiene latente la opción de emigrar, porque en este gobierno no se puede confiar. En cualquier momento inventan un decreto o lanzan un operativo contra los emprendimientos privados. No sería la primera vez. Pero algunas cosas han cambiado. A partir de 2013, cuando los cubanos pudieron salir, la mayoría de los dueños de negocios han viajado y se han radicado en Estados Unidos y España, entre otras naciones».
«Existe una creencia firmemente arraigada de que la mayoría de los negocios que hay en Cuba funcionan gracias al capital de familiares radicados en Miami. No es tan así. La estampida migratoria del Mariel en 1980 y la de los balseros de 1994 no tiene nada que ver con las siguientes oleadas migratorias donde la mayoría contaba con unos 10.000 dólares para sufragar los gastos antes de cruzar la frontera hacía Estados Unidos. Muchos de los que se han ido en esa etapa les dejaron sus negocios a los parientes y siguen manejando el negocio de forma conjunta”, precisa y añade:
“Creo que desde hace diez años ha surgido una nueva clase que ha hecho dinero en Cuba, legal o ilegal, no importa, y que ese capital les ha permitido asentarse en otros países y sacar a su familia. Lo ideal sería no tener que marcharnos. Pero siempre hay que tener una puerta giratoria. Lo mismo para reconvertir el negocio de legal a clandestino que para venderlo todo y marcharse del país con 60 o 100.000 dólares. El que no incluya esa opción de escape en sus planes puede terminar preso o enjuiciado. Ya se sabe que el gobierno siempre ha visto a los negocios privados como sospechosos habituales”, concluye Lucy.
Negocios golondrina
Diario Las Américas conversó con varios dueños de negocios exitosos y casi todos han logado obtener residencia fuera de la Isla. “Si el ‘pitcheo’ se pone duro, no tengo siquiera que hacer las maletas. Es sacar un pasaje y chao”, comenta el dueño de una paladar de moda entre el cuerpo diplomático de La Habana.
Los llamados negocios golondrinas pululan en Cuba. Hay quienes arman sus emprendimientos con el único objetivo de emigrar a mediano plazo. Otros ahorran dinero suficiente para cuando venga la tempestad o los habituales ataques del régimen al sector privado, comprar con tiempo el boleto a México, Panamá, Canadá o España donde unos cuantos han logrado nacionalizarse.
También hay un sector, bastante dinámico, de más de 600.000 personas, que trabajan en negocios particulares y ganan salarios relativamente altos que les permiten comprar dólares y guardarlos. Y después abrir su propio emprendimiento.
Remberto, ex cantinero de un bar privado, con el dinero reunido comenzó a vender ropas de marcas y teléfonos de alta gama como Samsung o iPhone. Las compras las hago en Panamá, Venezuela y México. Con las ganancias abrí una agencia de remesas y cobro un diez por ciento de comisión. Voy tirando hasta que tenga un capital suficiente para asentarme en Estados Unidos”.
Todo por emigrar
La mayoría de los cubanos, por supuesto, no tienen divisas ni propiedades que vender con el objetivo de emigrar. Pero se las ingenian. Mirta se prostituye por WhatsApp y su sueño es empatarse con “un yuma y bailar el tubo en Miami Beach”.
Sandy, reguetonero, dice que su plan es hacer un disco y triunfar en Estados Unidos. Para reunir dinero viajó a Rusia a trabajar en la construcción. “Al final terminé recogiendo nieve en las calles de Moscú. Espero tener seis o siete mil dólares cuando regrese a La Habana”.
Otros se alistan para pelear como mercenarios en la guerra de Ucrania. El plan es hacer dinero y luego emigrar. No importa el costo. No muchos quieren lidiar por alcanzar la democracia en Cuba, hay quienes lo consideran una batalla pérdida. La emigración en la Isla funciona como industria.
@DesdeLaHabana