sábado, septiembre 7, 2024
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La normalidad del mal

MIQUEL GIMÉNEZ,

Si el mayor peligro del Diablo es hacernos creer que no existe, el mayor peligro del mal es que nos acostumbremos a él. No me refiero a la banalidad del mal que describió Hanna Arendt, advirtiéndonos de que ese señor o señora tan amables, educados y correctos en apariencia pueden ocultar terribles monstruos en su interior. De lo que quisiera hablar es de como el ser humano puede aceptar vivir con el mal dominando su existencia, aceptándolo como normalidad. Haciendo eso lo damos por bueno y, por lo tanto, le otorgamos una carta patente que lo legitima. No es inusual escuchar a la gente que vive en una sociedad injusta —la mayoría de las sociedades actuales lo son por unas razones u otras— emplear expresiones como «qué se le va a hacer», «esto es lo que hay», «esto no tiene remedio», «tampoco estamos tan mal», «otros lo pasan peor» o la más trágicamente inmoral «las cosas siempre han sido así y ni tú ni yo seremos los que vamos a cambiarlas».

Son expresiones que nacen de un sentimiento de derrota antes de haber comenzado la pelea. Uno entiende que a veces la rabia te haga decir que este país no tiene arreglo. Esa desesperación es humana y aceptable siempre que sea momentánea y venga seguida de la acción contra ese estado de cosas. Creo que lo mejor que podríamos hacer todos es iniciar nuestra revolución interior, imprescindible para la revolución humanista que precisa el mundo, empezando por decirnos que no hay nada irreversible en los designios humanos, que no hay dictador que no pueda ser derrocado, que no hay sociedad por más perversamente injusta que sea, por más instrumentos sofisticados de control que tenga, por más sicarios que la sirvan, que no pueda subvertirse. La gran oportunidad del siglo es esa revolución, la moral, la que surge de los corazones hartos de ideas fabricadas en laboratorios pensados para mantener al ser humano atado al materialismo, ciego a la divinidad de la que es portador, esclavizado a este mundo gobernado por Moloch. Si aceptamos lo que vivimos a diario como algo inapelable, inamovible, perpetuamente eterno, habremos aceptado que esta tierra sea una prolongación del infierno de Dante.

Nadie con un mínimo de conciencia crítica puede abstenerse en esta lucha. Debemos romper las cadenas de lo que nos dicen desde los medios supurantes de wokismo que es bueno, es lo debido, es lo que debe hacerse. Hay que destrozar ese juego de espejos demoníaco que deforma las cosas y no nos permite ver como son las personas, los partidos, las causas, los políticos. Si sabemos entender que nos han sumergido en un laberinto del mal habremos dado el primer paso para salir de él. El hilo de Ariadna a nuestra disposición está al alcance de todos. Nos lo tienden hace siglos el mensaje de Cristo, la tradición de nuestra Patria, los ejemplos de nuestros mayores y el sentido del Honor. Honor con mayúsculas. Es un camino de salida duro y difícil, lo sé, pero en otros países lo emprendieron y consiguieron salir.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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