martes, noviembre 26, 2024
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La presidenta electa de México recurre a la hispanofobia y «olvida» las invasiones de EEUU y Francia

Faltan dos meses para que Claudia Sheinbaum tome posesión de la presidencia de México, programada para el 1 de octubre. Pero ya ha dejado claro cuál va a ser uno de los asuntos a los que va a dedicar esfuerzos durante su sexenio: que España pida perdón por la conquista.

Ya lo planteó su predecesor, Andrés Manuel López Obrador, pero éste, descendiente de un muchacho de Ampuero que emigró en 1907 a México, va a concluir su mandato sin recibir ese gusto.

AMLO tampoco ha podido cumplir varias de sus principales promesas, como poner la sanidad mexicana a la altura de la Dinamarca y la de reducir los asesinatos. En su sexenio, que aún no ha acabado, los homicidios registrados se acercan a los 195.000, un 50% más que los registrados en el mandato del presidente anterior, Enrique Peña Nieto, y casi el doble del presidente Felipe Calderón.

A pesar de semejantes fracasos, los mexicanos han elegido como sucesor de AMLO a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, ambos del mismo partido izquierdista, Morena. Y como ha funcionado la queja contra el español malvado para tapar los desastres de gestión y seguridad, Sheimbaun, cuyos padres, militaron en la extrema izquierda, sigue el mismo método.

A los dos se les pueden aplicar estas palabras del historiador Miguel León-Portilla: «Si un mexicano odia lo español, se está odiando a sí mismo. Es una actitud autodestructiva».

Una potencia mundial
Aparte de la religión católica, las universidades, las catedrales, las escuelas, las carreteras, las minas, los astilleros, la ganadería, la vacuna y docenas de alimentos, los mexicanos de la independencia heredaron de la Corona española un país enorme.

Entre 1764 y 1803, al virreinato se le añadió La Luisiana, cedida por el rey francés en 1763 y entregada por Carlos IV a Napoleón en 1803. El francés se la vendió al presidente Jefferson ese mismo año. Después de la conmoción que fueron las guerras napoleónicas, el Reino de España y los Estados Unidos fijaron los límites de sus territorios mediante el Tratado de Adams-Onís de 1819. España cedía la Florida y la navegación del Misisipi, pero EEUU le reconocía la soberanía sobre Texas.

Entonces, el virreinato de la Nueva España abarcaba desde Filipinas a Puerto Rico y desde Panamá al sur al paralelo 42 norte. Una potencia bicontinental y bioceánica. El Camino Real de Tierra Adentro se extendía entre la ciudad de México y Santa Fe; y los virreyes firmaban tratados con las tribus apaches y comanches, entre otras.

Al proclamarse la independencia (1821) por el general Agustín Iturbide, México era el cuarto país soberano más extenso de la Tierra, después del Imperio ruso (entonces tricontinental, ya que tenía Alaska), el Imperio chino y EEUU, aunque Cuba, Puerto Rico y Filipinas se mantuvieron españoles. Más de cuatro millones de kilómetros cuadrados de superficie. Los aztecas controlaron unos 300.000 kilómetros cuadrados sólo en el centro.

El joven Imperio mexicano tenía costa en los océanos Atlántico y Pacífico como Rusia, pero a diferencia de ésta sus accesos eran fáciles y libres de hielos. Y mientras tenía pueblos y puertos en el Pacífico como Los Ángeles y San Francisco, el único establecimiento de EEUU en ese océano era Fort Astoria, en el río Columbia, fundado en 1811.

La secesión de Texas
La monarquía duró poco. Una vez derrocado el rey al que todos se sometían, los generales de la guerra de independencia no querían obedecer a nadie. En los primeros 35 años, solo un presidente, Guadalupe Victoria, cumplió su mandato completo.

En 1823, la antigua Capitanía General de Guatemala se separó de la república y formó las Provincias Unidas de Centroamérica. Pero el mayor peligro estaba al norte.

En 1820, el virrey Ruiz de Apodaca aceptó el establecimiento de unos cientos de colonos de Misuri en Texas, con condiciones como la conversión al catolicismo. La república siguió permitiendo esta emigración a un territorio casi despoblado. Uno de los experimentos más curiosos fue el traslado de colonos canarios para la fundación de San Antonio de Texas. Las relaciones de los colonos con México fueron agriándose, ya que mantenían su nacionalidad estadounidense, rechazaban la abolición de la esclavitud y se oponían a la Constitución centralista.

En 1835, los texanos se sublevaron contra México y quedaron vencedores en 1836. Además, extendieron su frontera al sur hasta el río Bravo. Una década más tarde, los texanos se plantearon su incorporación a Estados Unidos y entonces México declaró la guerra (1846). Un atrasado país de 7,5 millones de habitantes se enfrentaba a otro de 20 millones y en proceso de industrialización.

La guerra la apoyaron los demócratas, que deseaban más tierras para expandir su país y, también su sector esclavista. En Texas la esclavitud era legal y formó parte de la Confederación. Los whigs, entre ellos Abraham Lincoln, se opusieron a ella por indigna.

La derrota de los mexicanos asombró por su magnitud. En Estados Unidos algunos plantearon la anexión completa del país, pero se rechazó por dos argumentos. Uno racial y racista: ello habría supuesto introducir demasiada población india e hispana en el país. Y el otro, el equilibrio interno: los estados del norte temieron que los esclavistas controlasen el Congreso. Por poco se libró México de seguir el destino de Polonia.

Por el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), México perdió más de la mitad de su territorio: lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, más partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. La frontera internacional se estableció en el río Bravo, que era un río interior durante el virreinato.

En 1853, el presidente López de Santa Anna, ante el cual el más inepto de los virreyes españoles es un prodigio de honradez y patriotismo, firmó la Venta de la Mesilla a EEUU, una zona de 76.000 kilómetros cuadrados en la frontera con Arizona y Nuevo México. Washington estaba a punto de conseguir una salida al mar de Cortés.

En 1857, el presidente James Buchanan ofreció la compra de la península de la Baja California y de zonas de Sonora y Chihuahua, a cambio de 15 millones de dólares. El presidente Ignacio Comonfort la rechazó.

Un país sometido a potencias extranjeras

Aunque México no sufrió más amputaciones territoriales, decayó hasta convertirse en una especie de China o Turquía americana: un país ocupado por potencias extranjeras, con su economía subordinada y hundido en guerras civiles.

En 1862, los gobiernos de España, Francia y Gran Bretaña desembarcaron tropas en Veracruz para reclamar al de México, presidido por Benito Juárez, el pago de las deudas. Después de una negociación, Madrid y Londres retiraron a sus militares, pero el emperador Napoleón III instaló al archiduque Maximiliano, hermano de Francisco José I, como emperador del país. Entre 1863 y 1867 se libró una guerra civil, que dejó más de 40.000 muertos y el centro del país destruido.

Antes, entre 1838 y 1839, se había producido la Primera Intervención Francesa, poco después de la guerra contra Estados Unidos. La Armada francesa bloqueó los puertos

El general Porfirio Díaz instauró una larga dictadura (1884-1911) que restauró la soberanía mexicana, aunque no la independencia económica. Su huida en 1911 dio paso a un largo período de revoluciones, en el que de nuevo los mexicanos soportaron una intervención extranjera. El presidente Woodrow Wilson ocupó el puerto de Veracruz y mandó soldados a través de la frontera para perseguir a Pancho Villa.

Una revuelta en la poco poblada Baja California (1911) provocó el miedo de que se repitiese el precedente texano: una proclamación de independencia y una incorporación posterior a Estados Unidos.

Persecución a los católicos
Los revolucionarios, fanáticamente nacionalistas y laicistas, persiguieron a los católicos. Muchos de éstos se sublevaron en las llamadas guerras cristeras, libradas entre los años 20 y los 30. Los revolucionarios fundaron el PRI para sucederse en el poder pacíficamente, sin recurrir a cuartelazos.

Esta vez el Gobierno de Estados Unidos intervino a favor del mexicano, a fin de garantizar el suministro de petróleo. La guerra cristero provocó un cuarto de millón de muertos, la mayoría civiles católicos pobres.

En los años posteriores, el régimen de partido único del PRI dedicó sus energías a enriquecer a sus miembros y reprimir la disidencia. Con los católicos y los conservadores aplastados o controlados, la única protesta importante vino de la extrema izquierda.

En 1968, el Gobierno mexicano mató a un número desconocido de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. En ese año, comenzó también la ‘guerra sucia’ por orden del PRI, partido en el que militó el presidente López Obrador entre los años 70 y 80. Los primeros desaparecidos en América se produjeron no en Argentina, sino en México.

Desde la independencia de España, casi ninguna de las repúblicas ha sido capaz de proteger su territorio de las depredaciones, sea de sus vecinos inmediatos, o sea de EEUU.

Claudia Sheinbaum podría mandar una carta al presidente de Estados Unidos para pedirle que devuelva el territorio conquistado en 1848 y otra al presidente de Francia en el que le exija disculpas e indemnizaciones por la invasión de 1862-1867. No es probable que lo haga, porque bien saben en México que a Washington y París no les gustan las bromas ni las humillaciones, a diferencia de España.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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