Las redes de la diplomacia brasileña se tiñen de controversia y sospecha, ya que la relación de figuras políticas prominentes del país – Luiz Inácio Lula da Silva y Celso Amorim, ex canciller y actual «canciller en las sombras» en el tercer Gobierno Lula – con el grupo terrorista palestino Hamás, enfrenta intenso escrutinio y crítica por parte de la opinión pública.
Dudas e interrogantes permeabilizan el ambiente político, especialmente considerando las posiciones y actitudes del Partido de los Trabajadores (PT) y estas personalidades ante entidades conocidas por sus prácticas extremistas y violentas.
Celso Amorim, cuyas acciones y expresiones de simpatía hacia Hamás han sido ampliamente interpretadas como un apoyo tácito al grupo terrorista, busca frecuentemente mejorar la imagen de la organización. Su participación en la presentación del libro «Engajando o mundo: A Construção da Política Exterior de Hamas» y declaraciones subsecuentes han revelado una narrativa que sugiere justificación para las tácticas brutales del grupo. Así, los críticos sugieren que Amorim puede estar, indirectamente, contribuyendo a perpetuar el ciclo de violencia y conflicto en la región al legitimar una organización que utiliza el terror como estrategia política.
Por otro lado, Lula da Silva, a lo largo de su trayectoria política, ha mostrado una postura que, disfrazada de apoyo a la causa palestina, confiere legitimidad a los actos de violencia perpetrados por Hamás. La felicitación del grupo a su elección en 2022 encendió alarmas y provocó cuestionamientos sobre la influencia y prudencia de sus alianzas políticas.
La administración y diplomacia del PT son vistas por sectores judíos de la sociedad brasileña como insuficientes para promover la paz y la estabilidad en Oriente Medio. Acciones y discursos que a menudo evitan condenar prácticas violentas y terroristas, especialmente cuando emergen de entidades con perspectivas anti-Israel, incitan un profundo análisis crítico sobre la ética y responsabilidad de la diplomacia brasileña en este delicado contexto.
La tradición del PT, y en especial de Lula, de alinearse con organizaciones y gobiernos de naturaleza cuestionable también es evidente al revisar la reciente política exterior brasileña. La histórica aproximación del partido y de Lula con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), etiquetadas por muchos como terroristas, y las acusaciones de donaciones de la organización a las campañas del PT generan dudas sobre la ética y vínculos políticos/ideológicos en las relaciones internacionales del partido y sus líderes.
Además, la tendencia a alinearse con potencias vinculadas a ejes autoritarios, evidenciada en la participación de Brasil en los BRICS y en las estrechas relaciones con naciones como China y Rusia, también plantea interrogantes sobre el papel de Brasil en el escenario global y las implicaciones éticas de tales asociaciones.
Del mismo modo, el intento previo de Lula y Amorim de facilitar un acuerdo nuclear con Irán, en 2010, que generó controversias y una fuerte respuesta de la comunidad judía brasileña, muestra una predisposición a mantener relaciones con naciones a menudo condenadas en foros internacionales.
La vinculación de Lula y Amorim con entidades de comportamiento notoriamente violento y extremista, como Hamás, no emerge como una aberración aislada, sino como un patrón preocupante en el enfoque diplomático del PT en el escenario internacional. Esta convergencia con agentes cuestionables no solo mancha la imagen de Brasil ante la comunidad internacional, sino que también pone en jaque la integridad moral y ética de las políticas exteriores adoptadas por el país.
En un mundo que clama por paz y estabilidad, la aparente indiferencia en la asociación con grupos y naciones con agendas violentas y autoritarias refleja un enfoque diplomático no solo imprudente, sino también potencialmente peligroso, esbozando un futuro en el que Brasil se encuentra cada vez más cerca del eje autoritario y violento a nivel global.